Julia Rosa Uribe fotógrafa colombiana vivió  en México por varios años y es el hilo conductor de una serie de quince historias de inmigrantes que  hacen parte de su proyecto,  Pasión y Guerra Inmigrantes en México DF, el cual  fue patrocinado por la Secretaria de Desarrollo Rural para la Equidad de los Pueblos. «Las fotografías  son de  gran formato,  a color, realizadas de forma análoga y luego  digitalizadas, me gusta  acompañarlas con los   testimonios más conmovedores de sus protagonistas».  Puntualiza Julia.
Su búsqueda se concentró en personas que hubieran llegado a México  animadas por una enorme  pasión hacia el  arte y en aquellas cuya  vida estuviera  marcada por la  guerra. Pasión y guerra, dos conceptos antagónicos que dieron  como resultado un trabajo de investigación impecable, que nos muestra  la cara amable de México.  Es así como Julia irrumpe con su lente en la vida cotidiana de quince individuos, logrando traspasar las barreras de la memoria,   desnudando la lucha diaria de un inmigrante,  escarbando  sus secretos, sus anhelos, sus frustraciones  y temores que en muchos casos alimentan  aún las  ataduras del pasado. Su acercamiento a este grupo  fue tan intenso, que  logró espantar hasta sus propios fantasmas.
Paz, libertad y trabajo
En medio de una sesión fotográfica los entrevistados se fueron despojando de sus vivencias  para compartir  el motivo por el cuál habían dejado sus países, qué les ha dado  México y porqué decidieron  radicarse en este bello país. Ellos son: Julio Mayo, fotógrafo  refugiado de la Guerra Civil Española; Rodrigo Telón Yucaté, líder político guatemalteco; Iris Leyva, pintora cubana ; Anne Charlot, diseñadora gráfica francesa; Leonor Ham Lim Lom, comerciante mexicana de origen chino; Jannett Kauffman una belga sobreviviente del Holocausto Judío; Azad  y Mamut Hossain, comerciantes de Pakistan; Veronique  Darelus, topógrafo haitiano; Lucy Garzón, psicóloga colombiana, fundadora del M-19;  Cesar Roches,  músico  hondureño; Damiana Orué, violinista argentina;  el  Padre Yacoub Badaoui,  Miembro de la Comunidad Moronita de México; Tembo Roll Brice Hilarion, futbolista del  Congo y Nelly Molina,  profesora uruguaya quien perteneció al grupo Tupamaros.
«Julio Mayo es una persona muy conocida en México», asegura Julia mientras me explica que no quería perder la oportunidad de conocerlo pues se acerca a los  cien años, es refugiado de la Guerra Civil Española y es el único sobreviviente de sus hermanos,  quienes fueron  reporteros gráficos durante la  guerra y al pisar tierra azteca  cubrieron  40 años de la vida social de México. Los hermanos Mayo utilizaron la primera cámara Leica y uno de ellos, Paco fundó la agencia Foto-Mayo en Madrid para distribuir fotografías a la prensa española y extranjera.
Julio  estuvo vinculado por  cincuenta años a  diarios,  revistas semanales o  quincenales, como  El Popular, Hoy, Mañana, La Prensa, Time y Life.  Llega  en 1947 con su esposa y un hijo de cinco meses, trabajó como ayudante de su hermano Francisco (Paco) Mayo, quien fuera piloto aviador desde los diecisiete  años y  en 1931 se retiró para dedicarse  al fotoperiodismo.
La producción fotográfica que realizaron fue enorme, cinco millones ochocientos mil negativos componen este acervo, el cual fue donado al Archivo General de la Nación de México, clasificados por temas: retratos de políticos, deportistas, boxeadores, toreros, etc.   Julio conoció a las grandes figuras de la época como Pedro Infante, Diego Rivera, Frida Kalo, Pedro Armendáriz, era amigo de todos  ellos. Cuando Julia le pregunto qué era  lo que más agradecía  a su país de adopción, el fotógrafo no dudo en afirmar: «México me dio paz, libertad y trabajo».
