Aunque la oración primera de los niños que residen en hogares católicos es aquella que clama por al amparo del Ángel de la Guarda, la plegaria por excelencia -inspiración y núcleo de la celebración eucarística- es el Padrenuestro.

Fue enunciada por Jesús como el epítome del correcto modo de orar y se instituyó con la preeminencia de la sencillez, que no es otra la forma cómo nos escucha Dios.

Los evangelistas Mateo y Lucas refieren este momento supremo, pero lo ubican en distintos lugares. Para el primero es una acción colectiva de Jesucristo en el Sermón de la Montaña. El segundo sugiere que fue una plegaria personal e íntima camino a Jerusalén, transmitida después a los apóstoles.

Hace aproximadamente diez años, comencé a componer una versión musical del Padrenuestro. La tonada nació suave y profunda, y se  desarrolló con cierta facilidad, pero no pude hacer que comulgara adecuadamente con la letra. La guardé, y preferí arraigarme en el  amor y la desilusión, vertiendo sus emociones en dos CD de boleros y baladas.

“Son de Colombia” fue realidad gracias al talento desbordado de Danny y Angie Vengoechea. Él hizo los arreglos, la musicalización y la interpretación, y ella me regaló su bella voz en un tema de ausencia que titulé “Yo sé muy bien”.

Luego vinieron las canciones de “Tu amor”, más íntimas y sentidas. La conversión de mis semillas en arreglos vistosos y musicalizaciones de lujo fue posible gracias a la admirable capacidad armoniosa de Yezid Vanegas, y a las voces pulcras de Carolina Rey y Daniel Bustos.

Con Yezid Vanegas realizamos “Palabras de amor”, una canción compuesta especialmente para acompañar mi libro “En boca cerrada”. Fue mi primer contacto con la alabanza. Y sin embargo, también, la despedida de mi gusto por componer canciones, avasallado por la lucha cotidiana y los rigores de la escritura y del periodismo.

Llegó abril de este año. Y sucedió el derrumbe de la fantasía. Y me acogí a poner en las manos de Dios asuntos cuya resolución se había salido de las mías. Algún día tenía que abdicar de mi insolencia. Entonces recibí como una epifanía la tonada de “Padre Nuestro”, silente durante una década. Y me empeñé en su elaboración amorosa.

Confiado, la deposité en Yezid, que ha crecido musical y técnicamente de una forma inimaginada. Transmutó mi primer sello de melancolía en acordes más jóvenes y vibrantes, y la dotó de una fuerza espiritual conmovedora. Chay Molina la grabó en México. Y con los músicos Georges Fetis y Harold Ruge realizamos un video agraciado con la técnica fílmica del dron, en las entrañas de la Catedral de Sal de Zipaquirá, donde lanzamos “Padre Nuestro” el viernes 1 de septiembre, cuando comenzaron a circular estas palabras.

¿Se puede cantar el Padrenuestro? Hay muchas versiones en YouTube, entre ellas, una andina y otra con la melodía bella de “Los sonidos del silencio”. Nos hubiera gustado que esta propuesta hiciera parte de la tupida agenda de ofrendas para el Papa Francisco, pero ya estaba clausurada.

“Padre Nuestro” se está esparciendo por Internet como peces multiplicados. La alabanza está hecha. Y con ella va la gratitud por todo lo que Dios me ha dado.

 

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