En el momento de preparar el cadáver, se descubrió que “Dr. Barry” era una mujer…
Qué bueno celebrar su día internacional a las mujeres sin que tengan que vivir como hombres.
Y no hablo de aquellas que en Albania, conocidas como las burneshas, cambiaron su género, se vistieron y actuaron como varones “para poder elegir una vida diferente”, azogadas por la férula del macho que les impedía votar, manejar, fumar, tomar y usar pantalones.
Es un aspecto de los muchos que aflorarán este 8 de marzo. Y tampoco tiene que ver con esa carga de obligaciones que la igualdad lograda por una parte de las mujeres les ha puesto para fungir al tope como ellas y como los hombres.
El tema nació de la búsqueda de un tratamiento diferente para este día, que no terminará en la obvia pero cierta y vocacional canción del sensacional Martín Urieta, que popularizó Vicente Fernández (“mujeres, oh, mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas”), lema por lo demás feliz para quienes las han conocido como abuelas, madres, esposas, hermanas, hijas, tías, primas y etc.
¿De qué se trata?
Todo comenzó con la película “Talentos ocultos”, en las que las mujeres tienen que enfrentar dos escollos para sobresalir en la NASA: ser profesionales en un mundo de técnicos y científicos misóginos y ser negras. Por ahí me fui a la investigación sobre mujeres pioneras (les recomiendo esta nota: “Breve recuento histórico de las mujeres colombianas en la ciencia y en la ingeniería”, http://vip.ucaldas.edu.co/virajes/downloads/virajes10_6.pdf), y gracias a una mención de Joel Osteen, me encontré con Elizabeth Blackwell.
Ella, que nació en Bristol (Inglaterra, la misma ciudad del antiquísimo almanaque), es considerada la primera mujer que logró ejercer como médico en los Estados Unidos y en el mundo. Diez universidades rechazaron su solicitud de admisión, pero el 11 de enero de 1849 recibiría su título en Nueva York. Y sin embargo, y con todos los méritos de Elizabeth, tal vez no fue la primera doctora, a juzgar por la historia del cirujano militar James Barry.
Nacido en Belfast, en 1795, fue aceptado en la Universidad de Edimburgo como estudiante de Medicina en 1809. Se doctoró tres años después. Trabajó como asistente de hospital para el ejército británico, es posible que estuviera en la batalla napoleónica de Waterloo, y luego se fue a servir a India y a Suráfrica, territorios del imperio. Y todo iba así hasta el día de su muerte en 1865. En el momento de preparar el cadáver, se descubrió que “Dr. Barry” era una mujer. La medicina estaba vetada para ellas. Luego de conocerse la información, y como ocurre siempre, algunas de las personas que trabajaron con él (ella) aseguraron haberlo sospechado.
“Dr. Barry” es solo uno de los casos en los que las mujeres han tenido que tomar la identidad masculina para penetrar los ámbitos vedados del macho. ¿Conocen el caso de La Papisa Juana? El cine ha rodado la historia con ese nombre y con el título de “La Pontífice”.
Dicen que la historia del papa mujer pertenece al siglo IX. Juana habría nacido en el año 822, hija de un monje. Con él, y en sus ambientes monacales, aprendió sobre la iglesia vedada para las mujeres. Por el amor o por salir de la pobreza, dos grandes Motores de Búsqueda (permítanme la analogía, que no la cuña), Juana se convirtió en Juan El Inglés, y se hizo sacerdote, ocultando a la fuerza, y a punta de trapo, partes pubendas y turgencias. Hizo carrera hasta convertirse en secretario del Papa León IV.
Ustedes ya saben que la sucesión era casi dinástica y la elección a dedo, y cuando iba a morir, León prefirió lo que tenía más a la mano. “El inglés John de Mainz (Johannes Anglicus, natione Moguntinus) se convierte en Papa durante dos años, siete meses y cuatro días”, dice la historia, hasta que es tentado (a) por los placeres del amor. Su inesperado parto público en la iglesia de San Clemente termina con una de esas soluciones que daban la iglesia y las comunidades de entonces, francamente arraigadas en el salvajismo: Juan, Johannes, John o Juana es sacrificada, seguramente con el fruto de su vientre, por una turba endemoniada. Misma situación ocurrida con Hipatia de Alejandría (digo, en cuanto al linchamiento, que era como un deporte) considerada la primera mujer científica, un 8 de marzo del año 405.
Y hay más…
Esta nota podría seguir con los casos de mujeres que obraron como hombres para que la sociedad las admitiera en oficios vetados y las situaciones de mujeres cuyos valiosos trabajos fueron usurpados por hombres.
Hay poco espacio y tocará dejar para que cada uno busque por su cuenta. De las primeras hacen parte las que pergeñaron sus obras, por lo menos las iniciales, con seudónimo de varón. En las lista están las hermanas Brontë (sí, las de “Cumbres Borrascosas” y “Jane Eyre”), Jeremiah Leroy (que escribió “Sarah”, y era Laura Albert), George Elliot, George Sand, Colette y Fernán Caballero, y la misma y millonaria J. K. Rowling, la mamá literaria de Harry Potter, que escribió como Robert Galbraith.
El cine plasmó en la película “Ojos grandes”, la historia de Margaret Keane, pintora norteamericana que hace parte del grupo de mujeres a las los hombres les usufructuaron sus obras. Sus retratos de niñas de ojos grandes eran desoladores. Luego de su matrimonio, en 1955, su esposo Walter Keane comenzó a figurar como el autor de sus cuadros. Esa infamia ocurrió durante diez años en los que la popularidad de Walter creció como espuma, y en los que Margaret vivió prácticamente como una esclava pintando para su marido. La situación terminó y ella pudo relatar el absurdo y recuperar el honor y la autoría de su talento. La historia de Camille Claudel y Rodin es parecida, aunque la especulación pelotea las obras de él para ella y las de ella para él.
Termino esta nota oyendo en Deezer a las grandes voces femeninas de la música clásica. El editorial de El Tiempo señala que son necesarios más derechos que detalles (situación que comparto en los primeros pero no descarto jamás en los segundos), porque “el 8 de marzo debería ser una fecha para conmemorar el final de una lucha. Pero no es así. Esta es la certeza que queda luego de observar todo lo que falta por hacer, en Colombia y el mundo, para que las mujeres alcancen una igualdad plena”.
Cada día, 118 mujeres son agredidas por su pareja (aunque ha crecido, también, la agresión femenina hacia los hombres). El periódico multiplica el sello de la campaña NO ES HORA DE CALLAR, y Violeta Domínguez, del Banco de Desarrollo de América Latina, asegura que esta parte del mundo crecería un 34% si se incluyera más a las mujeres en la economía y en la política.
Mujeres, oh, mujeres tan divinas, no queda otro camino que… incluirlas.