El martes 31 de octubre, mientras en Colombia nos agasajábamos con el Día de las Brujas, y también celebrábamos el Día de La Biblia, en 500 ciudades del mundo se honraban los 5 siglos cumplidos por el movimiento religioso conocido como La Reforma Protestante.
Quienes estén interesados en el tema, podrán leer en Wikipedia detalles de cómo se desarrolló ese Día de Difuntos en 1517, a las puertas de la iglesia del Palacio de Wittenberg, Alemania. Recordemos que allí, se asegura, el monje Agustino Martín Lutero fijó sus famosas 95 Tesis, un cuestionamiento al poder y la marrulla de las indulgencias otorgadas y abusadas por la Iglesia Católica.
No quiero adentrarme en el intríngulis religioso. No me interesa. Podría desembocar en reacciones de polémica y extensiones sigilosas de odio. Y para meterme en esas honduras, ya es suficiente con la ira política y social que están destilando las redes sociales, las conversaciones de amigos y familiares y la vida cotidiana de esta confusa Colombia que estamos viviendo.
Quiero llamar la atención sobre una de las razones que produjo el estallido de La Reforma Protestante, reparar en uno de los elementos que potenció su efecto y establecer una comparación de circunstancias con el momento que vive Colombia.
¡Corrupción!
El poder puede, y por regla general, conduce al abuso. Pero el poder total, indefectiblemente, conduce al abuso total.
Eso pasaba en los albores del siglo XVI. El Papa regía la empresa mercantil de la iglesia erigido como un Monarca. La institución estaba al garete. “La Corrupción en las costumbres, ignorancia y demasiada sed de riquezas; carencia de vocación eclesiástica, olvido de las sagrados deberes religiosos y relajación de la disciplina, eran las manifestaciones de este estado de crisis”, leo en una información consultada para esta nota.
Si hoy se estila “el tráfico de influencias”, en aquella época se mercadeaba “El tráfico de indulgencias”. Para la construcción teológica de la iglesia, “una indulgencia es la remisión (perdón), parcial o total, del castigo temporal que aún se mantiene por los pecados, después de que la culpa ha sido eliminada por la absolución”. En pocas palabras, con cara pierdes tú y son sello gano yo. El asunto excedía a las personas y abarcaba a sus parientes muertos, a quienes era preciso destrancar de su estancia en el purgatorio.
Bueno, pues una parte de los clérigos había decidido vender indulgencias. Tanto pagas, tanto tú como tus muertos quedan perdonados. Había travesías negociando indulgencias, con fines tan disímiles como la construcción de la basílica de San Pedro en Roma o la compra ferial de obispados.
Resumo: hasta aquí tenemos el abuso del poder personal del Papa, en una figura no de servicio a la humanidad sino de su explotación. Y la pústula del afán de enriquecimiento económico, apoyado en la utilización de dignidades y cargos.
La difusión de las 95 tesis de Lutero y la lectura directa de La Biblia –no su interpretación acomodada por quienes tenían acceso a los escasos textos— fueron posibles gracias a un invento disruptor en la vida de aquellos tiempos y de los que vendrían.
Otro alemán, qué le vamos a hacer, llamado Johannes Gutemberg, había inventado más o menos 77 años atrás, la imprenta moderna, o sea, con tipos móviles. Su trabajo más reconocido es justamente la llamada “Biblia de 42 líneas” (las que le cupieron en cada página).
Con tan poderoso instrumento de comunicación, las ideas se regaron como pólvora, transitando de una manera inconcebible para los siglos pasados.
¿Y Colombia, qué?
Con todo el rigor que me pueda permitir, y sin la menor duda que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, aquí está pasando algo parecido.
El poder político ha corrompido el Estado. Los encargados de manejarlo, en sus distintas instancias, lo están saqueando y utilizando como vehículo de enriquecimiento personal, familiar y amiguero. La figura presidencial ha suprimido los mecanismos de contención, paladeándolos con el laxante del dinero para lograr sus fines. Esa es la verdad monda y lironda.
Y millones de colombianos están hoy mamados de que los roben y de tener un país sin autoridad ni fuerza para conducir a esta nación y a sus futuras generaciones, hacia propósitos y destinos patrióticos y globales de grande y verdadero calado.
Nuestra “Reforma” va a ser las próximas elecciones. Hay que tener mucho cuidado con el disfraz de algún mesiánico que se nos aparezca, porque estamos tan vulnerables y cargados de tigre, que nos puede meter en la encrucijada sin retorno. Pero en marzo, nos guste o no, se va a expresar un sentimiento de rechazo definitivo al sistema y a quienes lo están manejando como caja registradora.
Los corruptos. Los ineptos. Los malos servidores públicos. Los avivatos.
La imprenta de nuestros días es Internet y sus vehículos, las redes sociales. Por ellas está circulando el concepto motor “¡Despierta, Colombia!”, un poderoso Diablo Rojo para destapar nuestras conciencias atragantadas y movilizar nuestras voluntades indiferentes.
Parodiando lo que se decía de la iglesia de hace 500 años, en nuestro sistema político, corrupción en los procesos públicos, avivatazgo y demasiada sed de riqueza, carencia de vocación real de servicio, olvido de las sagrados deberes institucionales y relajación de la disciplina son las manifestaciones de la hecatombe.
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