Designio fatal: en el 2050 habrá más plástico que peces en los mares.
Hay quienes sostienen que el sistema capitalista lleva en sí mismo las semillas de su destrucción. No se trata de una enrevesada variante de la exégesis comunista, sino una simple lectura de su desarrollo, a propósito del nuevo impuesto de los devaluados 20 pesos que deben pagar los clientes de los supermercados por cada bolsa plástica que requieran para empacar sus compras.
Vamos a plantearlo de forma sencilla: el capitalismo ha sido voraz y nefasto, por ejemplo, para la naturaleza del mundo. Ha consumido recursos no renovables y ha llevado a extensas áreas del planeta a la desertificación y la agonía. Y con ellas a especies de las que simplemente volveremos a saber a través de referencias de nostalgia.
Su efecto de ruina sobre el trabajo tiene pensando a quienes compran productos baratos, las fantasías de esas enloquecedoras rebajas de ocasión. Ya hay quienes han comenzado a preguntarse si vale la pena lucir una ganga que emplea para su producción a niños y mujeres en barcos sibilinos, está hecha con fibras adversas a la salud o en su recorrido por el mundo evade leyes y embolata impuestos.
El plástico es ahora uno de esos materiales de dos caras. Es clave en la economía mundial y con él se fabrican innumerables objetos que crean bienestar para millones de personas. En 2015, la producción mundial de esta belleza escaló las 322 millones de toneladas. Y el ritmo continúa, en el 2050 será cuatro veces esa cifra. La industria mundial del plástico factura 750.000 millones de dólares al año.
Su ciclo de destrucción es sencillo: es barato, se usa para crear productos desechables, contamina el planeta en una andanada de muerte. Cada año, 13 millones de toneladas navegan y se sumergen en los océanos.
Designio fatal: en el 2050 habrá más plástico que peces en los mares.
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La polución plástica hace necesario otro Acuerdo de París.
La alcabala de la bolsa
Por eso bienvenida la medida normada desde el 28 de abril de 2016 (firmada por el entonces Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible Gabriel Vallejo López), que entró en vigencia desde el primero de julio de 2017, para el uso de bolsas plásticas en este país de chuspas.
Busca controlar “la distribución incontrolada de bolsas plásticas en los puntos de pago de Almacenes de Cadena, Grandes Superficies Comerciales, Superetes de Cadena y Farmacias de Cadena, y el uso inadecuado de las mismas por parte de los consumidores…”
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Creo que las ventajas de parar ese proceso de autodestrucción, en el que tienen responsabilidad compartida fabricantes, distribuidores y consumidores, están categóricamente expresadas en el artículo Las bolsas plásticas nunca han sido gratuitas, escrito por Jaime Andrés Benítez Cuartas en su blog Ambiente Urbano.
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Quiero plantear –más allá de los malabares contables que demande al comercio–, que me parece una medida tímida y mojigata, que tiene el principio filosófico nacional del “sí pero no”.
Según la industria del plástico, los colombianos vienen haciendo bien la tarea: en lo que va del 2017 redujeron su consumo de bolsas en un 27%. “Se estima que el recaudo del nuevo impuesto ascenderá a 72.500 millones de pesos en el segundo semestre si la demanda de bolsas se reduce 25 por ciento (el país consume unos 8.500 millones de unidades por año) y a 47.000 millones de pesos si cae 75 por ciento, el escenario más optimista –señala el artículo referido sobre el Acuerdo de Paría–. La reforma tributaria no estipula una destinación específica para este dinero, que llegará a las arcas de la Nación por intermedio de la Dian. Aunque el objetivo del tributo es desincentivar el uso de bolsas plásticas, es probable que aumente la demanda de las que se venden para la basura de las casas –exentas del gravamen– porque muchos hogares usan para ese fin las del supermercado”.
Exentas también las tiendas de barrio, la medida es un analgésico. Es decir, un remedio de mentiritas a un problema de dimensiones tan catastróficas. Pañito de agua tibia. Desprenderse de 20 pesos no será un problema para los clientes de grandes superficies. La fórmula es esta: la bolsa debería costar más para que el recaudo impositivo fuera menor en menos tiempo. La resolución determina que en 2020 valdrán 50 pesos, momento en que 50 pesos no valdrán nada.
“Este material es una amenaza grave para la vida silvestre. Miles de gaviotas, pingüinos, ballenas y tortugas han muerto tras enredarse o ingerir residuos de este. Y puede que tampoco sea tan inocuo para los humanos. Si bien los plásticos que se usan, por ejemplo, para empacar alimentos generalmente no son tóxicos, la mayoría sí contiene sustancias químicas como los plastificantes –que pueden afectar el sistema endocrino– o los aditivos antillama –que pueden ser carcinógenos o tóxicos en concentraciones altas–. Estas sustancias pueden llegar al océano y, mediante las cadenas alimenticias, a nuestros platos”.
Grave. Asunto muy grave. De un valor muy crítico que supera un precio de 20 pesos. Hay que hacer una campaña contundente que busque llegar a la conciencia de los consumidores. Acopiar a los productores a ser parte de la causa. Incorporar a universidades y centros de investigación en la solución. Incentivar el uso de la talega de tela individual, con beneficios de puntos o descuentos en las cajas.
Como señala el artículo citado, en palabras que vienen bien a propósito de esa característica del capitalismo con la que comenzó este artículo, hay que ponerle firmeza y valor a la resolución de “un flagelo global de cuya creación somos enteramente responsables, y cuya solución también está enteramente en nuestras manos”.