Por Juan David Cabrera*

FOTO: Fernando Bizirra Jr.

En agosto de este año, la Amazonia perdió por los incendios un área de 2,5 millones de hectáreas; ese quivalente a la de los departamentos de Boyacá y Quindío juntos. Según Paulo Moutinho, investigador del Ipam (Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazônia) la causa del alarmante número de incendios que ha vivido la Amazonia este año, no es la temporada seca, sino la deforestación. La deforestación del pulmón del mundo, del sustento de la vida, no solo de la región del amazonas, sino también de grandes ciudades de América Latina, cuyas aguas, por el ciclo del agua,  provienen en gran medida de la evaporación de la Amazonia. Se trata de un ‘ecologicidio’. Se trata, creo, de lo que el profesor de la Universidad de Berkley, Ramón Grosfoguel, denomina el capitalismo realmente existente.

El argumento de Grosfoguel es que el capitalismo, como sistema de acumulación global de capital que surge a partir de 1492, con la conquista y apropiación de las Américas, no es solamente un sistema económico, sino que está organizado dentro de las lógicas civilizatorias de la modernidad. Y como tal, el capitalismo realmente existente es genocida, ecologicida, racista, sexista, eurocéntrico, etc.

El punto fundamental, en lo que se refiere al ecologicidio, es que el capitalismo, al estar organizado dentro de un dualismo cartesiano, donde hay una separación radical entre hombre y naturaleza, resulta en una inferiorización de las formas de vida no humanas, las cuales bajo esta ‘cosmología’ son susceptibles de ser destruidas o cosificadas para ser consumidas como mercancía para el mercado global. La tecnología en el capitalismo realmente existente, está sumergida bajo esta visión que pone como subalterna a la naturaleza. Como lo señala el filósofo colombiano Santiago Castro Gómez, para Descartes los planetas, las plantas, los animales, son meramente autómatas, entes regidos por una lógica matematizable, como una máquina.

El imperativo de crecimiento económico del capitalismo realmente existente, que según el profesor David Harvey debe ser de por lo menos un 3% para tener un capitalismo saludable, implica que se debe consumir más, y por lo tanto se deben explotar también más recursos naturales. La naturaleza subordinada a los intereses del mercado.

Sin ánimo de romantizar las culturas indígenas, si pensamos la producción de tecnología, ya no desde una visión dualista sino inmersos en una cosmología holística, en la que no hay separación entre ser humano y naturaleza, y por lo tanto la vida no humana no es vista como inferior, seguramente habría habido un límite en la destrucción de la naturaleza. Porque si seguimos destruyendo la naturaleza, nos destruimos a nosotros mismos; destruimos el todo del cual todos y todo hace parte. Esta sería la visión que aún vive en nociones como la de la Pachamama, en el mundo andino, y la de Ubuntu, en Sudáfrica.

El investigador peruano Hector Alimonda (QEPD), resume de manera magistral la relación entre el ecologicidio y el capitalismo realmente existente, al señalar cómo en América Latina: “A lo largo de cinco siglos, ecosistemas enteros fueron arrasados por la implantación de monocultivos de exportación. (…) Hoy es el turno de la hiperminería a cielo abierto, de los monocultivos de soja y agrocombustibles con insumos químicos que arrasan ambientes enteros —inclusive a los humanos—, de los grandes proyectos hidroeléctricos o de las vías de comunicación en la Amazonia, como infraestructura de nuevos ciclos exportadores.”

Tal vez sea momento de cuestionarnos el modelo civilizatorio que heredamos de Europa; tal vez sea momento de pensar que otros modos de vida son posibles; tal vez sea momento de escuchar aquellos saberes que no han sido totalmente cooptados por la modernidad.

*Juan David hace parte de Dejusticia