@NataliaGnecco


“Cada cuadro tiene una vida única. A veces no sé cómo continuar, por un ataque de pasión destruyo lo que estoy pintando o eso se convierte en algo diferente hasta que el óleo encuentra su propia identidad”. Con la naturalidad que estas palabras brotan de sus labios, el artista  Ricardo Valbuena nos abre las puertas a su próxima exposición en Bogotá, del 1 al 13 de diciembre en la Fundación Enrique Grau.

Este reencuentro con el público colombiano es especial para  Ricardo, quien luego de unos años de ausencia regresa con una obra que condensa magistralmente los patrones clásicos de la naturaleza como el agua, el fuego, la tierra y el aire, toda una energía que proviene de su genio creador pero que al mismo tiempo despeja un espacio íntimo para explorar la luz, la trascendencia humana y la perfección del movimiento.

Saboreando un cappuccino en la terraza del restaurante Lina, este geminano trotamundos por convicción, que siempre supo cómo rebuscarse para vivir dignamente de su arte en los doce países y cuatro continentes en donde fue a parar, me confiesa que estudió arquitectura y medicina en Bogotá, pero rápidamente decidió que la pintura era su camino.

El trago amargo que vivió la última vez que estuvo en Colombia a causa de la trágica muerte de su hermano, le permite ahora ver con otros ojos la realidad y mostrarnos cómo interiorizó ese episodio a través de obras como “Surrander”, “Into the Light” . Suspirando me relata: “Después del suicidio de mi hermano en el cañón de Chicamocha, me nació esta inspiración de verlo a él entrando hacia la luz en una pasiva contemplación de la muerte, un éxtasis existencial muy vinculado a su desaparición, que dio como resultado esta serie de pinturas”.

Prácticamente el arte se convirtió en un bálsamo para todo su sufrimiento, debido a esa constante exploración e inclinación de asumir retos pictóricos que caracterizan a Valbuena, fue así como en los Emiratos Árabes se deleitó contemplando el contraste  entre lo moderno y lo antiguo, emocionado me dice: “ soy místico, me gusta ese paisaje de luz, de bosques de niebla, ese paisaje interior, la luz interna que se absorbe en el mar, algo que he podido explorar bien porque viví tanto en la Costa Oeste de Irlanda como en la de California, vislumbrando y meditando en cada paisaje”.

No es de extrañar por eso que la versatilidad de la obra de   Ricardo cautive inmediatamente al espectador, de una figura perdida en la neblina, pasa a la fuerza y nobleza del caballo, concentrándose hábilmente en su galopar, como en su obra “Reflexion”, de la cual explica: “Ha sido un reto simbólico poder captar esa energía, porque siempre vemos representados a los caballos quietos, o en una pose, pero llevo años tratando de pintarlos en movimiento”.

No quiero imaginar lo que puede ser este dilema de logar un movimiento natural en una obra de arte, por eso Ricardo, con la franqueza que lo caracteriza me cuenta esta anécdota: “Cada vez que me sentía perdido, con problemas por la técnica iba a donde los maestros, ellos me revelaron sus secretos, me solía parar en frente de una obra de  Rembrandt en National Gallary en Londres y le decía ¡abuelo ayúdame! Era mi dialogo en silencio”.

El dibujo es lo esencial

Captar la perfección del reflejo de la luz en el agua, es quizás otro de las maravillas que nos regala Valbuena en su nueva exposición, obras como “Sea Light” invitan a descubrir los secretos del mar, a dormir arrullados por las olas, a flotar en su inmensidad y ¿qué decir de su serie “Waterfalls” de las cataratas de Hawai? que nos recuerda lo insignificante que somos ante la naturaleza salvaje.

Para poder sumergirse en cada uno de estos paisajes Valbuena recurre siempre al Yoga, sonriendo me comenta: “ Trabar elementos como el agua y el fuego es una exploración espiritual, he ido mucho a Hawai para captar la lava, toda esa energía , esa fuerza del agua con la imponencia de las cascadas, cataratas, columnas verticales donde penetra la luz, yo conecto mi interior con toda esa temática”.

Lo interesante es que toda esta disciplina espiritual que adquirió en la India está ligada a su formación en Colombia. Si bien su experiencia en el Asia del Sur le ha dado un toque trascendental a su obra, haber estudiado con un maestro como David Manzur también influyó notablemente en Ricardo, quien recuerda con nostalgia: “Manzur me inculcó el amor por el dibujo como la expresión más esencial del arte, tomaba el papel más barato con carboncillo hasta aprender a perfeccionar el dibujo”.

Gracias al rigor y la disciplina que le impuso el maestro  Manzur , Valbuena hizo un pacto sagrado con el dibujo, al acordarse de esta época no deja de reírse y con picardía me confiesa: : “ En medio de mi rebeldía pensé que debíamos cambiar toda esa rigidez a punta de aguardiente para trabajar un mural colectivo, David se enteró de la famosa parranda y me puso de patitas en la calle. Estudié año y medio, pero el maestro me despertó la pasión y la disciplina por el dibujo”.

Las anécdotas de Ricardo son innumerables, pero no  puedo pasar por alto la manera como salió del anonimato, con serenidad narra: “quise estudiar pintura pero no lo pude costear, entonces pintaba paredes, murales y logré vender mis cuadros en Londres cuando no era nadie, gracias a una amiga que presentó mi obra en  Cork Street, se llevó mis dibujos y buscó las galerías. Ella fue mi mecenas,  me consiguió la primera exposición en 1985”.

Para Ricardo salir con su caballete, descalzo a observar la naturaleza, ver el sol, sentir el viento, es una rutina de nunca acabar. Siente una admiración total por la obra de  Caballero, a quien considera el mejor dibujante de Colombia y no escatima adjetivos al calificar  el trabajo del maestro   Obregón. Para finalizar le pregunto cuál sigue siendo el mayor reto de los artistas y sin dudarlo un segundo, me mira fijamente y me responde: “poder vivir de tu propio arte, algo que a veces se vuelve irrealizable”.

Fotos: Ricardo Valbuena
Agradecimientos: Camilo Gómez