@NataliaGnecco. «Pintar una buena obra es como hacer bien el amor «. Las palabras del maestro Almendrades interrumpieron el silencio que reinaba en la galería Alvi-11 de Santa Marta. Su franca sonrisa reflejó de inmediato esa libertad artística que defiende a capa y espada en su lienzo, esa que a veces lo vuelve rebelde, polémico y hasta jodido como él mismo lo reconoce, pero que nunca lo aleja de su identidad: ese niño pescador y leñador que ama los atardeceres en la bahía, que contempla el lento vaivén de las canoas en la ciénaga; aquel que no fue inmune a la tragedia del Parque Salamanca y supo plasmarla en su serie Humedales, como protesta por esta tragedia ecológica.
Ángel Almendrades goza de un merecido reconocimiento a nivel nacional e internacional. De alguna manera, su público ha evolucionado a la par con su obra, desde sus clásicos bodegones, a su periodo azul enmarcado por las leyendas del rio con sus esculturales mujeres o Cándidas, a su serie de músicos engalanados con flauta de millo y sombrero voletao, hasta sus últimas creaciones más ligadas a la abstracción, con un mensaje político contundente como lo vemos en los agresivos trazos de acuarela de su serie Humedales.
¿Que representan los humedales?
Los humedales resumen la tragedia que se vivió en el parque Salamanca, quien ve la obra ve el desastre, es semi abstracta. Tú ves la obra humedal y debajo hay caimanes, mucha fantasía, mitos, prioricé el discurso plástico sobre el discurso narrativo lo cual me permitió el juego libre, poder gozarme la obra y ahora está ganando un terreno en el mercado internacional. Es una obra trabajada con libertad, ese buena porque contiene arte, mucha reflexión y técnica. Amigos de la Universidad Nacional o La Universidad Jorge Tadeo me preguntaban si eran óleos, pero en realidad son acrílicos, esto es muy espontáneo, me permite jugar con la obra y encontrar resultados más rápidos.
¿Qué elementos están siempre presentes en sus pinturas?
Definitivamente, el paisaje de las ciénagas del río es una constante en mi obra. Ese espejismo que resulta cuando voy a los sitios, los admiro así la gente no entienda mi condición de observador, pues estoy viviendo sus olores, sonidos, todo ese paisaje me lo llevo y cuando regreso al estudio, afloran de una manera mágica. He tratado de hacer un diálogo constante entre la obra y yo. Es un dialogo bastante espiritual, porque la obra me habla, es muy hermoso, cada situación te genera una respuesta, estoy tan sensibilizado y abierto al diálogo, que se generan muy rápido las respuestas.
¿Cuál ha sido la obra que más le ha tomado tiempo?
Hay cuadros que demoran años, porque los* «enmochilo» , hasta que un día salta la liebre y los trabajo de nuevo, como hay otros que he hecho en dos horas. Lo importante es la respuesta, pues intento repetir la experiencia, pero no me sale. Hay muchos cuadros que me salen por accidente y tienen un discurso ecológico tremendo, mejor dicho vivo de accidentalidades.
¿Qué sucede en esos momentos de inspiración?
A veces tengo temas preparados, pero tomo un tarro de pintura, lo dejo chorreando, empiezo hacerle aguadas, es el lenguaje del trazo de la mancha, y elaboro un discurso, sin querer resultan manchas que han quedado cuando el petróleo llega al fondo del mar, pero yo no pensé en eso, pensé sólo en la estética de esa mancha. Por ejemplo trabajo mucho el color, azul, el verde, luces mágicas que me llevan a la cosa mística, esos manchas rojas las hice porque no me gustaba una negra que había hecho y quedó hermoso, me ha gustado mucho y el publico lo ha aceptado muy bien.
¿Cuál sería ese cuadro que siempre quiso hacer?
He ido explorando cosas, del hábitat, las ninfas, las cándidas y pero no había explorado los sabores del Caribe, hasta ahora que empecé a pintar manzanas, peras, uvas, ahuyamas, aguacates, etc. La idea era pintar lo que yo siento cuando abro un zapote rojo, carnoso, para que la gente sintiera esa impresión como el de las patillas. Es obvio que una patilla no se explota así, pero juego con ellas a nivel de sabores, al tiempo que introduzco un poco de razón política, social, de violencia y emoción orgánica.
¿También una connotación sexual?
La patilla revienta, entonces parece que hubiera una esperma, algo muy diminuto, eso tiene todo un discurso, la gente la analiza y me dice eso. Las ahuyamas, puras frutas con semilla y pulpa es como la idea de entrar en contacto con la humanidad de decir aquí estoy. He llegado a muchos espacios de reflexión y discusión política a través de mi pintura más social y filosófica.
¿Alguna vez se ha sentido frustrado luego de terminar de pintar una obra?
