@NataliaGnecco
La parábola del hijo pródigo ha inspirado muchos guiones cinematográficos, pero la última versión Solo el fin del mundo (C´est juste la fin du monde) de Xavier Dolan, actor, productor, director y guionista quebequense traspasa los límites de la realidad, de una manera excepcional, todo un manjar para cerrar con broche de oro esta Primera Muestra de Cine Canadiense en Colombia.
La historia es simple, atemporal, sin pretensiones, pero trascendental y emotiva. Louis, un famoso escritor siente que su fin está muy cerca, por eso atraviesa el otro lado del océano para regresar a su natal Montreal y anunciar la terrible noticia a su familia, la cual no visita desde hace doce años. La atmósfera no puede ser más cargada de alto voltaje emocional: por un lado, su excéntrica madre es un manojo de nervios tratando de revivir las cenizas del pasado; Antoine, su hermano, solo dispara dardos de su lengua cada vez que abre la boca; mientras que Suzanne, su hermana se muestra confundida entre sentimientos de admiración y rechazo hacia ese desconocido que regresa a casa. Sólo Catalina, la sumisa cuñada, da la impresión de entender el aislamiento del hijo pródigo.
El elenco con sello *franchute y cero acento quebequense es Uno A : Gaspard Ulliel un actor que nos sorprende por toda esa carga emocional que le impregna a Louis, su rostro es apenas el reflejo de su alma atormentada. Marion Cotillard, quien no necesita presentación por sus dos afamados premios Oscar de la Academia, se entrega a su rol de nuera (Catalina) testigo silencioso de la tensión familiar; Vincent Cassel, (Antoine) un actor experto en interpretar estos personajes tóxicos dominados por la ira y la sátira, como ya tuvimos oportunidad de verlo en la película Mon Roi, (en el pasado Festival de Cine Francés en Colombia). Nathalie Baye, toda una veterana diva francesa capaz de encarnar a Martine, una madre que no se cansa de esperar y por último Léa Seydoux, (Suzane) la hermanita abandonada que encuentra en las drogas el refugio perfecto para escabullirse del bullying de Antoine y la indiferencia de Louis.
¿Por qué se desintegran las familias ? ¿Por qué algunos hermanos no se logran reconciliar nunca ? ¿Cuándo la indiferencia se convierte en maltrato ? En medio de eternos silencios, que resultan enervantes para algunos espectadores, pero sublimes para quienes amamos este recurso cinematográfico, que se apoya en planos cerrados que invitan a contemplar los sentimientos humanos, Xavier Dolan demuestra una vez más que es un maestro de lo trascendental, ahora recurre al núcleo familiar, para recordarnos lo que seguramente ya nos suena a disco rayado, pero es cierto: en la convivencia familiar está la clave para entender por qué somos como somos.
Volviendo a Louis como hilo conductor de esta historia basada en la obra homónima de Jean-Luc Lagarce, autor que murió de sida en los años noventa, el protagonista nos permite reflexionar sobre imágenes comunes: doce años de ausencias, de resentimientos alimentados que no dan tregua al dialogo, al perdón, de frases inconclusas, heridas mal sanadas, retazos de conversaciones inconclusas, de explicaciones no pedidas, de sustituir a veces con otros amigos el verdadero amor familiar, pues es más fácil ceder ese lugar privilegiado a un extraño que tratar de remediar lo “aparentemente irremediable”. Prueba de ello son Antoine y Louis dos hermanos que se distanciaron tanto física como espiritualmente, hoy nada los conecta a pesar de haber compartido un día el mismo cordón umbilical, son incapaces de dialogar si hacerse daño: el mayor con el don de herir con cada frase, victimizándose todo el tiempo y el menor en un hermetismo tan tenaz, que solo sus ojos delatan su dolor.
En Solo el fin del mundo hay dos momentos sublimes inspirados en dos mujeres. El primero en una madre que tiene menos de 24 horas para suplir la ausencia de un hijo, el cual que no ha terminado de llegar, para anunciar su partida. Martine en un acto propio de la nostalgia materna, entiende que quien hace daño, olvida el agravio, pero quien ha sufrido como ella recuerda por siempre, por eso acepta resignada la repentina decisión de Louis prometiéndole: “la próxima vez estaremos mejor preparados para recibirte”. Lo triste es que todos sabemos que no habrá una segunda oportunidad.
El otro instante lo protagoniza Suzane, quien, en medio de ese amor desinteresado, no se explica la indiferencia de Louis , quien es luz en la calle (se debe a sus lectores) y oscuridad en la casa. En un gesto de acercamiento a ese espejismo, en el cual se ha convertido su hermano, ella lo observa temblorosa, mientras él se aterra porque ella fuma porros, como prostituta presa, pero no se atreve a preguntarle nada. Entonces, Suzane decide enseñarle su más grandioso tesoro: todas las postales que recibió en su cumpleaños, con las mismas tres frases de cajón que la enervan del hijo pródigo, pero se aferra a ellas para amortiguar el sufrimiento que le produce sentirse insignificante en la vida.
El final tiene todos los matices de una pieza moderna, con un mensajito incrustado de “suit yourself”, mejor dicho, que cada espectador remate la historia como le parezca. Cualquier parecido con la vida real no es coincidencia, pues es difícil entender por qué alguien nos deja de hablar de la noche a la mañana y regresa para abrir más la herida que ha causado su ausencia, sin explicaciones, ni excusas … Porque así somos a veces los seres humanos, completamente impredecibles. Esta familia disfuncional, la familia según Xavier Dolan, que vive enfrascada en su individualismo, en la soledad, en la incomprensión, es desafortunadamente, la que se impone en este siglo.
Fotos: C’est juste la fin du monde
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