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Por Santiago Carvajal Casas*

Sergio Urrego

No olvidar a Sergio, a su madre, seguir condenando los actos de discriminación y sus autores será la manera de reivindicar el nombre de Sergio Urrego y de proteger a niñas, niños y adolescentes LGBT en ambientes escolares de la homofobia y la transfobia. | Foto tomada de Colombia Diversa

El 4 de agosto de 2014 la homofobia empujó a Sergio Urrego Reyes al vacío. La discriminación provino de la institución que debía protegerlo, su colegio. Casi siete años después la justicia colombiana está a punto de empujar a Alba Reyes, la madre de Sergio, al abismo de la injusticia. El proceso penal que se adelanta contra Amanda Azucena Castillo, exrectora del colegio Gimnasio Castillo Campestre, por los delitos de falsa denuncia y ocultamiento de elemento material probatorio —que se ha extendido por más de seis años y que ha sido aplazado en más de 15 oportunidades— terminará este mes probablemente bajo la figura jurídica de la prescripción de la acción penal.

Dicha figura es una sanción al Estado ante la mora de concluir diligente y adecuadamente el proceso penal, una garantía para las personas procesadas y una forma de racionalizar la acción penal; que se ha convertido en este caso en una estrategia de la defensa para dilatar el normal desarrollo del proceso. La administración de justicia debe tomar medidas para evitar que la prescripción sea usada de forma abusiva, pues son las víctimas quienes más pierden con esta tramposa práctica. También pierde el Estado al romper la promesa de ofrecer un juicio justo en donde las partes sean escuchadas y se castigue a quienes violan las normas. Con esta incapacidad del Estado se refuerza la sensación ciudadana de vivir en un país en el que la impunidad es la regla. Al final toda la sociedad es la que pierde.

Para que el proceso penal no sea —como lo es en algunos casos— un ritual inane que conduzca al costoso fenómeno de la prescripción se requiere una mejor educación judicial para que todos los jueces, sin excepción, asuman verdaderamente su rol de directores del proceso y usen las medidas coercitivas para impedir dilaciones: que hagan llamados de atención, que nombren defensores de oficio de ser el caso, que impongan multas y que compulsen copias. Estas medidas tomadas oportunamente garantizan que el proceso siga su curso y se evite la sensación de impunidad. Para hacerse algunas ideas, en Colombia la confianza que tiene la ciudadanía en el sistema judicial está por debajo del promedio latinoamericano, y el Índice General de Impunidad para el año 2020 ubicó el país en el extremo superior del rango de países con impunidad media, muy cerca al límite de países con impunidad alta.

Mientras se corrigen esas asimetrías en la implementación del proceso penal ¿qué hacer en el caso de Alba Reyes? La prescripción está a la vuelta de la esquina y con ella la impunidad de la justicia formal. Si el juez no logra cumplir su papel, entonces, que sí lo haga la memoria colectiva. No olvidar a Sergio, a su madre, seguir condenando los actos de discriminación y sus autores será la manera de reivindicar el nombre de Sergio Urrego y de proteger a niñas, niños y adolescentes LGBT en ambientes escolares de la homofobia y la transfobia.

Una manera de alcanzar ese propósito es exigir al Estado Colombiano que se termine la inconclusa implementación de la sentencia T-478/15. El Ministerio de Educación debe cumplir a cabalidad las órdenes dadas por la Corte Constitucional. Por un lado, debe continuar con la revisión de los manuales de convivencia para que garanticen el libre desarrollo de la personalidad, promuevan el respeto y no discriminación para que los colegios sean territorios seguros para todos los estudiantes. Por otro, se implemente efectivamente el Sistema Nacional de Convivencia Escolar para que se pueda erradicar y prevenir el bullying o cualquier otro tipo de violencia en las aulas de clase.

Como lo dice la Corte en la placa que ordenó instalar en el Gimnasio Castillo Campestre en memoria de Sergio Urrego, garantizar que todos los colegios sean lugares seguros para el aprendizaje sólo será posible si entendemos que “una educación ética es el único mecanismo para obtener la perfección, destino último de los ciudadanos. La misma solo es posible si enseñamos en la diferencia, la pluralidad y el imperativo absoluto de respetar a los demás”. 

En memoria de Sergio David Urrego Reyes. 1997-2014.

 

* Investigador de Dejusticia

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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