Son las 7:00 a. m. y Cristina, psicóloga, de 56 años, es la primera en levantarse. La casa sigue en silencio, mientras Sebastián y Daniel continúan en sus habitaciones. Al preparase su primer café del día, Cristina reconoce el profundo amor que le tiene a su esposo e hijos, pero confiesa que si pudiera volver el tiempo atrás, cambiaría algunas cosas.
Mirando en su espejo retrovisor, Cristina dice: «les enseñé que todo era fácil de aprender y ellos lo podían hacer, pero no conté con el maestro YouTube. En nuestro primer viaje a esquiar por ejemplo, mis hijos se negaron a ser principiantes. Sebastián alquiló un snowboard pensando que era lo mismo que una skateboard y no avanzó mucho en todo el día; Daniel se subió en el chair lift y no lo vi más».
«Empezó a oscurecer, regresaron todos los esquiadores, incluyendo a los expertos, y yo muerta del pánico, una hora después apareció Dani, confesando que había visto un video y le pareció sencillo lanzarse desde el lugar más alto, rodó varias veces y bajó casi gateando. Creo que aprendió dos lecciones: a no ser tan lanzado y a esquiar bien».
«Tampoco les haría creer que son lo máximo, porque creí que así tendrían una alta autoestima y lo conseguí, pero hoy siento que los engañé, (sin mala intención) porque se dieron cuenta que no lo son. Afortunadamente, a través de sus congéneres aprendieron que hay más inteligentes, apuestos, extrovertidos, etc, y les tocó recurrir a sus propias herramientas para compensar sus falencias. Daniel fue un excelente estudiante, pero cuando entró a la universidad, se enfrentó a la realidad. Se dio cuenta que tenía que pasar la noche entera y los fines de semana estudiando, ni siquiera para ser el mejor, si no para aprender. Esa fue otra dura lección».
«Y la última, no les haría creer que todo se lo merecen, porque aún sigo batallando con eso y no logro convencerlos de lo contrario. Este fue mi peor error en la crianza de mis millennials, hasta la fecha, ignoran que este mundo no es justo, que no siempre uno recibe lo que merece, sea bueno o malo, y temo por el día que aprendan esa lección. Mi amiga Gloria me decía en broma que los hijos de las psicólogas son los más malcriados y acertó, no los preparé para ser tolerantes a las frustraciones y aunque en el presente he tratado de remediarlo, ya es un poco tarde».
No más poder a los hijos
María Claudia, de 48 años, una exitosa empresaria, madre de Luciana, de 23, vive la maternidad con muchas frustraciones, recostada en el sofá de su casa de Barranquilla reflexiona en medio de esta cuarentena: «cuando nació mi hija pensé que había sido algo extraordinario y empecé a malcriarla desde pequeña, dándole todos los gustos, ropa, comida, juguetes y así creció creyendo que todo se lo merece, que es el centro del universo».
«Creo que entre más exitosas seamos las mamás, más culpables no sentimos y ese sentimiento nos ha hecho equivocarnos en la crianza, porque sientes que como estás trabajando necesitas reponer de alguna manera esa ausencia. Ahora estoy pagando el precio de mis errores, porque a mi hija única siento que le di mucho poder».
«Yo quisiera decir en voz alta a las demás mamás: por favor quítenles el poder a sus hijos”, porque fuimos nosotras quienes se los dimos. Luciana solo pide y exige, vive cansada eternamente, son más importantes las redes o los amigos que su propia familia y así no es la vida. Así son también sus amigas, no profundizan, son dispersas, les importa más la opinión de otros que las de sus papás».
«Las madres tenemos que querernos más para que nuestros hijos nos quieran, porque darles un amor desmedido es nocivo, tanta abundancia permite que tomen todo, pero no lo valoren y hemos cedido mucho: si escogen nuggets de pollo, entonces los papás tenemos que almorzar lo mismo; si vamos en el carro ellos nos imponen su música y así. Sé que hay jóvenes agradecidos, respetuosos con sus padres, pero muchos les hablan a sus mamás como si fueran un tapete, hasta lo noto con mis sobrinos, no se despegan de la pantalla del celular, y a los padres les da miedo exigirles una mínima cortesía como es saludar».
