@NataliaGnecco
Hombres y mujeres en su mayoría anónimos que buscan compartir su dura experiencia en la cárcel y sensibilizar al público sobre la acción de caer, levantarse y reivindicarse con la sociedad colmaron el escenario de sentimientos encontrados entre la culpa, el arrepentimiento, el perdón y la enmienda. En el respaldar de sus sillas, a modo de fantasmas del pasado, un nutrido grupo de actores, periodistas y presentadores integraron cada narración, hasta tocar la más delgada fibra de nuestra conciencia, pues es de humanos el errar y de valientes tener esa la capacidad para adaptarse positivamente a situaciones adversas, es decir, convertirse en personas resilientes.
Segundas Oportunidades nos muestra la otra cara de la resocialización de las personas privadas de la libertad. No es un equipo de especialistas quienes se sientan en el escenario a darnos cátedra sobre el bien o el mal, al contrario es un grupo de seres humanos de carne y hueso que piden a gritos que nosotros como sociedad civil les apoyemos en ese proceso de reintegración a la vida cotidiana, libre de prejuicios. La pregunta es ¿qué tan dispuestos nos sentimos para darles una segunda oportunidad a los expresidiarios?
Esta obra de teatro que lidera Johana Bahamon con su Fundación Teatro Interno, al menos es un bálsamo en medio de una sociedad hostil en la que vivimos, marcada por la desconfianza en el sistema carcelario, los prejuicios sociales, las experiencias de violencia y hasta la falta de reconciliación no solo con quienes han violado la Constitución, sino entre los miembros de una misma familia. Sin embargo, este grupo de actores (algunos empíricos, otros de formación) nos dan un excelente ejemplo de lo que es desprenderse de ese individualismo que nos carcome, apoyar a personas que al igual que nosotros, cualquier día tomaron una mala decisión y fueron a parar a la cárcel.
Nicolás Montero, Antanas Mockus, Johana Bahamon, Natalia Reyes, Jorge Franco, Julio Sánchez Cristo, se unen a este proyecto que busca reducir la vulnerabilidad y aumentar las oportunidades, con el apoyo del Departamento Nacional de Planeación y el Ministerio de Justicia. El dramatismo de las tablas, se conjuga magistralmente con los recursos digitales, de tal manera que el espectador percibe ese caos que se apodera de la vida de los personajes cuando son privados de la libertad, pero gracias a esos cambios que generan sus amargas experiencias, logran obtener resultados divergentes.
Testimonios como el de la ex presentadora Adriana Arango, a quien un error le causó el encierro por seis años, con una grave crisis familiar, al aceptar los cargos por captación de dinero, su no devolución y estafa agravada, son un wake up call para quienes están hoy bailando en la cuerda floja, navegando en esas aguas turbulentas que mezclan la legalidad con la ilegalidad, sin tener en cuenta que sus familias serán las más perjudicadas si se involucran en un caso de corrupción, como esos que abren los titulares de la prensa nacional todos los días. Ojalá la difusión de esta dolorosa experiencia de Adriana siga llegando a más oídos y logre atajar a tiempo, un sinnúmero de malas decisiones.
Al lado de la ex presentadora de televisión, sus compañeros de viaje en ese descenso al infierno, también nos aportan una experiencia valiosa sobre ese apego al dinero fácil, con un denominador común representado por las drogas, ese camino de no retorno en donde la vida pierde todo su significado. Prostitutas, pandilleros, atracadores, estafadoras para quienes la marihuana, la cocaína, y demás drogas alucinógenas se convierten en sus compinches para caer de rodillas en el abismo. Un claro llamado a reconocer que el consumo de drogas en Colombia sigue en aumento, ahora en forma de pastillas de miles de colores, que son un detonante para delinquir.
Como en toda obra que se respete, hubo una sorpresa inesperada: ese monólogo que protagoniza un guardián de la prisión, personaje anónimo, despreciado o amado por quienes custodia, pero desconocido para la mayoría de nosotros. ¿Cómo vivir en un medio tan hostil sin doblegarse ante tanta violencia o conmoverse por la tragedia humana? Un punto de vista, diferente que por un momento nos deja percibir ese miedo a la violencia humana, camuflado en un uniforme y unas botas. Otro ejemplo de vida detrás de las rejas, que nos demuestra cómo quien hace cumplir la ley, también puede ser objeto de una rehabilitación y puede pasar de verdugo a pacificador.
Con los aplausos del público la obra llega a su final. La misión se cumplió, el mensaje penetró en nuestros oídos como si fueran las sabías palabras de Chaplin:
“Oye… Escucha lo que las otras personas tienen que decir, es importante” .
Fotos: Fundación Teatro Interno- Antanas Mockus.
Agradecimientos: Mónica Losada