@NataliaGnecco

Luego de la visita del Papa Francisco a Suramérica, donde logró congregar cerca de 30 mil jóvenes católicos en Argentina son muchos los temas relacionados con la fe católica que han recobrado importancia gracias a su humildad, don de gentes y poder de liderazgo. Después de semejante recibimiento en Brasil es bueno recordar que así como el papa Francisco, son muchos los católicos que han sido auténticos en su fe, han dejado una huella imborrable e incluso sirven de inspiración constante a miles de peregrinos en el mundo.

Uno de ellos es Alfred Bessette, más conocido como el hermano André
quien fue un religioso canadiense, que perteneció a la Congregación de la Santa Cruz, en 1982 fue beatificado por el Papa Juan Pablo II y se convirtió en el primer santo canadiense canonizado por el Papa Benedicto XVI el 17 de octubre de 2010.

Pero ¿quién es el hermano André? Alfred Bessette fue hijo de una familia humilde y profundamente religiosa, su padre era armador de carretas y su mamá se dedicó a educar a sus diez hijos. Cuando fallecieron sus padres , André era menor de edad, pero trabajó de zapatero, panadero, labrador, herrero, después a los veinte años se fue a los Estados Unidos, donde se ocupó de ranchos y molinos por un tiempo.

En 1863 ingresó a la Congregación de Santa Cruz en Montreal e hizo sus votos religiosos en 1866. Según los cronistas, desde muy joven fue un hombre visionario y cuentan que en el año 1900 cuando se le apareció San José adquirió el don de sanar a los enfermos, convirtiéndose en un ser muy especial, pues con mucha devoción le untaba aceite a los afligidos mientras oraba fervorosamente por su recuperación, invocando siempre a San José. Su humildad y entrega a los demás eran sus mayores cualidades, son muchos los milagros atribuidos en vida al Hermano André, quien no escapó a las polémicas o malentendidos que lo afectaron emocionalmente.

Prácticamente, el hermano André pasó de ser el portero del convento de Montreal, a gestor de la construcción de la Basílica del Oratorio de San José en 1904, pues su reputación traspasó fronteras y los contribuyentes llegaban de todas partes de Canadá. A su puerta siempre golpeaban los afligidos en búsqueda de consuelo, no en vano dentro de este majestuoso santuario hay cientos de muletas y agradecimientos a San José de parte de familias enteras que recibieron la sanación, por eso en la Basílica los visitantes pueden depositar sus peticiones especiales al esposo de la Virgen María, quien es el mejor abogado del mundo porque es patrono de los trabajadores, de la sagrada familia, de los enfermos, protector de la iglesia, guardián de las madres, defensor de la niñez y muchas otras causas que están inmortalizadas en su Oratorio.

El bienaventurado André murió el 6 de enero de 1937 a los 92 años, su funeral fue multitudinario, más de un millón de quebequenses desfilaron delante de su féretro para despedir los restos de este héroe del cristianismo, quien reposa en el interior del santuario.

De rodillas en el Oratorio San José

 

El Oratorio San José es un lugar tan mágico, que cada día existe una razón para visitarlo, he visto peregrinos subir de rodillas con temperaturas superiores a menos 15 grados haciendo caso omiso a ese gélido viento que congela las orejas  o a los calambres que nos recorre el cuerpo cuando estamos a punto de congelarnos y no sentimos ni los dedos de los pies.

Alegría, tristeza, soledad, esperanza se reflejan en rostros de peregrinos del mundo entero, que vienen a pagar promesas ante San José o hacerle una petición especial sin importar su religión. Como por ejemplo Timofei Iona Zoe, rumana, ortodoxa quien subió de rodillas al oratorio acompañada de su madre, ellas no pudieron contener al confesar que estaban agradeciendo a San José su reencuentro familiar después de cinco años y la obtención de su residencia permanente en Canadá.

Asimismo, Eduardo Mendoza quien es de origen panameño no vaciló ni un minuto en pedir la intervención del hermano André, cuando enfrentó un problema económico que lo estaba consumiendo tanto física como sicológicamente y el milagro se dio, pues en menos de quince días sus problemas se solucionaron.

Existen cientos de anécdotas para contar, pero lo último con lo que esperaba toparme era con una colombiana que se autodenomina la novia del bienaventurado André. Se trata de Gloria Zapata, quien trabaja desde hace diecisiete años en la boutique del Oratorio y dice sin rodeos: «El hermano André, es mi novio o como decimos aquí en Quebec, «Il est mon chum!»  Yo lo visito todos los días, le hablo, le cuento mis problemas, mis angustias mis alegrías… hasta le discuto, pero siempre me ha escuchado, soy testigo de sus milagros en mi familia. Yo lo amo profundamente y esperé con impaciencia hasta el día de su canonización».

El Papa Bendedicto XVI reconoció una curación milagrosa gracias a la intermediación de este religioso de Quebec y fue durante una audiencia con el prefecto de las Congregaciones para la causa de los santos, Mgr Angelo Amato que el Soberano Pontífice autorizó a las Congregaciones promulgar el decreto relativo a un milagro asignado al hermano André.

Nadie mejor que el sacerdote colombiano Miguel de Castellanos, miembro del equipo pastoral de la Basílica de Notre-Dame de Montreal, perteneciente a la congregación de los Sulpicianos y encargado de los matrimonios que se celebran en una de las iglesias más bellas de Norteamérica para contarnos porqué sigue viva la fe en este santo quebequense: «No creo que lo más importante haya sido la canonización del hermano André, lo que tenemos que redescubrir son los valores y la verdad que él anunció; la presencia y la acción de Dios en la vida de un pueblo o de una comunidad; la caridad, el amor por los más necesitados, por las personas que sufren. Si logramos redescubrir todo esto, tal vez podamos comprender por qué la Iglesia lo propuso como modelo de virtud y santidad de vida. Todos los santos no han hecho otra cosa que proclamar la verdad de Jesucristo y la acción de Dios en nuestras vidas».

 

Por su parte, el padre Jean-Guy Vincent, quien pertenece a la congregación de la Santa Cruz y es uno de los  encargados de la liturgia en el Oratorio San José, me comentó : «El bienaventurado André, es una figura muy importante para el mundo moderno, durante su existencia acogió a enfermos de toda índole, demostrando compasión a quienes se acercaron a él. En este mundo que busca permanentemente un sentido, él se erige como un hombre de oración que nos presenta a un Dios lleno de bondad, atento a las necesidades de todos sus hijos, por eso siempre le decía a sus fieles «Tan bueno es Dios, que siempre cuida de nosotros».

Para concluir afirmó, «El hermano André, es un hombre sencillo, del pueblo, amigo de San José y para llevar a cabo su proyecto del Oratorio, se asoció con donantes no sólo de Quebec sino del mundo entero, que continúan sosteniendo su magnífica obra. Con razón el papa Juan Pablo Segundo decía hace algunos años que el mundo de hoy necesitaba más de testimonios que de predicadores y el hermano André, es un testimonio activo: un hombre de piedad, que congrega a millones de personas, un visionario, un fundador.»

Foto hermano André: Congregación de la Santa Cruz – Montreal Canadá