El exceso de democracia fue nuestra peor pretensión
La Generación Y, o millennials, piensa muy diferente a sus padres más conocidos como los baby-boomers. Patricia, de 55 años, contadora, madre de Laura, Rafael y Sebastián, se une a este “mea culpa” desde Medellín expresando: «los hijos que criamos se creen diez estratos más que sus papás y la embarramos terriblemente, fue muy grave decirles tú puedes, eres capaz, pero finalmente hacerles todo».
«Ellos se creen capaces de hacer todo sí, pero lo informático, nada real pienso que son jóvenes demasiado centrados en sí mismos, con una dificultad tremenda para establecer contactos reales con otras personas. Les cuesta mucho trabajo ponerse en los zapatos del otro. Mostrar un poco de compasión, mientras ellos estén bien, el resto del mundo se puede morir».
«La generación Y es producto nuestro, porque que nos encargamos de darles todo lo que nosotras no tuvimos y más, ahora nos quejamos porque son personas indiferentes, que no ven el dolor. Además, son los más contradictorios: defensores del medio ambiente y de los animales, pero cuando se trata de otro ser humano no importa, ya están fuera de ese contexto. Son muy inestables, si no se les acomoda todo perfectamente, como por ejemplo un trabajo donde ellos puedan tener calidad de vida, dinero y todo incluido, se frustran porque su noción de sacrificio es nula».
«Pienso que somos las responsables de esta generación, porque fuimos al colegio a decir que la culpa era del profesor, minimizamos la autoridad institucional ante todo, y vociferábamos: con nuestro hijo, o hija nadie se mete. Desde niños les aconsejamos: tú contesta, defiéndete, tu di, etc, etc. El exceso de democracia fue nuestra a peor pretensión: ¿tú qué piensas?, ¿tú que quieres? , ¿tú qué crees?… Debimos ser como fueron con nosotros: se hace esto y punto».
La generación Y es manipuladora
Ángela, diseñadora, de 57 años, madre de Lina, de 21, habla de su experiencia, desde la intimidad de su hogar en Bogotá: «yo traté de tener una combinación entre el modelo en el cual me criaron y una especie de libertad para formar criterio. No fui el tipo de mamá que fue al colegio a abogar por ella cada vez que le llamaban la atención, pero sí le insistí que se defendiera, si le estaban violando el debido proceso. Esto de alguna manera hizo que Lina creyera que estaba por encima de la norma y hacerla entrar en razón siempre ha sido complicado».
«Coincido también en el argumento en el cual nos escudamos muchas mamás de a mí me criaron así, y yo no quiero eso para mis hijas, porque tener ciertas normas, que se enmarquen en una democracia está bien, pero si rayan en la anarquía es complicado, porque no es fácil corregir después .Lo que he tratado de hacer frente a los argumentos de mi hija de yo tengo mi criterio, porque tú me ayudaste a forjarlo, es tratar que no sea utilizado en mi contra y la verdad ha sido complejo manejar ese tema».
«Sin embargo, cuando Lina debe enfrentarse a situaciones problema, se frustra muy rápido, pues no todo funciona como ella lo concibe, porque al igual que sus amigos piensa en una situación y cree que eso se va a plasmar de manera idéntica en la realidad, pero resulta que no tiene en cuenta que las demás personas tienen su propio criterio y no van hacer las cosas como ella, o ellos las idealizan».
«Lamentablemente mi hija, al igual que muchos de su generación, no tiene tolerancia a la frustración y esto es culpa de la crianza que les hemos dado. Trato de que se frustre en temas económicos, permisos, viajes pero que maneje su frustración de la mejor manera posible. Es difícil, debo reconocerlo».
«La Generación Y manipula mucho. Para unas cosas tienen criterio, pero para otras todavía son chiquitos, dependiendo de cómo se acomoden las circunstancias a lo que ellos tienen pensado y esto es muy complejo manejarlo, de pronto con el autoritarismo que tenían nuestros papás era más fácil. Difiero un poco con quienes piensan que los millennials crecieron con muchas ventajas, las saben aprovechar, creo que a pesar de tenerlas a veces las desperdician, creen que todo les va a llegar por obra y gracia del Espíritu Santo, porque el universo se va alinear con sus deseos. Me preocupa enormemente que tropiecen, caigan y toquen fondo esperando en que el universo se alinee, para que todo lo que ellos piensan se haga realidad».
