Frente a las imágenes majestuosas del Libertador Simón Bolívar, surgen siempre las mismas preguntas. ¿Quién fue, en realidad, este prócer sempiterno, deificado recientemente en la república bolivariana? ¿Qué tanto sabemos de su historia, apabullados por cuadros y estatuas que no tienen ni parecido físico con quien las inspiró?
Así como escribí para el 20 de julio las dudas serpenteantes que lo descalifican como “El día de la Independencia”, me adentro en reflexiones sobre el vencedor de la Batalla de Boyacá, festejada con pompa en otro vacacional 7 de agosto.
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http://blogs.eltiempo.com/motor-de-busqueda/2017/07/20/que-venga-fernando-vii/
La reflexión es propicia por las situaciones en Venezuela y las raíces que sustentan sus dos dictaduras recientes en el pasado de un déspota.
Mala sangre
Por las venas de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco corría sangre de maldad. Su padre, Juan Vicente Bolívar y Ponte carga una leyenda negra del siglo XVIII en sus extensas tierras de los valles de Aragua, donde ejercía su poder de terrateniente y encomendero. Era conocido como un consumado violador y corruptor de menores de edad. Disfrutaba abusando de niñas indígenas.
Cercano en edad al medio siglo, casó con una rica heredera que bordeaba los 14 años. A María de la Concepción Palacios y Blanco le transmitió la turberculosis, que heredó su hijo Simón.
En esas tierras de nadie, donde era desbocado el ejercicio del poder, el pequeño Simón les levantaba la mano a los sirvientes. El futuro consumado jinete y épico bailarín comenzaba a sembrar los hitos de su carrera en las armas. De la cual aprendió, sobre todo, a pasar por las armas. Y a traicionar, como lo hizo con Francisco de Miranda, según relata Carlos Marx en su ensayo “Bolívar y Potes”.
Decreto de muerte
El escritor e historiador Pablo Victoria ha escarbado en las otras sombras de Bolívar, y vertido sus hallazgos en polémicos libros. En 1813, el Libertador en ciernes confiesa que no tiene piedad con europeos y canarios. Por donde pasa, deja muerte y desolación. Hace fusilar a 69 españoles sin fórmula de juicio.
Su subalterno Juan Bautista Arismendi –con quien compartía la tragedia de haber perdido a sus esposas–, le sirve de instrumento para aplicar el llamado “Decreto de guerra a muerte”. En febrero de 1814, y por órdenes de Bolívar, fusilan en Caracas a 886 prisioneros españoles. En la orgía de exterminio caen después los enfermos en el hospital de La Guaira, cercanos a 1000.
Las referencias señalan que ante la ausencia de pólvora, la ejecución se producía con sables y picas. Las agonías se resolvían con pesadas piedras que aplastaban las cabezas moribundas.
“Por eso Castillo y Rada se referían a Bolívar y a los suyos como los antropófagos de Venezuela –señala Victoria–. Con ellos aprendieron los neogranadinos la violencia y el asesinato”.
Aseguran que su crueldad era patológica y brutal su gusto por la carnicería humana. En la idílica hagiografía del héroe, se describen sus llegadas a las ciudades como paseos triunfales frente a bellas muchachas que le lanzaban flores y lo coronaban, misma labor con la cual él les correspondía después de los bailes.
Otra versión asegura que el anuncio de la presencia inminente de Bolívar solo producía pánico. Caracas, Pasto y Cartagena atestiguan los desmanes enfebrecidos de sus tropas, a las que autorizaba abusos inenarrables. Su famosa llegada a Santa Fe, inmortalizada en la pintura, fue anunciada así: “… va a presentar un espectáculo espantoso de desolación y muerte… Llevaré dos mil teas encendidas para reducir a pavesas una ciudad que quiere ser el sepulcro de sus libertadores”.
Las decisiones que las personas toman, corresponden en su gran mayoría a su tiempo, a su lugar y a la información que borbotee en sus mentes. La imagen de Bolívar es platónica. Cabalga en sus delirios y promesas de libertad, en su admirable campaña, en las mujeres seducidas y en su tránsito desolado hacia Santa Marta, que Gabriel García Márquez recreó magistralmente en El general en su laberinto.
La contradanza
El estudio de la historia obliga a confrontar puntos de vista. A entender, con lo expuesto someramente aquí, lo que Bolívar le escribió a Santander el 7 de enero de 1824: “…me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor”.
Según Pablo Victoria, Carlos Marx, en carta dirigida a Engels, fechada el 14 de febrero de 1858, asegura que Bolívar “es el canalla más cobarde, brutal y miserable”. Y añade: «La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar«.
La historia, como ven, está hecha de muchas historias.
Daniel Gutiérrez Ardila, profesor del Externado y doctor en historia de la Universidad de París, publicó en 2016 un extenso estudio sobre “la restauración en la Nueva Granada”. En el documento, base de la exposición, el investigador explora el mito de la Reconquista, cómo surge y qué inconsistencias presenta. Concluye, entre otras cosas, que sin los relatos sangrientos que construyeron políticos e historiadores del siglo XIX, la historia heroica de Simón Bolívar perdería peso. No obstante, tampoco se trata de negar las ejecuciones y los mecanismos de terror que utilizó Morillo en algunas regiones del país. http://www.semana.com/cultura/articulo/la-reconquista-no-fue-como-la-pintaron/538481
PUBLICADA ORIGINALMENTE EN PORTAFOLIO 04.08.2017
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http://www.compartelibros.com/autor/pablo-victoria/1
https://www.las2orillas.co/la-masacre-de-navidad-que-le-propino-bolivar-a-los-pastusos/
https://www.youtube.com/watch?v=L0k3LsLRh1Y
https://www.youtube.com/watch?v=Njj8aLdh-VU
https://www.youtube.com/watch?v=LGgV3xs2Tp4