@NataliaGnecco
Cuando estaba en sexto grado, Pablo se enamoró de su maestra, una musa que muy seguramente lo inspiró a escribir, aunque todavía él mismo no sabe porqué lo hizo, tal vez influenciado por los medios de comunicación, me dice desprevenidamente, pero lo cierto es que con ese tierno sentimiento empezó a escribir una novela.
Pablo Urbanyi escritor nacido en Hungría llegó a Argentina a los ocho años y posteriormente se radicó en Ottawa, Canadá. Entre estos libros se encuentran -para mencionar sólo algunos- la palabra, Un revolver para Mack, Silver (1993, novela, finalista del Premio Planeta Argentino), Puesta de sol, El zoológico de Dios, la novela erótica, El número 125, y su reciente novela El zoológico de Dios II, presentada en Buenos Aires y Córdoba, con el auspicio de la Asociación de Estudios Canadienses y de los respectivos Centros provinciales.
Pablo fue también ganador del Premio Somos 2004 a la Expresión Literaria, Latin American Achievement Awards, Canadá y su ciudad natal, Ipolyság lo nombró Ciudadano de Honor por sus méritos literarios en diciembre de 2005. Es miembro del PEN Internacional y un afamado conferencista en Hungría, Estados Unidos, España, Argentina, Canadá y Alemania.
A muchos le causa curiosidad su máxima preferida: «escribir es un índice del fracaso, porque es preferible hacer que escribir» , pero él y explica: «las grandes novelas de amor es mejor vivirlas, hacerlas, llevarlas a cabo que escribirlas, entonces creo que muchas veces en otros aspectos se cumple esa norma. También lo dijo Sastre con un ejemplo muy tonto y banal al afirmar que si alguien llega a ser un gran jugador de fútbol no va a escribir un libro dando lecciones sobre el fútbol, lo vivió, lo hizo, lo lleva adentro».
Entonces ¿porqué escribir? Urbanyi sonríe y me explica: «»No lo tengo muy claro, solo sé que escribí mi historia de una maestra que se estaba muriendo en el techo de un edificio en llamas y yo tenía que rescatarla, entonces sentí el manotazo de mi profesora que me quitó lo que estaba escribiendo y me puso un cero. De allí nació algo que es el odio, uno de los motores para escribir. Mi maestra me devolvió mis notas pero me prohibió que escribiera historias en sus clases, entonces yo decidí que se quemara en el edificio».
Después de mi fuerte carcajada aterrizamos de nuevo en el motivo que nos había congregado, hablar sobre Puesta de Sol, una novela publicada por primera vez en Ottawa en 1997 y reeditada en Argentina en el 2009, es una de las obras de mayor impacto de Pablo, por algo se encuentra entre los escritores satíricos más destacados de la Argentina contemporánea.
Puesta de Sol transcurre entre Argentina y Canadá. Es la historia de una pareja cuyo primero hijo nace con una monstruosa deformidad causada por la espina bífida, un trastorno congénito cuyos síntomas incluyen parálisis, hidrocefalia y retraso mental grave, causando dilatación de la pupila con un efecto en los ojos llamado «puesta de sol», de ahí el título de su novela.
Es probable que esta enfermedad haya sido causada por la sugerencia de un médico que le dice a la madre que se vacune contra el tétano durante sus dos meses de gestación, después de haber tenido un leve accidente. Sin embargo, estas hipótesis nunca son probadas y se transforma en una denuncia contra la soberbia de los médicos. Frente a la solicitaría condición de saber qué hacer con un recién nacido con semejante condiciones, la pareja opta por desconectar el sistema de respiración artificial, pero los especialistas del hospital deciden mantener al niño vivo clandestinamente para realizar una serie de brutales e inútiles experimentos.
Al final el bebé muere pero no sin antes perjudicar la confianza mutua de la pareja. El padre, Pedro, es un rebelde inadaptado y la madre Ana quien es de origen Argentino-anglófono está por terminar sus estudios médicos. El sistema médico les causa un estrés excesivo llevándolos casi a la locura y a pesar que la novela rebela la crueldad de la medicina moderna, no cae en juicios de valor simplistas o contradicciones.
Pedro y Ana son víctimas de los médicos, al final de la novela el narrador cuenta sus encuentros imaginarios con el niño en campos cubiertos de nieve que se derriten. La estructura de la novela esta presentada en 75 expedientes que Pedro escribe a solicitud del doctor que se encarga del recién nacido. Urbanyi sitúa al padre del niño como narrador en primera persona, aunque el bebé se defiende con un humor satírico, la novela tiene un carácter profético ante el cuestionamiento del comportamiento de una comunidad médica.
¿Qué opina de la eutanasia?
