Por Lucía Ramírez Bolívar*

La xenofobia es una de las principales barreras que enfrentan las personas migrantes para reconstruir sus vidas, así que uno de los grandes retos de las instituciones en los países de acogida es encontrar estrategias para combatirla. | Foto: Paula Thomas.

En Twitter circula un vídeo donde una mujer, encargada de la seguridad de un supermercado en Bogotá, revisa meticulosa y agresivamente las compras de unas personas venezolanas. En las imágenes se ve cómo ella desocupa con violencia las bolsas y verifica con rabia que todo esté en la factura. Las personas le preguntan a la mujer por qué no hace lo mismo con los otros clientes. Ella les responde “ustedes tienen su historia” y él replica “¿y los colombianos no tienen su historia con las drogas?”, ella cierra “si somos drogadictos ¿qué haces aquí?, ¿por qué no te devuelves?”.

Con esa frase llena de odio y de rabia termina ese terrible intercambio, que seguramente es sólo un ejemplo de las miles de situaciones de discriminación que viven a diario las personas migrantes en Colombia y también colombianos y colombianas en otros países. La Real Academia de la Lengua define la xenofobia como la aversión a las personas extranjeras. Esta fobia está alimentada por mitos que buscan responsabilizar a la migración de problemas estructurales como la inseguridad, el desempleo o la inestabilidad política. Se manifiesta en discursos públicos, en redes sociales, en conversaciones familiares, en acciones concretas como no contratar o no arrendar a personas migrantes o en encuentros como el del vídeo. Estas acciones hostiles y de exclusión no sólo afectan la dignidad de quienes las sufren, sino que tienen impactos negativos en el ejercicio de sus derechos, como la salud, la educación y el trabajo, por solo nombrar algunos.    

En Colombia, el país de las “puertas abiertas” —como lo presenta el gobierno en instancias internacionales—, la xenofobia contra las y los ciudadanos venezolanos ha venido creciendo durante los últimos años y se ha exacerbado en momentos de crisis como la pandemia y las jornadas del Paro Nacional. Según la encuesta Colombia Opina de Invamer, para noviembre de 2018 el 49 % de las personas encuestadas tenía una opinión desfavorable de las y los venezolanos. Para agosto de 2020, en plena pandemia, ese porcentaje había aumentado a cerca del 63 %. A lo que se suma que el 71 % opinaba que las fronteras con Venezuela deberían permanecer cerradas incluso después de superada la crisis por la pandemia. La versión más reciente de esta encuesta (abril de 2021) muestra que la percepción negativa de la población migrante sigue en aumento. 

A lo anterior se suma que muchos actores políticos han buscado aprovecharse de estas percepciones negativas para buscar un chivo expiatorio en situaciones de crisis o para apoyar sus posturas políticas. Cómo olvidar las declaraciones de la alcaldesa Claudia López del 30 de octubre de 2020: “yo no quiero estigmatizar a los venezolanos, ni más faltaba, pero hay unos inmigrantes metidos en criminalidad que nos están haciendo la vida cuadritos”. De acuerdo con el Barómetro de la Xenofobia, esa sola afirmación generó un aumento del 1.394 % en el número de publicaciones xenófobas en redes sociales en comparación al promedio de publicaciones diarias de los últimos 3 meses del año.

La evidencia ha demostrado que no hay una relación entre migración y criminalidad. De acuerdo con la FIP, durante 2018 el comportamiento de los delitos evidenció que los índices delictivos no se vieron afectados por la llegada masiva de personas venezolanas. Asimismo, el Migration Policy Institute encontró que la migración no ha provocado un resurgimiento de la violencia en Colombia.

Otro ejemplo del uso de las personas migrantes como chivos expiatorios son las afirmaciones de algunas autoridades en el marco de las actuales jornadas del paro nacional. El alcalde de Cali y el Ministro de Defensa han declarado públicamente que las personas venezolanas han sido responsables de actos vandálicos y bloqueos. El 29 de abril, día en que el alcalde de Cali hizo estos comentarios, las publicaciones xenófobas aumentaron en un 185 % con respecto al promedio diario del mes, según el Barómetro. 

Aunque no se han ofrecido pruebas concretas de estas afirmaciones, este discurso se reproduce y amplifica rápidamente y quiere ser usado para sustentar la vieja excusa del enemigo externo. Para algunos las protestas sociales son orquestadas por el “Castrochavismo” y no la manifestación del descontento de muchos y diversos sectores frente al Gobierno colombiano. En el afán de buscar resultados para demostrar que el problema viene de afuera, este discurso puede tener consecuencias devastadoras. Por ejemplo, muchas personas han sido expulsadas por ser un supuesto “riesgo para la seguridad nacional”, sin que se hayan analizado sus casos individualmente, ni se les garantice el derecho a la defensa. Muchas familias, como la de Miguel Ángel Calderón, han sido separadas por esta idea.     

Así, la xenofobia se reproduce en la calle, en las redes sociales, en el discurso político y en las decisiones de las autoridades y se torna más violenta en coyunturas como la actual. Algunos medios amplifican estos discursos y alimentan esas percepciones negativas que muchos repiten y otros usan a favor de sus intereses. La xenofobia es una de las principales barreras que enfrentan las personas migrantes para reconstruir sus vidas, así que uno de los grandes retos de las instituciones en los países de acogida es encontrar estrategias para combatirla. Esta no es una preocupación nueva y por eso muchas iniciativas han surgido para entender y afrontar esta forma de discriminación. Pero, ¿qué puede ser realmente efectivo? 

Para mí el primer paso es reconocer que somos una sociedad que discrimina. En la calle, en las reuniones familiares, en los noticieros y en las redes sociales escucho hasta el cansancio “yo no soy xenófobo pero…”. Si piensas que las personas migrantes, solo por el hecho de serlo, son ladronas o violentas; si no contratas o no le arriendas a personas venezolanas, eres xenófobo. No se trata de acusaciones, se trata de ser autocríticos para poder reconocer el problema y tomar acciones concretas para cambiarlo.

Esa reflexión debe impactar todos los niveles de la sociedad, pero debe ser liderada por las autoridades, su investidura misma es un megáfono que puede seguir dividiéndonos o ayudar a juntarnos. Ellos y ellas deben dar el ejemplo. En estos tiempos en que nos cuestionamos el modelo de país que tenemos, exigimos el respeto de nuestros derechos y luchamos por la igualdad, identificar la xenofobia, condenarla y no seguir reproduciendo esos discursos es un paso indispensable para avanzar hacia una sociedad realmente incluyente. 

* Coordinadora de investigaciones sobre migración en Dejusticia / @aydalucia