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El mundo se encuentra en una necesidad desesperada de un modelo diferente de liderazgo. Hojee cualquier diario y encontrará una cantidad de ejemplos de valores abandonados, confianzas traicionadas, explotación y manipulaciones cometidas por gente de poder e influencia. Los altos ejecutivos de las corporaciones explotan los privilegios de sus posiciones llevando a la ruina a sus empleados e inversionistas. Mientras tanto, los ciudadanos de los países subdesarrollados languidecen en medio de la pobreza y desesperanza por el vacío de liderazgo. Los líderes de las iglesias experimentan crisis de integridad, comprometiendo a sus iglesias y creando escepticismo y desilusión. Las relaciones familiares y personales se alejan del compromiso mutuo dirigiéndose a campos de batalla de egoísmo y preocupación sobre los derechos de una realización individual. Un líder como Jesús, Ken Blanchard.

Pocas Semanas Santas han cogido a Colombia tan mal parada. No recuerdo ninguna, en mi vida que ya saltó el medio siglo. Tres cuartas partes de los colombianos consideran que este país va por mal camino y los índices de confianza industrial y del consumidor están cayendo como cocos, desplomándose este último a su peor nivel en los últimos 15 años.

El pesimismo nos está talando el alma con el hacha aguzada de la corrupción y el filo de la polarización, un enfrentamiento entre nosotros, que ya no es solo político sino visceral, quebrantando, incluso, familias, amigos y parejas. Cómo será, que hemos perdido el trofeo ilusorio de ‘país más feliz’, clasificación en la que ya no somos subcampeones y ni siquiera tercera princesa.

Y ocurre el siniestro de Mocoa…

(VER: Cinco llamados de auxilio de Mocoa que nadie escuchó. http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/cinco-llamados-de-auxilio-de-mocoa-que-nadie-escucho-76360)

El Presidente de la República corona la cresta de la decepción en nuestros políticos, a los que francamente resulta muy difícil llamar líderes. Es una situación bastante paradójica la de Juan Manuel Santos, desaprobado en la forma como maneja al país y con una perniciosa imagen desfavorable. Reconocido en el exterior, premio nobel, gestor de un inédito proceso de paz y con una lista de logros y aciertos, no ha establecido con sus compatriotas fundamentales premisas de un líder: veracidad, credibilidad, ascendencia, reconocimiento y capacidad de convocatoria. Como Marroquín, recibió un país y nos va devolver dos.

¡La división multiplicada!

¿Qué nos pasa? ¿Por qué hemos perdido la esperanza de esa manera tan lamentable? ¿Por qué nos hemos refugiado en la chismografía de los irredentos, vaciados en la crítica, pero negados en las propuestas y en las soluciones reales y comprometidas, y lo que es peor, completamente negados a despertar, a tomar en nuestras manos el destino colectivo, por la vía de la acción y el ejercicio ciudadanos (¡Dios nos libre de la violencia!)? ¿Por qué estamos dejando que a nuestro terruño se lo lleve el patas?

Hemos puesto de moda a la corrupción como la madre de todos nuestros males. Y no es para menos. Por el volumen de los recursos que fagocita, por la forma como ha carcomido al sistema político, a la empresa privada y a sus representantes. Pero, sobre todo, porque nos flagela en nuestros actos comunes y cotidianos y se ha convertido en un modo de vida.

Y sin embargo, a pesar de esa sombra y su metástasis, no creo que esta sea nuestro principal problema. Es la indiferencia. La forma patética como todo nos resbala. El ensimismamiento en nuestro propio asunto de sobrevivir y la incapacidad de ser comunidad, colectivo y sociedad forjadora del cambio y no mirona del desplome. Por lo visto incluso en vecinos como Ecuador y Perú, esa es nuestra idiosincrasia. Pero ya no nos sirve. No en este mundo. Ni para este momento. Ni para el futuro.

Es un legado de vergüenza.

Seguramente, en los próximos días nos desparramaremos en los veraneaderos y en las playas, pero solo estaremos convocados en las iglesias, cualesquiera que ellas sean. Que la voz que salga de esos púlpitos y en esas prédicas sea un llamado a despertar.

Como el Cristo que resucita.

No podemos seguir así.

www.carlosgustavoalvarez.com

La gente está perdiendo la fe en las empresas, los gobiernos, las ONG, los líderes y en los medios de comunicación, con graves consecuencias para el futuro de todos. Y lo más preocupante es que el fenómeno está en ascenso, dice el último estudio sobre confianza realizado por la División de Investigación y Análisis de Edelman, una compañía estadounidense especializada en marketing y comunicaciones estratégicas. ¿Por qué tanto desánimo? http://www.semana.com/economia/articulo/confianza-en-gobiernos-medios-de-comunicacion-y-ong-se-desploma-en-el-mundo/521362

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. es periodista y escritor. Ha dirigido y editado diferentes medios de comunicación --Revista Elenco, Edición Dominical EL TIEMPO, Revistas Credencial y Cromos-- y publicado 14 libros sobre diversos temas. En 2017 cumple 35 años como columnista de prensa, labor que ejerce actualmente en Portafolio y en el blog Motor de Búsqueda de EL TIEMPO. www.carlosgustavoalvarez.com

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5 Comentarios
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  1. augusto402391

    Claro que hay que despertar, pero es que el despertar debe de ser a la verdad y no a la misma verdad a medias que en el mundo se predica y practica. Los paradigmas terrenales han demostrado su ineficacia así que hay que tumbarlos y reemplazarlos por paradigmas universales que son la respuesta al despertar. El asunto es que hablar de universal es como arar en el desierto porque la humanidad engañada ha preferido seguir engañada haciéndose cómplice de las doctrinas económicas, religiosas, políticas, militares, filosóficas, metafísicas, de nueva era, esotéricas, etc, etc.

  2. Hay que educar a estos Colombianos por que una gran hoy en dia no respetan a nadie, un líder debe ser aquel que tenga respeto por los demás y trabaje a consciencia para beneficio del pueblo, y respete la constitución , que no funcione por emociones, ni egos

  3. rafael279671

    Cualquier diario que se abra y se lea dice lo mismo: MENTIRAS. Y periodista que pretenda el periodismo se quedará sin empleo. Es la realidad, deje de hablar mierda que no le sienta y ya no comemos cuento… 🙂

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