La relación de la calidad educativa con la corrupción es determinante… Y Colombia no podía quedarse atrás. Un gran ejemplo es la presencia de la corrupción en los recursos que destina el gobierno a la educación. Por mencionar un solo caso, en 2011 fueron matriculados 40.600 estudiantes inexistentes en Buenaventura, equivalentes al 36% de quienes recibían el apoyo del presupuesto público. Tan grave fue el asunto que tres alcaldes fueron a la cárcel. Lo más grave es que los alumnos fantasmas son apenas una de las modalidades con las que el erario educativo desaparece. http://www.semana.com/educacion/articulo/corrupcion-en-colombia-mejores-paises-en-educacion-del-mundo/516320
La entrada en vigencia del nuevo Código de Policía (mal llamado “Manual de Convivencia”) y de la Ley Estatutaria de Salud revive la reflexión sobre uno de los grandes problemas que tiene el país: las normas.
Hablo de su expedición desaforada y de su incumplimiento. De la imposibilidad personal y colectiva de interiorizar su valor como requisito de civilización y ahí sí, ¡de convivencia! De carecer de mecanismos para explicarlas y de autoridades y autoridad para hacerlas cumplir. De la sensación que tenemos todos expresada en ese principio de la cultura popular que “la ley es para los de ruana”. De ese axioma que puede caracterizar nuestro fracaso como sociedad en el sentido comunitario, la exaltación práctica del individualismo en la figura del vivo, del avivato: “Hecha la ley, hecha la trampa”.
“Es que se hace la ley y se hace la trampa –-le explicaba a Ricardo Ávila el Contralor General de la República Edgardo Maya Villazón, en la revista Bocas-. ¿Cómo quieren arreglar con normas esa cosa (la corrupción), cuando es un tema de actitud del ser humano? El tema del subdesarrollo está es en la mente, ese problema de la corrupción se volvió un problema mental. Hay gente que está voraz de hacer dinero y hacer plata y enriquecerse a lo largo y ancho del país”.
Buenas preguntas. ¿Qué pasó en nuestra construcción como país y como sociedad para que las normas tengan tan poco valor, se aplique más creatividad y disciplina en buscar cómo violar la ley, y se reconozca más el éxito de quienes lo han logrado, pues no son otra cosa las interminables series de tv dedicadas a los bandidos del narcotráfico y la admiración que ellos generan en la población?
Normas de papel
Comencemos por decir que la sociedad colombiana padece de anomia. ¿Una enfermedad? Podría decirse que sí. ¿Un mal? Pues claro. ¿Un gran problema? Sin la menor duda. ¿Estamos condenados a sufrirla? ¡No faltaba más!
“La anomia es una situación social en la cual las normas han perdido su fuerza reguladora, una pérdida de legitimidad. Es un momento transicional de una sociedad que tiene efectos de inestabilidad, desintegración y otros no deseables”.
El concepto es del profesor de la Universidad Nacional de Colombia Víctor Reyes Morris. Tiene más bien fresca la publicación de su valioso libro La Anomia. Espacios, tiempos, y conflictos anómicos. Análisis de casos, del cual habla a El Espectador, en una entrevista de la que tomo las citas.
“¿La sociedad colombiana padece de anomia?”, le preguntan. “Sí. No hemos logrado un orden social incluyente y aceptable para todos. Nacimos como una sociedad muy desigual producto de un orden colonial segregado que no logró superarse con la Independencia y se reprodujo esa misma sociedad con instituciones igualmente excluyentes. En esta nueva sociedad, de discurso poscolonial se continúa afirmando, a modo de chiste que la ley era para los de “ruana”. Las normas consideradas como privilegios o usadas para oprimir a otros no ofrecen una legitimidad integradora. Padecemos de anomia, no soy el primero en decirlo, ya ha habido otros tanteos, como el del profesor Mauricio García Villegas y Antanas Mockus”.