Una apreciación  similar tiene  Rodrigo Telón Yucuté, un líder comunitario originario de Guatemala, proveniente  de la comunidad indígena Choabajita.  A Rodrigo le estalló una mina Claymor  que  le desfiguró la cara y le hizo perder  un brazo, todo esto en medio de acusaciones que lo señalaban como  guerrillero. Después del fatídico accidente, sus amigos lo mantuvieron escondido y por las amenazas  salió huyendo  a Nicaragua, luego a  Cuba, donde  lo operaron varias veces, pues  sus corneas estaban quemadas. El soñaba con venir a  México porque la Biblioteca tiene un programa para ciegos llamado «La Computadora Parlante».
Rodrigo logró llegar al DF  en  diciembre de 1982, al principio  sobrevivió vendiendo dulces en la capital mexicana. Su sueño de  estudiar con la  computadora parlante se cumplió, en la biblioteca í ha podido continuar con sus estudios,  le graban libros, noticias, le leen sus correos electrónicos, de esta manera  se entera de las noticias y hasta ha podido leer a  Gabo al igual que muchos autores, pues encuentra el registro  en su cubículo, por capítulos.
Estas mismas calles de la capital mexicana han sido testigo del peregrinaje de Azad y su sobrino Mamut Hossain, este último fallecido por la influenza. Provenientes de  Bangadesh  se dedicaron juntos  al comercio de ropa Hindú. Provistos de una  bodega, Azad y su familia salen  por las calles con una maleta,  incluso a los mejores sitios de México como la Condesa y  la gente les compra. Azad  distribuye su ropa, muchas veces fía la mercancía a varias personas y  cuando la venden, le cancelan, así  han generado  empleos informales.
Un país hospitalario
Son varios los personajes que Julia encontró para ilustrar la pasión por el arte, esa pasión que hace posible la conquista de nuevos espacios y la aceptación del público. Prueba de ello es César Roches, un músico hondureño de la cultura de Garifuna,  aquella compuesta por  africanos que   hundieron las embarcaciones en donde los transportaban  y  llegaron  nadando hasta las orillas de San Vicente,  allí se mezclaron con los indígenas del Caribe y evitaron ser esclavizados.
La cultura  Garifuna tiene su  propia lengua y César es uno de los fundadores del grupo Black Men Soul, que tiene su sede en Ciudad de México,   ellos interpretan varios ritmos como la Punta, muy similar al pegajoso tema «Sopa de Caracol». Lo curioso es  que nunca interpretan cantos fúnebres en público, pues para los  africanos el tambor es un instrumento a través del cual se establece un código entre los vivos y muertos.
Julia confiesa que le  intrigó mucho este tema  y logró que César compartiera una experiencia sobrenatural,  muy íntima con ella: «Una vez estando en Chiapas en un concierto una persona del público  entró en trance  cuando interpretaron este ritmo y empezó hablar en lengua Garifuna y les advirtió  que no tocaran eso, que no era un juego. César se asustó porque dice que  era una persona con mucha sensibilidad espiritual y sus ancestros le  hablaron. Desde entonces, sólo interpretan cantos religiosos,  la punta y otros  ritmos.
La historia de Damiana Orué es interesante también. Esta  violinista gaucha  conoció en Argentina   al maestro Jorge Rissi,  quien la ayudó a desarrollar toda la  técnica, terminó la preparatoria y se fue a vivir a Uruguay donde estudió la licenciatura en violín. Allí estuvo siete años, se casó y empacó maletas para venir a  México.  El primer año fue un poco duro porque estaba descubriendo muchas cosas, de la vida y su profesión. Tomó  un curso de verano en la *UDLA en Puebla, al llegar al DF descubre muchas oportunidades laborales   y es por esta razón que decidió quedarse. Su esposo  interpreta Bossa Nova y  ella pertenece a la filarmónica de  Coyoacán e imparte clases de violín.
