Ocupado en aplacar las tempestades del carácter humano de los colombianos, envueltos en un huracán de rencores e intolerancia, el Papa Francisco hizo referencia tangencial en sus sermones y epístolas enunciados durante su visita, a cómo está sufriendo la que él llama nuestra casa común.
Sí: el desastre de la tierra.
Al que aludió el 24 de mayo de 2015.
“Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que gime y sufre dolores de parto (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Es un aparte de la Encíclica Laudato Si (laudato si’, mi’ Signore, “Alabado seas, Mi Señor”, cantaba San Francisco de Asís). Y esta reflexión ecológica y planetaria del Papa Francisco viene como anillo al dedo cuando arde el Caribe huracanado y sus llamas de vientos se extienden por La Florida.
Irma se puso pesada
Al momento de escribir esta nota, el gobierno de los Estados Unidos ya había declarado el estado de catástrofe natural para Florida.
“Irma” recorría la costa, degradando a 2 su categoría de muerte. Es ya el huracán más fuerte registrado en el Atlántico, un fenómeno que alcanzó la categoría 5, “incluso antes de llegar al Mar Caribe, más caliente que el Atlántico”.
Su paso ha sido una saga de terror. En esa miscelánea de islas y acentos que es el Caribe, arrasó con las islas Vírgenes, Barbuda, Antigua, San Bartolomé y San Martín. Dejó destrozos a su paso por Puerto Rico y Cuba. Tocó Haití y resulta milagroso que en República Dominicana, adonde llegó potente y destructor la noche del miércoles 6 y se alojó en sus costas llenas de turistas el jueves 7, no haya ocurrido una tragedia.
La masa arremolinaba vientos de 300 kilómetros por hora y se movía a no más de 20.
Era una confabulación letal.
El gobernador de Florida –adonde se dirigió el viernes por la noche luego de levantarse al norte desde las costas de Cuba–, Rick Scott, no dejó de insistir en que el huracán era “catastrófico”, el peor que el “estado nunca ha visto antes”.
Llevaba 33 horas circulando endemoniado. Los daños causados se calculaban en 10.000 millones de dólares. Faltan reportes de otros municipios, especialmente donde viven los pobres, que siempre reciben impactos mayores. Entodo caso, la suma ya está entre 20.000 y 40.000 millones de dólares.
Irma golpeaba el sur de los Estados Unidos 15 días después de que su hermano Harvey azotara a Texas y Luisiana. ¿El saldo? 60 personas muertas y daños que sobrepasan los 180.000 millones de dólares y afectan especialmente la producción petrolera.
En el Caribe se quedaron Katia, extinguiéndose, digamos, y José, un bravucón que ya está en la Categoría 4, que podrá repasar dla calamidad en Antigua y Barbuda, pero ojalá se trague su ira en un punto del mar.
Y vienen más
La Tierra, nuestra «Casa Común”, tiene dolores de parto.
No había acabado de llegar Irma a República Dominicana, cuando tembló en México. Fueron 8,2 en la escala de Richter. Terremoto. Más desastre.
Y está anunciado que de ahora en adelante los huracanes serán más intensos. El calentamiento global aumentará su fuerza. Habrá más fenómenos de categorías 4 y 5 en este siglo, que los que hubo en el siglo XX. Los huracanes capturan su energía destructiva del calor del océano y la mar está ardiendo.
Anders Levermann, científico climático del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, asegura que el cambio climático puede “exacerbar gravemente” el impacto de los huracanes. “La combustión de carbón, petróleo y gas calienta nuestro planeta y, de esa forma, suministra energía para el desarrollo de tormentas tropicales cada vez más fuertes”, añadió Levermann.
Te hablo, Donald
El Papa Francisco ya está en Roma. Atravesó la gran mar turbulenta.
Pronto oiremos de nuevo sus palabras sobre nuestra Tierra.
Tan ciertas.
Tan proféticas.
«El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar, y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable a cada fenómeno particular«.