Es como una marca de la historia nacional, una impronta que nos tatuó el imperio español y fue encontrando acá caldo propicio de cultivo. Les recomiendo acceder a otro destacado libro sobre el tema, en el que se fundamenta lo dicho anteriormente. Se trata de Normas de papel, la cultura del incumplimiento de reglas, dirigido precisamente por Mauricio García Villegas. Allí se explica cómo la trampa navegó a bordo de los galeones españoles y portugueses y medró en nuestras tierras.
“Ya en 1743, por ejemplo, el virrey Eslava se quejaba ante sus superiores porque consideraba que ‘las provincias de la Nueva Granada eran prácticamente ingobernables’) –-refiere García Villegas en la introducción de Normas de papel–. Algo similar sucedía en las colonias portuguesas donde, según Gilberto Freyre, el rey reinaba pero no gobernaba. Allí también, dice Keith Rosenn, ‘la diversidad de medios destinados a transmitir la voluntad del rey hacia las colonias estaba casi duplicada por la diversidad de medios utilizados por los administradores de las colonias para frustrar esa voluntad”.
Así nos hicimos. Así nos levantamos. E incluso, así nos independizamos, pues hay autores que sugieren que la rebelión que condujo a las llamadas “independencias” fue un rechazo al propósito imperial de imponer la autoridad y la ley.
Cultura del desacato. “Se acata pero no se cumple”. Se enaltecen la astucia y la viveza. El atajo. Se hace del Estado un mecanismo para cumplir caprichos de los gobernantes, no la Ley. Muchos lo achacan al pasado católico que radicó la hipocresía y la doble moral en el alma de los colombianos. “En cualquier género de actividades que despliegue, el colombiano muestra la innata tendencia a mentir y a engañar, porque, se le figura, son condiciones indispensables del éxito”, dice Horacio Gómez Aristizábal.
¿Qué hacer?
Hablando de la corrupción como la forma más costosa de incumplimiento de las normas, el contralor Maya Villazón considera que se debe asumir como un problema de Estado. Debe ser un compromiso de las ramas del poder y de la sociedad. Y es preciso que exista un veto, “una discriminación social total contra la persona corrupta” (contra quien incumple las normas).
Largo camino el que nos espera para entender que las normas bien concebidas y cumplidas son instrumentos para paliar la desigualdad, generar convivencia y desterrar la violencia. Hay muchas cosas que superar. Desde los hogares. En los colegios… ¡En el Estado!
Hay que hacer bien las normas. “Con mucha frecuencia, el incumplimiento colectivo es el resultado de una mentalidad poco favorable a las normas y a la disciplina social. Sin embargo, en ocasiones, son las mismas normas —por falta de cuidado en su diseño— las que propician esta mentalidad incumplidora”, señala García Villegas. Somos selectivos. Cumplimos unas, sí, y otras, no. Nos brillan las ideas a la hora de justificar el desacato. Cuando detenemos nuestros autos en los lugares prohibidos, y alguien nos increpa, respondemos: “¡Pero si tengo las luces de parqueo!”.O la clásica: “¡Pero si solo es un momento!”. Manejamos las normas como plastilina. Juguetes…
Pero sobre todo, como escribe Carlos Caballero Argáez, citando al profesor venezolano Ricardo Hausman, creemos que “la expedición de normas y la aprobación de leyes o tratados resuelve automáticamente los problemas”.
Qué tal la improvisación en el manejo de la sobretasa de la gasolina. Ahora pagarían los usuarios… Se vuelve a la base anterior, mientras de tramita ley… Y acabar la corrupción por la vía del fast track…, que es el nombre bonito y en inglés que le pusieron al atajo.
LEA:
‘Pajaritos de oro’, economía e instituciones, por Carlos Caballero Argáez. El Tiempo.
LEA
Anomia social: persistencia de pobreza e inequidad, por Jairo Núñez Méndez, Portafolio. http://www.portafolio.co/opinion/redaccion-portafolio/anomia-social-persistencia-pobreza-e-inequidad-88682