Las elecciones de Senado y Cámara y las consultas interpartidistas del 11 de marzo tienen dos ganadores indiscutibles: Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro.

Comencemos por Petro. En la Consulta llamada “Inclusión social para la paz”, la decisión de quienes se acerquen a las urnas está entre el candidato del MAIS (Movimiento Alternativo Indígena y Social), que tiene como símbolo una apetitosa mazorca, y de Colombia Humana, Gustavo Petro, y el señor Carlos Caicedo, de Fuerza Ciudadana.

Es claro que este segundo ciudadano, puesto ahí en condición de comodín, será ampliamente derrotado por su adversario, que se catapultará fortalecido con esa presea hacia las elecciones presidenciales del 27 de mayo. Jugada clara y sencilla. La plaza fuerte de Petro es Bogotá, ciudad que lidera la inscripción de cédulas, pasando de 217.945 en las elecciones de 2014, a 343.856. Le siguen Valle y Antioquia y después, Cundinamarca y los Santanderes.

Decir que Álvaro Uribe Vélez será también ganador es llevarse los vituperios de la mitad de esa Colombia que sigue dividida. Y sin embargo, es reconocer que una parte del país encuentra en el ex presidente senador al contradictor de un gobierno con el que no comulga. Uribe Vélez y su Partido Centro Democrático tienen, por lo demás, un trabajo legislativo que mostrar.  Han sido fuerza disciplinada y coherente en el Congreso, dando ejemplo de labor y seriedad. El voto preferente por esa colectividad en Senado y Cámara será categórico. Hay, también, muy buenos augurios para la Alianza Verde.

Creo que en la denominada “Gran Consulta por Colombia” ganará Iván Duque, del Centro Democrático, pero va a tener que sudarla. No entiende uno cómo se dejaron meter ese gol del Partido Conservador en la figura de Martha Lucía Ramírez y del tercer contendor, Alejandro Ordóñez.

Es posible que los partidos Liberal y Conservador colombianos reciban un castigo ciudadano, lo mismo que el Partido de la U –ganador en las elecciones del 2014– y Cambio Radical. Con el gobierno Santos, le quedaron debiendo al país por lo menos cinco grandes y urgidas reformas. Y terminaron, ante la opinión pública, untados de mermelada. En todo caso hay que recordar que análisis y encuestas son banderas de papel frente a la artillería pesada de la maquinaria.

El grupo poblacional definitorio en estas elecciones y en las presidenciales será la gran clase media urbana. En Bogotá, donde se ha consolidado el estrato tres, representa el 80 por ciento.

Ojalá no resulte derrotada la democracia por los mismos virus de siempre: la apatía, la abstención, el voto en blanco y los votos nulos en esos tarjetones complejos y enrevesados. Es de esperar que ante la tensión que existe para las presidenciales, y considerando, como advirtió la calificadora Moody’s, que el verdadero volcán de este país le queda al próximo gobierno, los ciudadanos entiendan la importancia de un congreso idóneo y mayoritario.

El potencial electoral nacional es de 36,024,467 ciudadanos. Ojalá los votos válidos superen con contundencia los 11 millones 96 mil 720 de las elecciones de 2014. Hay por quién votar. Y hay que votar. No puede ser el próximo un mandato débil ni presidencial ni legislativamente. O nos lleva el que nos trajo.

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