Por Juan David Cabrera*
Siguiendo un poco a la pensadora afro estadounidense Bell Hooks (QEPD), es curioso, o más bien triste, ver cómo algunos sectores sociales defienden con tanto ímpetu alguna causa, pero son insensibles frente a otras. Feministas blancas de clase alta luchando por paridad en las juntas directivas, pero indiferentes frente a la explotación laboral de mujeres pobres, muchas de ellas racializadas. Marxistas y anarquistas inconscientes frente a la violencia de género. Movimientos de liberación negra impasibles ante la subordinación de la mujer. Académicos que se dicen anti racistas y anti machistas, pero que defienden un sistema económico que nos llevará a la debacle ambiental.
Para Hooks, una ética del amor es fundamental para lograr una verdadera liberación. O si no lo que veremos será una liberación en alguna de las opresiones sociales, pero la continuación de otras. Veremos el fracaso en nuestros intentos de liberar al mundo. De alguna manera somos egoístas y pensamos solo en la opresión que nos afecta, sin tener en cuenta que somos absolutamente interdependientes, que en realidad somos uno; Ubuntu, en la tradición africana. Y aquí es donde la espiritualidad es fundamental para la liberación. Si no somos capaces de ver en el otro una extensión de nosotros mismos, si no somos capaces de ver que somos parte integral de la naturaleza, que somos interdependientes con ella, no lograremos los cambios necesarios para un mundo mejor. A lo sumo mejoraremos temporalmente la posición de algunas personas.
Y es que la interdependencia es un concepto fundamental en la tradición budista, tradición de la cual Hooks hacía parte. La interdependencia, el hecho innegable de que dependemos los unos de los otros, y de la naturaleza, nos debe llevar a sentir un amor incondicional hacia todos y todo. Dependemos de los campesinos que cultivan nuestros alimentos, de los obreros que construyen la ciudad y las casas, de los profesores que nos han enseñado a leer y escribir, de nuestros cuidadores que nos alimentaban cuando éramos bebés, de los árboles que nos dan oxígeno, de las nubes que nos dan el agua, de los animales que nos han dado alimento y compañía. Pero nuestro egoísmo nos impide sentir este amor incondicional, porque el amor incondicional es totalmente vulnerable, y no nos gusta sentir esa vulnerabilidad, así que ponemos una carcasa en nuestro corazón; nos volvemos un poco insensibles.
Podemos predicar sobre las injusticias sociales, pero aun así actuamos con egoísmo y nos insensibilizamos frente al sufrimiento de alguien que nos cae mal. Y esto puede ser así por el sistema en el que vivimos; un sistema con valores que nada tienen que ver con el amor. Es el sistema que Hooks denomina como el “patriarcado supremacista blanco capitalista”. Nada más claro para describir un sistema que necesita de la opresión, de la indiferencia frente al otro, para sobrevivir. Por eso el amor no es solo un acto individual, es un acto político contra un sistema de odio, de muerte. Pero al menos podemos intentar regirnos en nuestro día a día por la máxima del comunismo según la cual “de cada quien según su capacidad, a cada quien según sus necesidad”. Cada vez que ayudamos a alguien que lo necesita, por menor que sea esta ayuda, nos estamos rigiendo por esta máxima. Es una forma de actuar que sin duda es amorosa. Pero cómo es de difícil amar.
* Dejusticia