@NataliaGnecco
La celebración de la independencia de Colombia el 20 de julio de 1810 además de ser una fiesta nacional llena de desfiles militares, discursos, entrega de medallas o la excusa perfecta para que la diáspora colombiana se integre, canté el himno nacional o luzca con orgullo los colores de la patria, es también una fecha para reflexionar sobre la realidad que más nos duele, que para mí sigue siendo el reclutamiento forzado de menores por parte de los grupos ilegales.
Durante mi estancia en Canadá organicé dos veces consecutivas la festividades del 20 de julio en el parque Angrignon en Montreal y fue una experiencia inolvidable poder contribuir a la integración de la comunidad colombiana en la provincia de Quebec. Sin embargo, la mejor celebración de la fiesta de la independencia la hice siendo miembro del equipo técnico de *Agape, que por esa época promovía unas pasantías con los jóvenes ex combatientes de los grupos armados de Colombia, con el apoyo de Alas de La Esperanza, la OIM y el ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar).
En el 2009 tuve la oportunidad de ir a Ottawa para asistir a un diálogo entre los estudiantes de la Universidad de Carleton y cuatro menores ex combatientes de Colombia. Por un instante todos se despojaron del libreto original y hubo una conexión interesante entre quienes personificaban la vida después del horror y quienes no dejan de pedirle de todo a la vida. Más allá del intercambio de preguntas y respuestas; de correos electrónicos, sonrisas y miradas, en sus rostros percibí ese cuestionamiento que surge cuando se cambia a la fuerza de asiento o cuando alguien se ha llevado nuestro queso, parodiando al autor Spenser Johnson.
La realidad es que los menores en Colombia siguen siendo utilizados como «carne de cañón, como aseguran muchos informes de Human Right Watch. Algunos tienen la suerte de ser capturados en combate o escaparse y entran a programas de reinserción del Gobierno que sin ser perfectos nos permiten ver hoy a jóvenes ex combatientes trabajando en supermercados o en lujosos restaurantes en el norte de Bogotá.
Cuando presencié a ese grupo de ex combatientes en Ottawa sintiéndose estudiantes universitarios en el exterior así fuera por un día, no pude evitar pensar si estaban preparados para un cambio de vida, si realmente querían superar su pasado cuando su experiencia como ‘abejitas,’ como los bautizaban en la guerrilla pues eran capaces de picar antes de que sus enemigos se den cuenta que están siendo atacados; o su rol como «campanitas» como fueron llamados por los paramilitares, haciendo referencia al sistema de alarmas, había dejado profundas heridas.
La respuesta la encontré en Boris Cyrulnik, para quien la experiencia de estos jóvenes seria un manjar, pues es el autor del concepto de «Résilience«, un fenómeno psicológico que se presenta cuando un individuo afectado por un traumatismo toma conciencia de ese episodio traumático, lo aísla para no caer en una depresión y logra superarse. « Résilier » significa literalmente suspender, anular. El autor Cyrulnik quien vivió una infancia dolorosa, afirma que así como un material puede recuperar su forma original luego de un fuerte choque, los seres humanos que han sufrido por las guerras, incestos, violaciones, duelos o están afligidos por un pasado turbulento pueden ser capaces de amar, trabajar, formar una familia, si se les da la ayuda requerida, se les rodea de afecto, se les escucha e incluso el autor francés rompe con el estigma que los niños maltratados serán padres que maltratarán a sus hijos también.
Qué bueno sería entonces que todos los colombianos le apostáramos a la lucha contra el reclutamiento forzado de estos menores y a su reinserción social, ese sería otro grito de independencia para Colombia en pleno siglo XXI, en especial cuando las zonas de reclutamiento están plenamente identificadas. Prueba de ello es que *Mauricio Romero, coordinador del Observatorio del conflicto armado de la Corporación Nuevo Arco Iris, asegura que en términos de reclutamiento de menores la presencia de guerrilla y el narcotráfico son determinantes.
Romero enumera las zonas en donde en los últimos diez años se presenta con mayor impacto esta situación como – Nariño y Cauca (alrededor de 25 mil hectáreas de coca); -Caquetá ( 10 mil hectáreas) ; Golfo de Urabá hasta Norte de Santander, pasando por el bajo Cauca, el sur del Córdoba, sur de Bolívar, llegando a la frontera con Venezuela, con aproximadamente 16 mil hectáreas de coca y finalmente los departamentos de Guaviare, Meta, Vichada, con cerca de 16 mil hectáreas de cultivos ilícitos.
Ahora, el primer paso para rescatar a estos niños de Colombia de los horrores de la guerra comienza por dejar la indiferencia, el reclutamiento forzado de menores no es una lucha solamente del gobierno de turno, hay que apoyar los programas de reinserción, entender que estos jóvenes reinsertados son el futuro de nuestro país y empezar a ser parte de la solución.
* Agape por Colombia continúa trabajando por la reconciliación y convivencia.
* Cyrulnik, el es pionero de la teoría Résilience y es muy conocido por su libro Le murmure des fantômes.
*Investigación de Mauricio Romero tomada de la revista Semana
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