Memoria y olvido
Otras dos historias que hacen parte de su proyecto: Lucy Garzón y Jeannette Kauffmann , quien nació en Bélgica en 1931, es de origen Judío y es una sobreviviente del Holocausto Nazi. Jeannette  llegó hace 49 años a México y  recuerda toda la tensión que se vivía en su casa por la persecución Nazi, fue entonces cuando sus padres decidieron mudarse de Bélgica a Francia porque pensaban que allá iban a encontrar la libertad. Pero al llegar,  los aviones alemanes pasaban bombardeando, sembrando el terror entre la gente.
Su padre le entregó todo su  dinero a un amigo, quien después de la guerra dio todo por perdido y él pudo escapar, a Jannette la escondieron en tres conventos diferentes. Cualquier día la metían en uno y luego en otros hasta que recibió visita de su  papá con chocolates y se la llevaron al  Ecuador. Tiempo después, alguien le ofreció un empleo en México a su marido. Al llegar, encontró dificultad por el idioma, la manera de enfocar la vida, pero terminó por acostumbrarse. Durante muchos años trabajó en la embajada de Bélgica.
Por su parte, Lucy Garzón lleva más de treinta años viviendo  en México y sus heridas aún la estremecen. Ella fue una de las fundadoras del * M-19, pues  pertenecía a las juventudes comunistas en Cali Colombia, conoció a Jaime Bateman y  estuvo en la campaña publicitaria de expectativa que idearon y  cuenta que pautaban en la prensa diciendo  Ahí vienen, ya llegan para dar a conocer el movimiento. Sin embargo,  fue víctima de torturas en Colombia y por eso se refugió en México.
Martha Lucia Garzón Sarasti   es psicóloga  bailarina, tiene un trabajo con jóvenes que son hijos de padres colombianos y  nunca conocieron a sus progenitores, pues eran estudiantes que llegaron a la UNAM a especializarse,  embarazaron a sus novias mexicanas y nunca supieron de esos hijos. Lucy comenzó a reclutarlos hasta conformar el ballet Estampas Colombianas, el cual  tiene mucha tradición en  México. Ella les  ha dado apoyo psicológico y el baile ha funcionado como terapia. Algunos piensan ir  a Colombia a buscar a sus padres.
Lucy  fue víctima de  la tortura del ratón, el cual consiste en  introducir este roedor  en la vagina hasta que acabe con  sus órganos reproductivos,  por eso no pudo ser madre.  Al hablar de este drama no  señaló  a nadie, solo dijo que eran  personas que pertenecían a  grupos de  ultra derecha. Una vez en el DF  se casó, adoptó a todos esos niños y siguió con su vida. Con pesar reconoce que una cosa era  la teoría,  los cimientos del M-19,  pero luego en la práctica era diferente, aquello se volvió un prostíbulo, las mujeres tenían que servirles a los hombres. Lucy nunca combatió, era una activista, de hecho fue  una de las fundadoras de Casa Colombia del  M-19 en México que todavía existe. Este organismo le donó  el primer vestuario para su ballet, que es lo más importante en su vida. El horror quedó  atrás.
Después de conocer todos estos testimonios, Julia Rosa comparte el suyo  diciendo: «En esos  ochos años y medio que viví  en México estudié,  trabajé,  me enamoré, me desilusioné, me enfermé y  me curé. Fue  una vivencia interior muy intensa, allá me hicieron un tratamiento para curarme el cáncer en el Hospital de Nutrición. Siento  que  aprendí muchísimo de herbolaria, traje muchas plantas como el Cuachalalate, la Bardana,  el Muicle,   que  sirven  como  quimioterapia. Todo eso lo aprendí de personas humildes que se hacían el tratamiento conmigo».
Fotos: Julia Rosa Uribe.
Fotografía Julio Mayo tomada de Deputacion Da Coruña