Por Adriana Abramovits*

Foto: Adriana Abramovits, Dejusticia

 

Hace unos días se disputó la clasificación de voleibol femenino para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Como sacado de una estrategia geopolítica, el primer enfrentamiento fue Colombia vs. Venezuela. Exactamente 12 años atrás, un 7 de enero, Venezuela aseguró su cupo a los Juegos Olímpicos de Pekín y se rumoraba que este año repetiría la hazaña.

Las entradas eran gratis y se habían agotado desde el fin de semana pasado. El día del partido cientos de personas se conglomeraron afuera del Coliseo El Salitre desde las 3:00 p.m., aunque empezaba cinco horas más tarde. No entendía bien esta fanaticada que llenaba tribunas y gritaba arengas que nunca había oído.

Me animé a asistir porque un amigo me dijo que el equipo de Venezuela era bueno y me gustaba la idea de apoyar a la selección femenina. Con el pitazo inicial, la vinotinto anotó el primer punto y aparecieron las corazonadas que siente todo hincha cuando ve a su equipo liderar el marcador. El primer set estuvo muy reñido. Venezuela dominó casi todos los momentos y el tablero llegó a estar 25 a 25.

 El voleibol femenino fue entonces un respiro, una pausa migratoria, un cambio de tema, una rivalidad sana, un espacio ganado».

A pesar de que la inmensa mayoría del público era colombiano, no escuché ni un insulto xenófobo, se aplaudían y gritaban las buenas jugadas. Alcancé a oír a un comentarista de Win Sport decir que la venezolana María José Pérez debía tener abuelos colombianos, como el expresidente Carlos Andrés Pérez.

Me llamó la atención que la selección masculina de voleibol asistió a ver a la femenina, algo que rara vez ocurre con estrellas de otros deportes. ¿Qué pasaría si Falcao, James o Asprilla asistieran a una pre eliminatoria femenina? Un escenario que solo parece posible si va acompañado de un anunciante y cámaras de televisión.

A pesar de las tensiones, el juego era una danza de amigas: primaron los abrazos, las chocadas de mano y las enérgicas levantadas del piso. No se cantaron faltas, tampoco hubo lesiones. El árbitro solo intervino para decir que el juego había terminado.

Colombia ganó 3-0, un marcador idéntico al de Venezuela 12 años atrás. Así como en la política, el resultado es impredecible, podemos pasar de primeros a últimos en cualquier momento. Ayer era Venezuela, hoy destaca Colombia.

A pesar de la aplastante derrota, no pude evitar sentir alegría por Colombia, los tres sets estuvieron reñidos y pude gritar Venezuela muchas veces sin que me lincharan. La última vez que me había emocionado tanto en un estadio había sido con los Leones del Caracas, pero desde el béisbol ningún deporte me parecía atractivo. El voleibol femenino fue entonces un respiro, una pausa migratoria, un cambio de tema, una rivalidad sana, un espacio ganado. Espero que el primer partido de la selección masculina de fútbol camino al Mundial 2022, justamente contra Venezuela, genere la misma empatía.

* Comunicadora de Dejusticia