La certeza de cuán breve es la vida llega por caminos tortuosos: la muerte de un ser querido, la partida de alguien que amamos, el tiempo que nos falta porque no aprovechamos mejor el que creíamos que nos sobraba, el súbito desplome de las ilusiones.

Es una obsesión que se pierde en eso que todavía llaman “la noche de los tiempos”. La Biblia desgrana en diferentes pasajes, la evidencia de nuestro paso fugaz por este mundo. En los Salmos se ancla la medida de nuestros días y “cuán efímeros somos”. Crónicas nos recuerda que “como una sombra son nuestros días sobre la tierra”. E Isaías precisa “que toda carne es hierba y todo su esplendor es como flor de campo”.

El filósofo hispano Séneca escribió “De la brevedad de la vida”, obra en la que prescribe el disfrute del ocio, “pues mientras tú estás ocupado huye aprisa la vida”. Siglos después, Francisco de Quevedo escribió su poema “A la brevedad de la vida”, que comienza de esta forma: “¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh cómo te deslizas, vida mía!”.

Pero fueron unas palabras de Mark Twain las que me llevaron a titular “Muy breve es la vida” mi primer y tal vez mi único libro de poesía. Por ahí comencé a escribir, sonetos esquilmados a esa preciosa confusión que es la adolescencia, vehículos de conquista endecasílaba, montados en la carroza de los 14 versos. Han pasado 40 años, y solo la muerte de Rafael Baena y la conciencia que no hay tiempo que perder me llevaron a embalar con ternura 27 de ellos en una sencilla edición digital.

No había tenido la experiencia de un eBook. De hecho, en la celebración  número 30 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá se venderán mis libros impresos, mientras su benjamín hermano digital morará en plataformas como Apple, Amazon, Google Play, Barnes and Noble, Kobo, Casa del libro y la librería Ibukku, empresa de California, Estados Unidos, que edita y distribuye “Muy breve es la vida”, en español y en francés.

Lo dediqué a Darío Jaramillo Agudelo, pues luego de León de Greiff –que vivía cerca de donde nací y me decía “quiubo, pelao” cuando iba para “El Automático”–, fue el único poeta al que vi en carne y hueso. Darío era abogado y ya había ganado un premio con “Tratado de retórica”. Sus poemas me extasiaron más que su afición por el DIM. Hubiera podido dedicarlo a Jaime Jaramillo Escobar (X-504) o a Rogelio Echavarría, poetas ellos con quienes trabajé en oficios que nos daban para vivir pero nos usurpaban los arreboles.

Creo que la vida se debe vivir auténtica, intensamente. Y que el amor debe atravesarla como el vuelo de un ángel, “pues es la magnífica emoción de la vida”. En la carátula va una imagen del grabado “La expulsión de El Paraíso”, de Gustavo Doré, ya que en ese lugar está resumido el carácter efímero de la felicidad.

Y como escribió Mark Twain: «No hay tiempo, muy breve es la vida, para disputas, disculpas, animosidades, pedidos de cuenta. Solo hay tiempo para amar y solo un instante, por así decirlo, para eso».

Atribuye al amor el poder de un conjuro,

de un abracadabra o de un ábrete

sésamo, porque es la magnífica emoción

de la vida. Confía en el amor,

que mientras dura crea en tu corazón

un sortilegio y te hace un nuevo hombre,

una mujer distinta, y te baja sonrisas del cielo

y hace dulces las palabras porque lo crees

todo. Mágico amor que te transporta,

y en un caballo de carrusel galopa,

tiovivo que te lleva a dar vueltas

mientras suena una música de fantasía.

Y eso sí, y ténlo muy presente,

de nada te arrepientas cuando se te acabe

y como un helado que se derrite

y se escapa entre tus manos, tengas

que volver a  vivir la realidad.

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