Siempre existe frustración, porque quieres hacer más, pero lo bueno es que a la vuelta de diez años vuelves a ver el cuadro y te parece fabuloso. Trabajo y trabajo hasta fatigarme, entonces lo dejo allí, los terminó después. A Veces no reconozco mis obras, un colecciona samario me invito a ver sus cuadros y me dijo ven mira esto hace parte de mi colección, yo le respondí es muy clásico, ¿de quién es? Era uno de mis bodegones que había hecho hacía muchos años. Asimismo, en Bogotá vi una obra que estaba colgada, y de repente le dije al vendedor de la galería, la obra quedó cruda, déjeme terminarla, la descolgué y me la llevé.
¿Existe respeto por el artista en Colombia?
Recuerdo que cuando fui a estudiar arte, mi papá me dijo te vas a dedicar a eso te vas a morir de hambre, son unos vagos, en ese entonces el artista era una especie de mendigo, recogido de la sociedad, pero ese concepto lo dejé a un lado conociendo este mundo y alimentando mi arte con los grandes maestros. Me gusta visitar museos y ver los maestros que han triunfado. Si una entidad oficial me invita a exponer, exijo el derecho por una obra que se ha madurado, que el público, los museos, las galerías ha consagrado, así mis colegas me digan que yo me las doy. Si la Alcaldía, Gobernación necesitan una obra mía, exijo cumplimiento, un seguro, porque una obra de arte vale y eso lo aplico tanto para el mercado nacional como internacional.
Usted es profesor de arte, ¿cómo se están forjando estos nuevos talentos desde la academia?
Lamentablemente, los maestros quieren mostrarle a sus alumnos lo que ya pasó de moda en Inglaterra, España o Alemania, quieren encasillarlos con lo que está de moda y el arte no es moda. Hay que estudiar esas experiencias pero pensar en cuál es su razón social, emotiva de lo contrario son actos son un poco mediocres en un trabajo de arte, por eso es peligrosa la academia porque encontramos muchos artistas que no han podido pintar se van a dar clases a la luz de conceptos frustrados. Me gusta la gente que se atreve a romper esquemas, debemos encontrarnos con nuestra razón cultural.
¿Qué le recomienda usted a sus alumnos?
He tenido alumnos muy destacados como Ricardo Chacin, quien viene haciendo cosas muy interesantes, también me gusta la obra de un muchacho guajiro, porque busca la mística de sus raíces y le habla a su cultura. No se trata de pintar solamente el Caimán, pero observen cuando los camaroneros van a pescar; la acústica del barco que se desplaza… Es la expresión bellísima de la naturaleza. No es que pinten las cosas igual, para eso está la cámara, pero hay mucha belleza, pues existen muchas formas de asimilar los lenguajes contemporáneos. Sin embargo, las escuelas de arte enfatizan lo que está de moda en los museos. Por eso me gusta Fernando Botero, quien a sus ochenta años, sigue siendo el Botero que a mí me gusta, franco, honesto con sus cosas, fiel a su arte a su cultura, colombiano, paisa cien por ciento. Por eso cuando me dicen eres muy costeño, eres muy Caribe, yo digo fabuloso, esa es la idea, río, el Caribe.
¿Cómo recibe las críticas que le hacen a su obra?
Un Eduardo Serrano va hablar mal de mi obra, porque yo no estoy en las instalaciones que él quiere que yo haga. Hay otros críticos que son incluso amigos míos, pero siempre me dicen qué hacen los demás artistas. Yo no sé si mañana hablarán de mí, de las cosas que he hecho, pero voy a ser terco y hacer las cosas bien hechas. En el caso de Obregón, de Jacanamijoy han sido hombres francos. Jaca viene de una jerarquía indígena, su papá es chaman, él ha estado más en el yagé, mientras que yo soy mestizo no indígena y tengo raíces muy españolas, luego mi forma de vivir el arte es diferente.
¿ Y qué tal es esa reflexión filosófica en la capital del Magdalena?
Está llegando mucha gente interesante a Santa marta, extranjeros, personas que han viajado mucho, que se fueron y regresaron para encontrar una ciudad privilegiada para vivir, porque cada vez que viajo descubro mas el potencial de esta bahía, la Sierra, sus afluentes estas bahías que tienen la misma ciudad con su historia y variedad cultural.
Finalmente, ¿a dónde quiere llegar con su obra?
En estos días estaba en un evento en Barranquilla en el Castillo de Salgar y me llaman de Pereira a decirme que necesitan una información adicional porque acaban de ver mi obra expuesta allá, entonces la obra comienza a circular como decía Gabriel García Márquez, pues sus libros estaban en Shanghái, cuando en realidad él estaba en México. La gente cree que estás donde está tu obra. Lo ideal es que la gente está motivada y mi obra esté en todas partes.
Fotos: Cortesía Ángel Almendrades