El hastío por la vida, un detonador común
Liliana arquitecta, de 54, madre de Vanessa, de 21, y Felipe, de 19, se une a esta tertulia desde su finca en Armenia: «soy consciente de mis errores y los reconozco, lo que más deseo es que mis hijos sean buenos ciudadanos y seres humanos, pero ya es difícil enderezarlos, porque fallamos, así vivamos en esta apariencia, hablando bellezas de nuestros muchachos. A mis amigas mamás les da miedo reconocer este error, porque son pocas las privilegiadas que pueden realmente decir que hay respeto verdadero de parte de sus hijos, que no criaron a unos tiranos».
«Creo que el hastío es un factor común, porque todo lo tienen a pedir de boca. Nos dedicamos a criar princesas y reyezuelos que creen que todo se lo merecen, adolescentes con dinero, que si no les gusta lo que hay de cenar, entonces piden en Rappi, con su tarjeta de crédito, no conocen lo que es el sacrificio, viven en un mundo de algodones. Recuerdo que en mi casa éramos tres mujeres y había una sola Barbie, mi mamá no era muy fanática de los juguetes, lo cual en cierta medida nos ayudó a desarrollar la creatividad».
«La verdad, nuestros hijos no nos pidieron que les diéramos tantas cosas, ahora cuando me invitan a un cumpleaños de un chiquito y lo veo recibiendo tantos juguetes, pienso en los míos a esa edad, quedaban abrumados, no sabían con qué jugar, porque les regalaban de todo, les matamos la ilusión, quisimos darles todo lo que no tuvimos, la colección entera de Fisher Price, todos los Legos, ¿eso para qué?».
«Recuerdo que antes nosotros admirábamos a nuestros padres, pero ya no existe eso. Quienes viajaban eran los papás, pero resulta que ahora salen del colegio y ya conocen muchos países, hasta se aburren del turismo de lujo y entonces quieren ir hacer voluntariados al África con apenas 18 años. Mis hijos creen que es una obligación viajar con ellos, no valoran el esfuerzo por llevarlos a conocer otro continente y como les hemos dado de todo, pues les cortamos sus sueños, todo les parece normal, cuando antes era un privilegio subirse a un avión».
«Lo más triste es que tengo amigas en el mundo del entretenimiento y se han dedicado a postear la vida con sus hijas, paso a paso en las redes sociales, al mejor estilo de las Kardashians, desde bebés están acostumbrando a sus muñecas a no mantener su privacidad, yo pienso: Dios mío no saben lo que les espera cuando cumplan 15 años. Es un error darles demasiada atención y abrumarlas desde chiquitas con tantas cosas materiales».
Hay que darles responsabilidades
Contemplando el paisaje llanero, Nery, esteticista de 47 años, madre de Valeria de 20, no se cambia por nadie, celebró el día de las madres con su hija en total armonía, algo que nunca imaginó mientras padeció su viacrucis. Ella relata: «la adolescencia de Vale fue muy difícil, constantemente vivíamos discutiendo, no había castigo, ni sermón que sirviera, era inmanejable la situación».
«Mi hija solo exigía y me cuestionaba por todo. Quería fumar, beber a cualquier hora y que yo aceptara a su novio todas las veces que quisiera dormir en la casa, sin decir nada, su altanería no tenía límites, hasta que un día intentó golpearme, porque yo no cedía a sus caprichos. Fue entonces cuando tomé la decisión de correrla de mi casa».
«Valería no pudo entrar a la universidad, debió empezar a trabajar, se mudó con unos amigos y experimentó muchas situaciones a las que no estaba acostumbrada, le tomaban sus cosas sin permiso, la dejaban sin comida a veces, le tocaba pagar los servicios. Mientras tanto a mí se me arrugaba en corazón, pero decidí seguir el consejo del terapeuta: déjela sufrir un año, para que no sufra toda la vida».
«Sé que los hijos no vienen con un manual de instrucciones debajo del brazo, pero soy madre soltera, me esforzaba demasiado por darle de todo a mi hija, pero ella nunca valoraba nada. Yo siempre quise enseñarle todas las labores del campo de hecho sabe ordeñar, hasta cultivar la tierra, porque quería que se preparara en la vida. Nunca me imaginé que tendría que mostrarle carácter y fortaleza para que cambiara de actitud hacia mí».
