Cuando dormir se hace imposible, la voluntad para vivir se evapora por su propia voluntad. Louis-Ferdinand Céline.

No dormir. No poder dormir. No dormir lo suficiente. Dormir mal.

Cada día son más las personas que padecen esta desgracia. Que sufren los efectos de este detonador de males. De este gestor de genios irascibles, de cansancios inocultables, de disfunciones aparatosas. De intranquilidad y deterioro físico y mental.

Se añoran épocas juveniles cuando se podía dormir a pierna suelta. Cuando el reto, la dificultad, era despertarse. Se envidia a aquellas personas que se duermen paradas. Que pasan realmente una larga noche. O a aquellos que solo necesitan unas horas para mantenerse en acción todo el día.

No hablo solamente de las personas mayores. Pues la literatura es abundante sobre el hecho: que con el paso del tiempo se pierde el sueño. Personas que se despiertan con más frecuencia. Tienen muy breves estadías en el sueño profundo. Su devenir es el sobresalto.

No.

Hablo de personas jóvenes. Mujeres y hombres de edades diversas. De lugares diversos. De razas diversas.

No pueden dormir

Hacen lo que sea por ganarle esa partida al insomnio. Toman leche, valeriana, magnesio. Apagan luces, forjan rutinas, la almohadita, el sexo… que necesita dos despiertos.

Toman pastillas. El último, el peligroso recurso por aquello de la adicción. La falta de sueño los pone en una disyuntiva sin elección: mejor eso que quedarse como un bombillo.

¿Por qué no podemos dormir? Dormir bien. Dormir las horas necesarias para que nuestro cuerpo se repare y fortifique. Se sane.

Las explicaciones se precipitan como cascadas.

El trabajo, las preocupaciones, las relaciones tóxicas, la incertidumbre del mundo, del país, del barrio. El futuro. El presente. El pasado.

Tener que madrugar. El informe. La mala cara innata del jefe.

Las causas físicas. Una habitación cargada de aparatos eléctricos: pantallas HD, decodificadores, juguetes de vídeo, juegos, computadores, tabletas, celulares.

Celulares. Despertarnos de forma intermitente para ver el mensaje, el correo, las carajaditas de las redes sociales, lo último…

Los vecinos. La calle. Las sirenas.

La mente, la parlanchina…

La ovejita número 2 billones.

La energía cambiante del universo.

La despertada de las 3 de la mañana. Esa hora…

En fin, tantas cosas que puede uno escribir cuando ha pasado la noche en vela.

 

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