El discurso de Trump caló por la promesa de devolver a los Estados Unidos la grandeza y el poder perdidos.
El lunes 19 de febrero se celebró en los Estados Unidos el “Día de los Presidentes”. Quienes se abochornan de los disparates de Donald Trump pueden pensar que este único feriado estatal los cogió con el primer mandatario equivocado, que puede incendiar al mundo en un abrir y cerrar de ojos.
Yerran en lo primero y tienen razón al presagiar la hoguera.
Trump accedió al poder luego de la más sucia campaña electoral de que se tenga noticia en Norteamérica. La forma cómo consiguió tramar al Partido Republicano para su nominación y los términos vergonzosos cómo desarrolló la contienda contra Hillary Clinton, su oponente demócrata, son simplemente una saga en la historia del personaje.
Sin que la señora Clinton sea una perita en dulce, ella y su esposo, el inquieto Bill, fueron aplastados por las injurias de Trump, que los presentó como depredadores sexuales, dejando el suceso de Mónica Lewinsky como cuento de hadas. El avispero de odio que se desató cobijó al mono y a su cónyuge, a Obama, a los inmigrantes latinos, a los musulmanes y a una parte reciente de la historia gringa.
El discurso de Trump caló por la promesa de devolver a los Estados Unidos la grandeza y el poder perdidos. Ley y orden. Convocó a sectores de la población blanca y de clase media, que habían visto vulnerados sus ingresos y su “American way of life” por la intromisión laboral de los inmigrantes, asimilados como escoria en los discursos del aspirante republicano. Y por el fracaso gubernamental para resolver esa injusticia.
¿Cómo pudo hacer esto un promotor inmobiliario, paradigma del negociante sin escrúpulos, que tiene al dinero como fin sin importar los medios que deba emplear para conseguirlo?
Justamente por eso. Porque encarna, con carisma arrollador y rutilante capacidad de vender su imagen, el modelo del éxito a toda costa.
Bill Zanker (fundador de The Learning Annex) dice de su más rentable conferencista, en el libro “El secreto del éxito en el trabajo y en la vida”, exiguas palabras sobre el altruismo de Trump. Pero a lo largo del texto escrito por el mandatario queda claro que podría titularse sin agüero “Todo por la plata”.
Y eso gusta en los Estados Unidos. La “Conferencia sobre Riqueza”, que Zanker comenzó con Trump en 2004, estaba pensada para que asistieran 1000 personas. Llegaron 31.500 en Nueva York y completaría 70.000 en San Francisco, deslumbradas por la pedagogía del “moneymaker”. Que a pesar, por ejemplo, de las torcidas asociaciones para levantar su quebrado hotel y casino Taj Mahal, en Atlantic City, se catapultó desde 2004 hasta 2012 como un ídolo en el programa “El aprendiz”.
Trump presidente es una criatura concebida por Roger Stone, consultor y lobista, su primer director de campaña, uno de cuyos mayores orgullos es ser calificado como “una rata”. Inteligente y sagaz como pocos, Stone le propuso a Trump que aspirara a la presidencia desde 1988, pero este no aceptó sino 28 años después, cuando consideró que el país estaba hundido y que sólo él podría rescatarlo.
Lo anterior únicamente para tener en cuenta cuando la campaña presidencial colombiana se prenda y la ambición por el poder nos tiente a portarnos como “Stones”.
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