Hay un fenómeno psicológico y social que no se ha estudiado en Colombia. Tiene que ver con una transformación que deja en pañales las mutaciones de Hulk. Hace referencia a cambios radicales en cuestión de segundos, de seres humanos que salen de sus casas y oficinas bajo el aura de la normalidad y al subir a sus automóviles y entreverarse en el tráfico de las ciudades, se transmutan en asesinos en potencia. Hombres y mujeres, ricos y pobres.
El efecto de esa transfiguración deja cotidianamente en el país asesinos y muertos, heridos, riñas (la segunda causa de homicidios en Colombia) y violencia rampante, sumatoria que no define sino el fracaso de varias nociones.
La primera es la convivencia. A los conductores de automóviles se les dispara la agresividad con cualquier tipo de situación. Un cierre imprevisto lo consideran un intento de ataque. Y lo responden de diversas maneras, algunas de las cuales se mueven entre echarle el carro al otro o bajarse y entablar la pelea. Y de ahí en adelante, cualquier cosa es aprovechable para responder con groserías, manoteos, puños y arma homicida, si es necesario.
Nada de lo que significa convivencia funciona en esos casos: cero tolerancia, adiós paciencia, ninguna posibilidad de diálogo o arreglo por las buenas.
Porque también ahí fracasa la educación. La de base (el hogar y el colegio), cuya permisividad y falta de compromiso arrasan con la conciencia ciudadana, las nociones políticas, la ética, el respeto, la honradez y el poder infinito del diálogo y el perdón. Fracasa, por supuesto, todo ese esquema de escuelas de automovilismo y requisitos para el pase, porque ocurre lo que muchos hacen con los títulos educativos: el compromiso no es aprender ni interiorizar los valores, sino conseguir el cartón, el laminado.
Fracasa también algo que nos tiene penando en las relaciones de amistad y amor, de compañeros y parejas, de seres sociales, de país: la incapacidad de resolver los conflictos. Estamos afectados por unas demoledoras estructuras de poder –el patán, la letra con sangre entra, la aplanadora del maltrato–, y cuando se trata de superar discrepancias, preferimos matar que dialogar.
Fracasa la noción de autoridad, pues muchas veces el peleador la emprende también contra el agente de tránsito y todo el que se acerque.
Otorgamos al pito capacidades que no tiene y pensamos que así podemos mover el mundo. Y lo que hacemos es promover la ira. Aunque lo utilicemos para llamar la atención de los que viven pegados del celular.
Las dimensiones del daño que esa metamorfosis del conductor de automóvil está causando en la calidad de vida y en las relaciones sociales, personales y familiares no han sido atendidas. Pero muchos de los que toman el timón entre sus manos no están activando un agente de movilidad sino un vehículo de muerte. La de otros, la suya, la de sus seres queridos.
Homicidios en Bogotá aumentaron en un 11,7 % en enero. La cifra de muertes fue de 105 en enero de 2017 comparadas con las 94 de 2016, dice Medicina Legal. En el periodo de análisis, el ajuste de cuentas o agresión fue la modalidad más frecuente en Bogotá con 61 casos, las riñas ocuparon el segundo lugar con 20 muertes y el sicariato, el tercer lugar, con 10 homicidios. Nueve asesinatos se reportaron en intentos de atraco, cuatro están por establecer y también hubo un feminicidio.
La policía está cumpliendo su labor de conciliación y educación ante el ciudadano sobre estos modelos de comportamientos contrarios a la convivencia». General Jorge Rodríguez, director de Seguridad Ciudadana.