Hoy es más probable que una persona vea diez videos de un minuto que uno solo que dure diez. Está todo condicionado al exceso de estímulos de contenido. Hace un par de años, desde que nos levantábamos hasta que empezábamos una actividad, a lo sumo habíamos escuchado un rato la radio; ahora, antes de lavarnos los dientes ya revisamos Twitter, miramos Instagram, leímos noticias y hasta mandamos algunos WhatsApp. El aprendizaje, aunque parezca extraño, tiene que competir con eso y poder adaptarse: en formato, inmediatez y duración», opina Martín Bata Cassacia, creativo de la agencia Palo.

 

Hasta hace muy poco tiempo, los niños cargaron con un síndrome que llegó a ser colectivo. Los colegios reportaban en masa, que mi hijo, su hijo, nuestros hijos padecían del TDAH. Es decir, el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad.

Por eso no aprendían. Por eso no podían estarse quietos en su pupitre. Por eso se la pasaban por ahí como zumbambicos, inatentos y dispersos. Qué malos pronósticos escucharon muchos padres respecto a lo que les esperaba a sus vástagos social, emocional y cognitivamente en un futuro competitivo y voraz. Más de un especialista los tuvo bajo su lupa.

No sé si eso siga pasando. Lo cierto es que sus padres y hermanos, los adultos, en general, les montaron una competencia exigente. Y yo pienso que les vamos ganando, y de lejos.

¡Hoy nadie presta o pone atención!

Vida celular

Creo que la alteración o el cambio se debe en gran parte al entorno mediático de nuestros días. Cuando el centro – eje de nuestras vidas es el teléfono celular, resulta muy difícil concentrarse en lo que hacemos y en quienes nos rodean.

Nos hemos disipado totalmente. Para la muestra varios botones. Pregúntenles a los profesores lo que es dictar una clase en estos tiempos móviles. Verdadera hazaña. Mientras ellas y ellos tratan de imantar atenciones sobre el conocimiento, los alumnos están pegados a las pantallas de sus celulares. En otra cosa.

¿Recuerdan la carta de renuncia del profesor uruguayo Leonardo Haberkorn, que se volvió dramáticamente viral y profética en septiembre de 2016? “Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook –señaló el docente universitario, navegando en un mar de desilusión-. Me ganaron. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies”.

Respeto. De eso habla el educador. El desatento es, sobre todo, un irrespetuoso. ¿Han ido a un seminario, a un congreso? Puede declararse vencedor el conferencista que capte al 20% del auditorio. Y tiene que hacer malabares, como si trabajara en el Circo del Sol. Los otros, la mayoría de los asistentes, están metidos en celulares, tabletas y computadores o charlando en guachafita abierta y descarada. ¿No es cada vez más frecuente que toque pedir atención, silencio, respeto, señores?

¿Han visto lo que son las reuniones, las juntas, los comités? ¿Lo que es charlar hoy con otra persona que vive de pispirispis? ¿Cómo es posible que a lo mal que comemos le hayamos agregado la absoluta desatención a la hora de comer, por estar pendientes del celular?

El síndrome de la absoluta falta de atención campea victorioso por el mundo.

Adam Alter planteó en su libro ‘Irresistible: The rise of addictive technology and the business of keeping us hooked’ que los productos tecnológicos como los celulares crean una dependencia real. “En el pasado pensábamos en la adicción como algo ligado mayormente a sustancias químicas: la heroína, la cocaína o la nicotina. Hoy existe el fenómeno de las adicciones conductuales, como que la gente pase casi tres horas al día pegada a su celular -le dijo el psicólogo social al ‘The New York Times’-.

¿Por qué?

Hay quienes dicen que en la parte académica, dictar clases como se hacía 20, 10, 5 años atrás es pelea de toche con guayaba madura. Eso puede ser cierto. Hay que entrar en una nueva era porque los habitantes del mundo de hoy son otros y su sintonía fundamental es con el celular y no con la vida real, próxima, inminente. Por eso resulta tan dramático que la gran lucha educativa de nuestra patria sea negociar con Fecode y no establecer un sistema pedagógico para nuestro tiempo y el inmediato futuro.

El gran maestro chileno Claudio Naranjo pide que dejemos de botar información en las clases, que para eso está internet. Maestro Google. Profesora Wikipedia. Y que más bien orientemos y pasemos a educar las emociones: la academia del corazón, el magisterio de las relaciones sanas.

Pero la desatención tiene otras razones. Expongo algunas y acepto propuestas.

Una: el afán. Como la unidad métrica temporal de hoy es el instante, la atención es pérdida de tiempo. Es mínima, entonces. Todo tiene que ser ya. Y rápido, papá. Hemos trasladado el principio de la cadena de montaje de Ford a nuestros actos cotidianos. “Todo pasa y nada queda”, parece ser el lema contemporáneo.

Y hay otra. Esa sí la practican con fruición los jóvenes. La multifuncionalidad. Hablar por celular, trabajar en el computador, oír música, comer, ver televisión y atender a los presentes. Entre otras.

¡Las mujeres que manejan carro eran las únicas capaces de hacer ese montón de cosas a la vez!

Está demostrado que podemos aumentar la multifuncionalidad, pero que eso lleva la atención al matadero. Y que así, la mayor parte de las cosas se hacen a medias. No se aprende, no se capta, no se asimila. Y la respuesta tiende a ser deficiente. Algo, mucho se queda por ahí.

Además, esa dispersión está arrasando relaciones y acabando afectos. La confianza reducida como indicador del país, está cada vez más bajita entre amigos, colegas, parejas, familias. La vida virtual se está imponiendo a la real. Recuerdo la insólita situación reciente de una madre y sus dos hijas, vecinas de mesa en un restaurante. Se sentaron, pidieron, comieron y se fueron sin dirigirse una sola palabra. Prefirieron “dialogar” con sus celulares.

Hay que devolverle a la vida real el poder de contactarnos. Conectarnos con seres humanos de carne y corazón. Con sus emociones. Es difícil. Hay que entender historias y eso espanta. El celular es mágico. Poderoso. Pero nosotros tenemos instrumentos potentes: interés por el otro, dedicación, escuchar más y hablar menos, hacer que los diálogos no sean un torneo de yoísmo, compasión, amor, perdón…

Les dejo el tema. Presten un poco de atención a su alrededor.

O pongan…

 

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