No tomo partido en este momento, pero ofrezco mi libro. Es un tema con muchos pro y contras con muchos ejemplos infinitos por todas las investigaciones que hice sobre padres que dejan a sus hijos vivos y sus hijos se suicidan cuando pueden por los sufrimientos que padecen. Son tantas cosas que he descubierto, que no tengo una opinión definitiva y el libro es una reflexión, el posprólogo fue hecho por alguien que está a favor de la eutanasia, que leyó mi libro y le gustó muchísimo, algunos lo consideran un monstruo pero hacer un procedimiento de eutanasia no es tan fácil, pues cuando se decide hacer se reúnen los padres, un sicólogo, un sacerdote, los medidos, no se trata de llegar y desconectar al paciente y ya. Es más, hay enfermedades que yo no sabía siquiera que existían, tan crueles que creo que es un permiso la eutanasia. Si tiene o no la bendición del señor, no lo sé, pero digamos que no habría que esperar la bendición del Papa para estas cosas.
Puesta de sol le deja algunos interrogantes al lector. ¿Le gusta proponer reflexiones?
Me gusta adoptar una posición intermedia, que una obra termine en una proposición pero que el lector tenga la posibilidad de ponerla en duda. Tengo una gran influenciade autores como Julio Verne o Alejandro Dumas, cuyas novelas históricas son diez veces superiores a cualquiera de hoy. Por supuesto, a pesar de ser una fuente de conocimiento, no es eso lo que le pido a un Dostoievski o un Tolstoi con su La guerra y la paz. En escritores de esa talla el conocimiento está entretejido con el relato.
¿A cuántos idiomas ha sido traducido su libro Puesta de Sol?
Se tradujo al inglés, al húngaro, francés y ahora la novela está en Japón.
¿Qué opinión le merecen los escritores latinoamericanos que producen sus obras en otro país?
Los que llegaron con todas las armas necesarias para poder continuar y que regresan a sus países cada tanto para recargar las baterías como yo lo hago cuando voy a la Argentina, digamos por dos meses, ellos pueden conservar el idioma. Uno de los peligros más grandes que hay es la pérdida del idioma, el diluirse dentro de su propio trabajo y digamos que hay muchísimos escritores, pero veo siempre cierta inocencia en esa escritura, cierta ingenuidad, cierta repetición. Alguna vez Julio Cortázar que estaba en una competencia muy buena dijo que muchos escritores tendrían que leer más, para saber lo que ya se hizo. Yo no quiero estar acusando pero hay una especie de repetición que al final se vuelve muy monótona.
¿Se refiere a los temas?
Principalmente es la repetición en los temas, en los descubrimientos, que cada vez son menos, porque cada día estamos más globalizados, no es lo mismo haber llegado a Canadá hace treinta años, que llegar ahora. Por más que uno se escape de su país de origen al llegar a Canadá, ya ha encontrado muchas cosas en su propio país.
¿Se preocupa por mantener intacto el uso español en sus obras?
Primero no olvides que llegué a Canadá a la edad de 38 años, con dos libros publicados, entonces me dediqué a defender mi idioma, enseñé español también y al ver la dificultad que tenían mis alumnos para comunicarse pude tomar más conciencia de mi lengua, eso fue una ventaja y cada vez que vuelvo a la Argentina siento que me retroalimento. Y como sé que nadie es perfecto, doy a leer mis libros para que me los critiquen y es una revisión más profunda, igual a veces acepto las críticas y otras veces no, eso depende.
¿Utiliza corrector de estilo?
Si claro, porque creo que es imprescindible, así viviera en mi propio país, y eso es lo que veo que falta en Canadá, más crítica. La gente no se crítica mucho, se alaban demasiado y eso no es lo mejor. Por ejemplo yo no acepto más que me den libros para comentarlos, porque me he dado cuenta que me los dan para que yo diga que es muy bueno, que es extraordinario y no es así. Cuando yo hago mi crítica se enojan, entonces prefiero dejarlo así, no quiero perder más amigos escritores.
Finalmente, usted es un maestro de la sátira, ¿Qué piensa del lenguaje vulgar que adoptan últimamente algunos autores?
En una novela puede aparecer la palabra «mierda» una vez y va a tener fuerza y sentido, pero si aparece veinte o treinta veces ya es una vulgarización, así no tiene sentido, no tiene fuerza. Gabriel García Márquez en su novela «El Coronel no tiene quien le escriba», deja a su personaje, el Coronel que diga al final una sola palabra: «mierda», es extraordinario, allí tiene cierto sentido. No estoy de acuerdo con esa liberalidad de escribir, de exhibir, eso mata el misterio, mata todo lo que hay detrás. Es como si encontrara a una mujer por primera vez y se desnudara inmediatamente…qué horror! Si tenemos tiempo!