Algunas personas que han conocido el título de mi libro más reciente, y que ya se puede encontrar en las librerías, creen que por fin me he dedicado a auscultar los temas económicos que son la piedra filosofal de Portafolio, periódico del que soy columnista. También se atreven a concluir que es muy oportuno que analice los efectos finales de la Reforma Tributaria que se tramita en el congreso como en una cadena de montaje. Y llegan a considerar que ese terror fiscal que se ha apoderado de los colombianos está más que bien resumido en este cabezote: “Tome pa’ que lleve”.
Tengo que desilusionarlos. Se llama, en realidad, Tome pa’ que lleve el libro y es una idea que confabulamos con mi editor, Gustavo Ibáñez. Pensamos torcerle de esa forma el cuello a una expresión amenazante y punitiva, que hace parte de ese lenguaje lumpenesco que nos dejó el narcotráfico y que se ha apoderado hasta de las mejores familias que hoy no se bajan de gonorrea, parce y chimba.
Tome pa’ que lleve el libro es una invitación a leer la tercera parte de mi memoria como columnista de prensa. Es una selección que comienza en 1998 cuando escribía feliz y semanalmente en El Colombiano. Y se extiende hasta hace unas pocas semanas con una nota de Portafolio, que ha sido mi hogar literario casi desde su comienzo como diario económico. Está dividido en notas de Humor, Reflexiones y Elogios, tres tipos de categorías muy personalmente establecidas.
Escribí mi primera columna de opinión en “El bartolino”, periódico de mi colegio jesuita, en el que ver esas reflexiones tempranas y adolescentes, y mi nombre en letras de molde, fueron una forma temprana de comprometer mi destino y determinar mi vocación, como lo describiera con más exacta belleza ese gran periodista que fue Alberto Lleras Camargo. Fui expulsado del Colegio Mayor de San Bartolomé, justamente por la que debería ser la tarea natural de todo estudiante. Es decir, pensar y disentir. Unos años después, volví a escribir una o dos cartas en “El periódico”, que dirigía esa gran pionera llamada Consuelo de Montejo, la mamá del “Teletigre”.
Pero fue solo hasta agosto de 1982, cuando nombrado Director (e) de la Revista Elenco, me casé definitivamente con las columnas de prensa. Había hecho un curso a distancia para aprender a escribir. Tenía como maestro a Daniel Samper Pizano. “Reloj”, junto con “Pangloss”, y creo que “Temas de nuestro tiempo”, de Antonio Panesso Robledo, eran columnas diarias, lo que representaba un esfuerzo descomunal que solo conocen quienes han tenido que emprenderlo. Daniel alternaba temas investigativos con columnas de humor, que después recopilaría en “A mí que me esculquen” y “Dejémonos de vainas”, ilustrados por ese otro genio llamado Naide.
Daniel era, junto con Enrique Santos Calderón y su “Contraescape” -–en el que el hijo inquieto de don Enrique desgranaba una singular capacidad de análisis que ha heredado Alejandro, director de Semana— las estrellas de El Tiempo. Pero yo me nutría hasta la saciedad de las columnas de Klim, Alfonso Castillo Gómez y Art Buchwald.
El cuento es largo, pero no se piense que me ha llegado la época de hacer memorias. En 2017 cumpliré 60 años (el comienzo de mi edad dorada, la mejor de mi vida), 35 de los cuales habré dedicado a escribir columnas de opinión. Una parte –las atemporales, las que pueden servir perfectamente para leer con gusto en una Navidad y también en otra— están en Tome pa’ que lleve el libro. El prólogo es de Daniel Samper Pizano y las ilustraciones pertenecen al trazo magnífico de Mheo, ganador de seis premios nacionales de periodismo Simón Bolívar como el mejor caricaturista. Yo, por lo menos, estoy muy contento.
LEA EL PRÓLOGO DE DANIEL SAMPER PIZANO EN
www.carlosgustavoalvarez.com
cgalvarezg@gmail.com