“Olé, el viaje de Ferdinand” es la más reciente propuesta de dibujos animados, en la que un animal se comporta con características humanas. Debe tener a los españoles en ascuas, pues su forma de ver la fiesta brava linda con la comicidad, comenzando por la afectada figura del matador.
La escena del indulto me remitió a la cinta “El niño y el toro”, que yo vi a comienzos de los años 60 en el Teatro El Cid. Y que implantó en mi corazón un rechazo total a la tauromaquia, del que no me salvaron ni los pasodobles, ni las manolas, ni Hemingway con su bello libro “Muerte en la tarde”. Por eso entendí a la niña que le preguntó espantada a su mamá cuando estaban toreando al buen Ferdinand –y aparecieron las banderillas, los picadores y la espada de la muerte–, si eso pasaba en la realidad.
Que los animales tengan sentimientos humanos no es nuevo. En términos masivos, se le debe a Walt Disney –no sin polémica con otros personajes— esa faena. El genio de Disney convirtió a la rata pestilente que asoló a Europa en la Edad Media, y que sigue siendo un azote de enfermedades e infección, en el encantador Mortimer, que luego terminaría como Mickey Mouse. Ya sabemos todos lo que esa fauna animada y fantástica ha hecho por nuestra diversión y la de nuestros hijos desde 1928.
Eso está bien, ahí. Digamos. Pero la forma cómo hemos humanizado a los animales, a nuestras mascotas o pets como otros los llaman, merece una reflexión.
Yo la hice a propósito de una situación que observé en Unicentro, pues los centros comerciales son el más reciente lugar conquistado por las mascotas. Dos damas impulsaban sendos coches, ocupados cada uno por distintos pasajeros. En uno, un bebé humano. En otro, un bebé perro. Divinos y tiernos ambos, para qué.
Luego leí una columna de mi amiga Cecilia López Montaño, que hizo un alto de Año Nuevo en sus acertadas observaciones económicas. La tituló “Unas vacaciones de perro”. Allí contó la suerte de Iggi, un golden retriever de una familia norteamericana de la que es amo y señor. El descanso verdadero fue para el can, que tuvo a todos los humanos a su servicio, prestado este con objetos especiales y costosos, y suministrado en su condición de jefe de hogar.
Esto de los objetos especiales para mascotas –para perritos, especialmente, a quienes denominamos “Bebés” o “El niño”— está alcanzando dimensiones de fábula. Leo que en Milán, modistos italianos crean ropa de exclusivo uso canino. “Los perros tienen su propio hotel de lujo en la India” se tituló un artículo aparecido en El Tiempo. Pipopet es un inodoro para mascotas… Y simplemente dénse una pasadita por Google para que vean todo el universo de utensilios que se crean cada día para las mascotas.
La película “El jefe en pañales” traía un planteamiento patético. La preocupación porque los humanos, en vez de niños, prefirieran encargar perros. O viceversa. No lo recuerdo.
Hay una corriente de creencias que aseguran que tratar al animalito como humano es lo peor que se le puede hacer. Quitarle su condición original, que es muy distinto de retirarle nuestro amor, lo confunde a él y nos esclaviza a nosotros. Creo que ese es uno de los planteamientos más claros de César Millán, el gurú de los canes.
Es una reflexión que hago. Nada más. Después vuelvo a acariciar a Balí, el inigualable yorkie de mi hija, cuya compañía es una dádiva de paz. Y a quien le hemos celebrado su primer aniversario con una torta y una fiesta especial, en la que nos dio mucha pena no haberle invitado ningún amigo, vecino o compañero de colegio.
Feliz cumpleaños, Balí
WWW.CARLOSGUSTAVOALVAREZ.COM
VER
http://www.eltiempo.com/vida/viajar/hotel-para-perros-en-la-india-166416
http://www.eltiempo.com/vida/medio-ambiente/el-colegio-que-permite-llevar-mascotas-170472