«Con esta decisión tan dolorosa me gané el respeto de mi hija, aprendió a valorarme, entendió que sola no se podía pagar la universidad en Bogotá, que muchos amigos eran aves de paso. Valeria era como los jóvenes de esta generación, para ellos es una obligación darles todo, viven presionados por su entorno social en los colegios, en la universidad, todo son las marcas lo que está de moda y que los papás paguen. Siempre le digo a ella:“tu vales por lo que eres, no por lo que llevas puesto».
«Reconozco que se me fue la mano complaciéndola demasiado durante su adolescencia, pero corregí el rumbo a tiempo. En uno de los talleres que asistí también me aconsejaron: a los hijos hay que criarlos con un poquito de hambre y de frío, ahora pienso que es verdad, esta generación es difícil, son muy irrespetuosos, todo lo quieren fácil, yo me pregunto: ¿cómo sería si tuvieran que afrontar una guerra, un desplazamiento, se van a dejar morir o qué? Tenemos que enseñarles hasta técnicas de supervivencia, para que se defiendan por sí mismos. Si se equivocan no importa, que se caigan y se levanten».
Los hijos deben honrar a sus padres
Cae la tarde, María Fernanda, de 52 años, comunicadora, madre de Margarita, María José y Nicolás, regresa a su casa luego de una larga caminata por el parque con su perro. Su experiencia como mamá comenzó a muy temprana edad, ha sido un camino pedregoso fuera de su país, pero con muchas satisfacciones, ella trata de resumir su periplo así: «pude combinar una educación con valores, principios de lealtad, honestidad y seguridad, incentivándolos a ser, lo que cada uno quería».
«Creo que los millennials son hijos que se criaron con mucho amor y poca atención, eso es algo que se nota mucho en esta sociedad americana, donde las mamás trabajan todo el tiempo y los niños están desde los tres meses en un Day Care, luego van a un pre school. Afortunadamente, tuve la bendición de estar con mis hijos hasta que cumplieron su mayoría de edad, pero sé que en Colombia esta tarea muchas veces se le delega a las nanas o a las empleadas del servicio, porque los papás estamos preocupados haciendo dinero».
«Como mamá no puedo desconocer que esta generación ha crecido con demasiadas libertades, han tenido libertad de opinión, de religión, de sexo, etc, y esto conlleva a que los hijos se desvíen fácilmente, sino tienen fundamentos morales, por eso lo primordial es inculcarles un fundamento de vida, yo lo llamo Dios, pero básicamente es que aprendan a diferenciar entre el bien y el mal. Con todos mis hijos he vivido momentos difíciles, pero siempre les he inculcado el respeto, la importancia de honrar a los padres, esto no me lo inventé yo, lo dice la palabra: honra a tus padres y tendrás larga vida, serás prosperado en todo».
«Como muchas mamás he llorado y he sufrido por la crianza de mis hijos, pero no me arrepiento de haber sido fuerte con ellos. Recuerdo un día que Margarita y María José iban peleándose en el carro y yo iba manejando, me estaban enloqueciendo, entonces me detuve y las dejé por más de una hora en una gasolinera, cuando regresé estaban ahí sentadas, calmadas. Por ejemplo, Margarita a los 15 años no obedecía mis reglas, se escapaba por la ventana y una noche la saqué de su habitación, la dejé durmiendo dentro del carro y le advertí: si sales, no regresas más. Eso no lo ha olvidado nunca, ahora tiene 30 años y agradece que nunca di mi brazo a torcer».
«Para finalizar, un día sentí que el mundo se me derrumbaba, cuando me llamó la policía para decirme que había detenido a Margarita por robarse en un mall, un anillo de lata de U$1.99, la broma que se inventó con sus amigas le salió muy cara, yo casi me muero porque mi esposo y yo teníamos en esa época una joyería. La arrestaron y le tocó ir a una terapia por varios meses. Hoy lo agradezco mucho, ojalá cada vez que un hijo hiciera algo grave, pudiera tener este tipo de experiencia. No la olvidan nunca».
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