*Por David Filomena

Hace algunos años en la introducción del libro ‘Derecho Penal y Estupefacientes’, del jurista argentino Daniel Cano, leí que en los noventas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había conducido una investigación a nivel global en la que se había concluido que el uso ocasional de cocaína no causaba problemas graves en la salud. Por las implicaciones de esta conclusión, según Cano, el representante de los Estados Unidos en la Asamblea General de la OMS amenazó con suspender la financiación al organismo, por lo que el informe nunca fue publicado oficialmente.

Años después, gracias a la gestión del Transational Institute y Wikileaks, la investigación pudo ser publicada, aunque nunca la había podido leer, ya que el hipervínculo que el autor ponía en un pie de página del libro estaba roto o no podía ser accedido mediante Google. Pasé un buen tiempo sin pensar en ello, hasta que en una conversación con un compañero de oficina surgió el tema y nos fue posible encontrarla.

La publicación se denominó ‘Cocaine Project’ y fue realizada por profesionales de la OMS y financiada por el Instituto Interregional de las Naciones Unidas para la Investigación sobre la Delincuencia y la Justicia (Unicri). Se realizó entre 1992 y 1994 en 22 ciudades de 19 países entre los que se encontraban países cuya política pública estaba centrada en la producción, como Colombia, países cuya política pública estaba centrada en el consumo, como Estados Unidos o España, y países en los que, en ese momento, ni el consumo ni la producción ocupaban un lugar en sus agendas públicas, como Nigeria o Corea del Sur.

La investigación quiso indicar las características sociodemográficas de los usuarios y usuarias, los patrones de uso, las consecuencias de estos patrones y las respuestas de los Estados frente al consumo. Para responderlas, se hicieron entrevistas a profundidad (no se especifica cuantas, pero se afirma que son cientos) a usuarios y usuarias, personas dentro de las redes de apoyo de estos y estas y profesionales cuyo trabajo se relaciona con brindar una respuesta a los usuarios y usuarias, bien sea en salud o en servicios sociales. También se empleó una revisión de la literatura existente y de las bases de datos de los países participantes.

En Colombia, la investigación se realizó en la ciudad de Medellín. Se encontró que el consumo era transversal a todos los estratos socioeconómicos, las personas de estratos medios y altos inhalaban cocaína, mientras que las personas de estratos bajos fumaban pasta base o basuco[1]. La mayoría de los usuarios eran hombres entre 20 y 30 años y dos tercios de los encuestados asociaban el consumo de cocaína con el de alcohol. Los usuarios y usuarias identificaron cómo el mayor riesgo asociado al consumo de basuco la violencia de parte de los grupos al margen de la ley hacía las personas habitantes de calle.

La conclusión principal de la investigación a nivel global es que, en la mayoría de las ocasiones, los usuarios y usuarias que inhalan la cocaína no presentan problemas asociados al consumo. Mientras que los usuarios y usuarias que la consumen fumada, bien sea crack[2] o basuco, o se inyectan la sustancia, presentan mayores problemas de salud, principalmente pulmonares y cardiovasculares, cuya causa no es directamente atribuible a la sustancia, aunque si contribuye a exacerbar dichas afecciones. Así mismo, se reportan problemas de salud mental para los usuarios que presentan consumos problemáticos, tales como paranoia, depresión (especialmente por el consumo de basuco), ansiedad, apatía y baja autoestima. También, que el uso de la sustancia es mayoritariamente ocasional y el uso compulsivo, que representa problemas de salud para el usuario, es mínimo.

En cuanto a las respuestas de los Estados, los investigadores encontraron que, en la mayoría de los casos, la política pública para atender el fenómeno es netamente represiva, enfoque que incluso agrava los problemas de salud existentes en las personas. Así mismo, que los programas de tratamiento perpetúan los prejuicios existentes y que generalmente son poco efectivos para lograr la adherencia de las personas, especialmente las que no cuentan con recursos económicos y que tienen una alta dependencia a la sustancia. Finalmente, la OMS recomendó a los Estados usar la metodología empleada para investigar el uso de cocaína y otras drogas a nivel local, evaluar el impacto de las legislaciones sobre drogas en la salud de los usuarios y usuarias e investigar sobre los beneficios terapéuticos de la hoja de coca.

La divulgación de esta investigación en los noventas habría sido fundamental para cuestionar uno de los pilares básicos del prohibicionismo: la nocividad inherente de la cocaína y el riesgo inminente de adicción asociado al primer consumo. Conclusión que, divulgada vigorosamente por la OMS, podría haber cambiado el rumbo de la lucha antinarcóticos en el mundo, especialmente en los países productores. Lamentablemente nunca se publicó oficialmente y hoy en día seguimos sufriendo los mismos problemas que los autores identificaron hace 25 años. Ojalá en el futuro y no solo en lo que respecta a la política de drogas, las investigaciones e instituciones científicas no sean censuradas por contrariar los intereses de los políticos de turno. Ojalá…

[1] En el texto se refiere indistintamente tanto al basuco como a la pasta base. El término en inglés que se usa es “coca paste” y se describe como una pasta que se consigue en el proceso de elaboración del hidroclorato de cocaína. No es soluble en agua y usualmente se consume junto con tabaco, marihuana u otras sustancias carburantes.

[2] El crack es un cristal que se produce al calentar hidroclorato de cocaína junto con otros químicos. Se popularizó en los años ochentas en Norteamérica.

Vea aquí la investigación.

*Investigador en Dejusticia