El Papa se refería en la encíclica citada a aquellos que tienen más recursos, más poder económico o político. Y cómo enmascaraban los problemas y ocultaban los síntomas del cambio climático.
Como si se estuviera dirigiendo a Donald Trump.
A tantos otros…
Sobre la magnitud del desastre no hay consenso. Tampoco sobre la forma de asumirlo.
«Por supuesto que lo deseable es llegar a un consenso sobre la evidente responsabilidad de la especie humana en el calentamiento del planeta, pero toda la energía no puede concentrarse en esta discusión –señala el editorial de El Tiempo del 12.09.2017–. Puesto de otra forma: un acuerdo sobre este asunto no es prerrequisito para que los lugares más vulnerables comiencen a dar pasos en la tarea de la adaptación. Hay que trascender tanto el escepticismo de una orilla, que pretende seguir con estilos de vida nocivos para el planeta, como el fatalismo de la otra, por momentos más dada a pasar cuentas de cobro que a construir resiliencia. Y ambos extremos son proclives a ocasionar pasividad, el peor panorama: uno, por la negación de la realidad y su interés en que persistan formas de vida que no son sostenibles; el otro, porque cae en el error de exacerbar sentimientos de pánico que finalmente conducen a la parálisis y plantea escenarios apocalípticos frente a los cuales la gente siente que ya poco o nada puede hacer. Y no es así. Está en nuestras manos dejar un planeta habitable a las nuevas generaciones».
Por el contrario, Andres Oppenheimer –que escribe en El Nuevo Herald, desde Miami y detrás de los sacos de arena que lo protegen de «Irma»–, piensa que el asunto sí está mal y si tiene visos de Apocalipsis. «¿Cuántos desastres naturales y cuántas muertes harán falta para que ustedes escuchen lo que dicen los científicos más prestigiosos del mundo?». Le habla al presidente de los Estados Unidos. «Los negadores del cambio climatico, como Trump, argumentan que el mundo siempre ha tenido periodos más calientes y más fríos, y que la actual ola de calentamiento global es sólo otro más de esos periodos. Según esa lógica –y la de las industrias contaminantes que la promueven– la humanidad no tiene nada que ver con esto. Son fuerzas naturales, afirman«.
Vale la pena considerar los argumentos de Oppenheimer. Hay una referencia muy interesante a la forma cómo están disminuyendo los días del año «normales» en las ciudades del mundo, es decir, aquellos en los que la vida transcurre con un clima agradable y no mecida entre los extremos.
«Como suele suceder en épocas de profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera».
Por supuesto que lo deseable es llegar a un consenso sobre la evidente responsabilidad de la especie humana en el calentamiento del planeta, pero toda la energía no puede concentrarse en esta discusión. Puesto de otra forma: un acuerdo sobre este asunto no es prerrequisito para que los lugares más vulnerables comiencen a dar pasos en la tarea de la adaptación. Hay que trascender tanto el escepticismo de una orilla, que pretende seguir con estilos de vida nocivos para el planeta, como el fatalismo de la otra, por momentos más dada a pasar cuentas de cobro que a construir resiliencia. Y ambos extremos son proclives a ocasionar pasividad, el peor panorama: uno, por la negación de la realidad y su interés en que persistan formas de vida que no son sostenibles; el otro, porque cae en el error de exacerbar sentimientos de pánico que finalmente conducen a la parálisis y plantea escenarios apocalípticos frente a los cuales la gente siente que ya poco o nada puede hacer. Y no es así. Está en nuestras manos dejar un planeta habitable a las nuevas generaciones. Todavía. http://www.eltiempo.com/opinion/editorial/mas-adaptacion-menos-fatalismo-129694
VER
ENCÍCLICA LAUDATO SI’
https://www.aciprensa.com/Docum/LaudatoSi.pdf
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/andres-oppenheimer-es/article171974447.html#storylink=cpy
http://www.eltiempo.com/opinion/editorial/mas-adaptacion-menos-fatalismo-129694