Desde hoy (1 de febrero de 2017),el IVA le puede pegar más a su bolsillo. http://www.eltiempo.com/economia/finanzas-personales/claves-de-la-nueva-tarifa-del-iva/16806202
Siguen creciendo, causando admiración y por supuesto, vendiendo, las denominadas “tiendas de descuento”, representadas en D1 y Justo & Bueno, y un poco menos en la portuguesa Ara. El formato fue introducido en Medellín por el creador de D1. Después se asoció y vendió a Valorem (Grupo Santodomigo), formó Justo & Bueno y luego Tostao, que opera con el mismo criterio y un éxito similar. Hoy están en pelotera el uno y los otros, y todos crecen en el número de compradores y han generado una disputa de locales, barrio por barrio, ciudad por ciudad.
Es cada día mayor el número de personas que se acercan a los puntos de venta, desprovistos de lujos, sencillos como tiendas de barrio y con precios competitivos, en un mercado en el que todos parecen estar ganando: propietarios, proveedores y clientes.
No se crea que es un asunto de estratos tres, dos y uno. Suelo comprar en el D1 cercano a Unicentro, en Bogotá, y allá entran las señoras de dedo parado, acompañadas de sus mucamas. Me he recorrido los D1 y los Justo & Bueno, y cada vez hay más gente, son más largas las filas y crece así mismo, la rotación de productos. Hay que pagar con platica contante y sonante, no dan bolsas gratis sino cajas, y a quien necesita empacar esos mercados de asombro, le venden chuspa plástica o talega ecológica.
Es fácil achacar ese crecimiento a la buena idea y a su desarrollo audaz, pero yo creo que la razón es otra: el pueblo colombiano está pasando agua. Y todos –los que siempre han tenido que jugársela con ese espantajo llamado “salario mínimo”, la clase media dizque efervescente y pudiente, y los adinerados-, le están haciendo jugadas maestras al ahorro del centavo.
Y es que las cosas están por las nubes, sobre todo los alimentos y la comida. Los primeros recibieron el embate sin piedad de la inflación del 2016, que se comió cada día los pocos pesos que aumentaron los salarios. Cada semana, el mercado costaba más –muchas tiendas remarcaban sus productos dos veces por semana (lo vi)-, y silenciosamente devoraba el bolsillo de los colombianos, que es la inflación un verdadero enemigo. El primero de enero de 2017 todo cambió de precio, en parte por los efectos de la Reforma Tributaria, que tiene a los restaurantes consultando a la pitonisa, para que les aclare un año que están viendo como una sopa espesa.
Y es un fracaso renovado cada mes ,la lucha del Banco de la República contra la inflación por no decirnos la verdad. No se sabe cuántos miles de millones emitieron en billetes nuevos, de 20 ,50 y 100 mil .No recogieron los viejos , aumentaron el circulante y nos jodieron provocando la inflación, pero le echan la culpa al dólar y al petróleo y hasta al verano. El Jodario, ADN, Gustavo Álvarez Gardeazábal.
Por todas partes se ve ese efecto de miedo. El 2016 no fue bueno para los comerciantes y las ventas de diciembre, como el consumo de energía –que es un patrón de productividad y actividad económica- bajaron ostensiblemente. Para todo el año se esperaba un crecimiento del gasto en bienes y servicios cercano al 5%, pero solo subió 0,54%. En la Navidad que se prendió en octubre antes del Día de las Brujas, los hogares gastaron 5,8% menos.
Es una mezcla de circunstancias infaustas que van de la mano con la carestía. El empleo formal y bien remunerado no repunta, y por el contrario, crecen las actividades informales, el rebusque, que siempre va de la mano con su hermanita, la ilegalidad. No hay otra forma para que un país ocupe de una forma laboralmente sana a su creciente población que la productividad y el empleo juicioso, pero de ambas llaves mágicas está alejada Colombia, que tiene a una gran parte de su población sobreviviendo con subsidios. La industria tiene problemas similares a los del comercio, y la Reforma Tributaria que la caído mal hasta a Bruce Mac Master, lo cual es mucho decir.
El punto neurálgico del abultado gasto público social, estimado en 71 billones de pesos entre el 2010 y el 2015, es que el Sisbén no permite identificar con celeridad y de forma equitativa la población para programas sociales. Así, los colombianos siguen aportando impuestos a fin de destinar grandes sumas de dinero para reducir pobreza y desigualdad, pero esta última no baja (0,52 es el coeficiente de Gini).
Mientras tanto, comienzan a aparecer una cantidad insondable de compromisos que se han adquirido para el prematuro llamado “posconflicto”, y siguen creciendo los gastos fiscales. Ni para los unos ni para los otros hay plata, y cada día las noticias de la corrupción son un ejemplo de desvergüenza y sobre todo, de desperdicio de los recursos públicos. A las EPS que están en la cuerda floja de las finanzas –entre otras razones por las demoras en los pagos a que está obligado el Estado-, y sometidas a la dictadura de los jueces, les están sumando desde los guerrilleros (que van por régimen subsidiado y a la Nueva EPS) hasta los habitantes de la calle y los drogadictos, sin que nadie sepa con qué recursos los van a atender. Y como si esto fuera poco, está el flagelo de la inmigración desatada y descontrolada, otro chicharrón con el que Colombia tendrá que vérselas tarde porque ya no fue temprano, especialmente con el éxodo masivo de ciudadanos venezolanos, que tiene sobre todo a Cúcuta en una palpitante emergencia.
La reforma tributaria incrementa significativamente la carga a las personas naturales que hoy pagan impuesto de renta.
Pero volviendo al tema de la papita, la gente salta matones pagando su mercado semanal (para quienes pueden hacerlo con esa periodicidad) o diario, y es claro ver que la actitud de compra ha cambiado y que la carestía está formando estómagos estrechos y consumidores reflexivos. En esas condiciones, crecen las tiendas de barrio, los “fruver”, la compra en plazas de mercado y centrales de abasto, y hasta las grandes superficies están husmeando en ese modelo. En medio del apretón mucha gente se pregunta cómo lograba comprar antes y si la plusvalía de los que vendían no era un verdadero abuso.
Las proyecciones de crecimiento –en ventas, número de tiendas y ciudades— de Justo & Bueno y de D1 rebosan de optimismo. Tienen un gran modelo de negocio y varios millones de habitantes que están haciendo de tripas corazón, en esta otra cara de la Colombia carísima.