Saludé a Radamel Falcao García durante una visita fugaz y sin embargo, jubilosa, que hizo a la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá. Tengo un recuerdo difuso del momento, pero creo que había terminado su paso victorioso por River Plate y se alistaba para dar el gran salto a Europa con la camiseta valorizada del F.C. Porto.

La presencia del ídolo fue posible gracias a que su tía Marlene Zárate, trabajaba en la empresa. La expectativa se desbordó en la laberíntica y monumental sede que se asoma a la Plazoleta de Las Nieves.

Stella Buitrago, la valiosa secretaria de la Gerencia de Comunicaciones de la ETB, abrió la puerta de la oficina, y lo anunció con la fanfarria de un pregonero. Tuve tiempo de agradecer a la vida por permitirme el honor de conocer a quien ya estaba inscrito en la historia del fútbol internacional.

Apareció entonces un muchacho vestido con una elegancia sencilla, su pelo ya característico de las fotos y los afiches. Con él su esposa bonita, la argentina Lorelei Tarón, con quien se conoció en la iglesia cristiana. Intercambiamos unas palabras, casi todas mías y de admiración, que él aceptó con una sonrisa. Nos despedimos, cuando ya el barullo lo raptó y desapareció en las ansias de quienes querían fotografiarlo y que les firmara un autógrafo.

Yo quedé con la sensación de haber conocido a un monumental ser humano, un poseedor de la verdadera grandeza, cuyo único ropaje es la más vistosa sencillez.

Falcao se adentraría en las ligas de Europa, cargándose de títulos con F.C. Porto, el Atlético de Madrid y el Mónaco, y haciéndole gambetas a un albur de lesiones que había comenzado al terminar el Torneo Apertura argentino de 2005.

Su historia de triunfo es tan conocida como la sombra que cobijó su vida durante el tránsito por el balompié inglés, cuando fue prácticamente desahuciado como futbolista, y la ausencia dolorosa de Brasil 2014.

“El tigre” ha regresado del que parecía un largo exilio en la fatalidad. En 2017 hizo 36 goles, sumados los del Mónaco campeón y la Selección Colombia. Estuvo en la lista para el Balón de Oro, fue distinguido en Colombia como el futbolista del año, ¡y estará en el Mundial de Rusia 2018!

En un país encriptado en el pozo séptico de la política y la corrupción, la parábola de Falcao es un ejemplo luminoso. Una parte de ese periplo entre el cielo y el infierno está relatado en el libro de Francisco Javier Díaz “Falcao, nacido para el gol”. La suya es una historia de coraje y redención que Lorelei ha plasmado en la canción “No me rendiré”, multiplicada en visitas de YouTube en un video dirigido por Simon Brand.

Para mí, este acontecer de Fénix del goleador samario tiene tres elementos vitales. Una mirada distinta a la adversidad, el acompañarse de las personas adecuadas y el poder de la Fe, el gran cayado que nos conforta para atravesar los desiertos. Y que en el caso del gran Falcao, le ha devuelto la fama y el renombre que nunca perdió, y que hoy saludo con el mismo honor que sentí cuando me dio la mano.

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