Por Paloma Cobo*

Para reducir la desigualdad y aumentar la movilidad social de manera efectiva es preciso inventar una educación y una sociedad donde las clases sociales se encuentren. Esto no es sino decir, de otra manera, que necesitamos imaginar más lugares comunes donde hacer amigos distintos a nosotros mismos. | Foto: Carlos Lesmos, EFE

Una clave para reducir la pobreza es que las personas ricas y  pobres sean amigas. Esta es la conclusión de un ambicioso estudio publicado hace algunas semanas en Nature y cuidadosamente reseñado en el New York Times. Para llegar a esta idea (polémica para algunos y, para otros, un lugar común), un grupo de profesores de las universidades de Harvard, Stanford y NYU, liderados por Raj Chetty, Johannes Stroebel, Theresa Kuchler y Matthew O. Jackson, analizaron las relaciones entre las conexiones de Facebook de 72 millones de personas, su código postal y un estimado de sus ingresos. Esto comprende el 84% de la población  entre 25 y 44 años de edad de Estados Unidos o 21 billones de relaciones de “amigos” en Facebook.

Ya sabían al iniciar su trabajo que los niños que crecen en barrios ricos tienen mejores posibilidades en el futuro que aquellos que lo hacen en barrios pobres, pero aún no era claro por qué en barrios de clase media e ingresos semejantes había diferencias importantes: en algunos, alta movilidad social; en otros, muy baja. La explicación es que en algunos de ellos existen más posibilidades de amistad pluriclasista que en otros: entre más conexiones haya entre personas ricas y pobres en un barrio, es más probable que los niños y niñas de más bajos recursos salgan de la pobreza en el futuro.

Los resultados son significativos: si un niño o niña pobre crece en un barrio donde el 70% de sus amigos son ricos —que es, de acuerdo con el estudio, el porcentaje de amigos ricos que tiene en promedio un niño rico—, sus ingresos a futuro podrían aumentar un 20% en promedio. El equipo de investigación descubrió que la posibilidad de tener amistades con otras clases sociales tiene un impacto más significativo en la movilidad social que la calidad educativa, la estructura familiar, la disponibilidad de trabajos, la composición racial de la comunidad o cualquier otro factor medido por su estudio.

Los mecanismos a través de los cuales la amistad pluriclasista sirve para mejorar la movilidad social son muchos, algunos de ellos fáciles de adivinar: tener conexiones para encontrar trabajo o socios (el famoso networking); contar con información útil que en general no se aprende en la escuela y que sirve para navegar una sociedad con prejuicios, sesgos e injusticias (desde cómo hacer una hoja de vida atractiva y cómo vestirse para una entrevista de trabajo hasta cómo pronunciar ciertas palabras); pero también inventar perspectivas de vida y sueños más ambiciosos para el futuro. Ayuda, también, a disminuir la desconfianza, la discriminación y los prejuicios entre miembros de clases distintas y puede lograr que las personas ricas imaginen mejor la vida de quienes no lo son, abandonen la abulia y el desinterés y contribuyan de manera más decidida a reducir las desigualdades, a través, primero, del apoyo a políticas redistributivas y del pago de impuestos. 

Lo cierto es que una manera de reducir desigualdades es acercar a personas de diferentes clases sociales, conseguir que interactúen entre sí y ayudar a que algunos se vuelvan amigos. No es suficiente que compartan espacios, pero es un buen comienzo: que las escuelas y las universidades tengan estudiantes de clases sociales distintas, que estos puedan encontrarse en actividades extracurriculares, que se incentiven las jornadas de juegos y de estudios fuera del colegio, ojalá en sus propias casas y barrios. La arquitectura también puede transformarse para fomentar los encuentros accidentales en los patios y las charlas en los pasillos. Lo mismo en la ciudad: eliminar puertas y filtros, abrir el espacio público, despertarlo y animarlo para que sea un lugar de encuentro de todas las clases sociales. En uno de sus monólogos recientes, Carolina Sanín propone superar la segregación espacial construyendo en la ciudad clubes de barrio —como los argentinos, donde los vecinos iban a jugar voleibol, a nadar o a fumarse un cigarrillo en la cafetería— y colegios de barrio, iguales, a través de la ciudad y a los que lleguen estudiantes de distintas clases sociales.

El mismo argumento aparece en el libro La quinta puerta, editado por Juan Camilo Cárdenas, Leopoldo Fergusson y Mauricio García Villegas. El libro parte de notar lo evidente: en Colombia, los ricos estudian con los ricos, por lo general en mejores escuelas y universidades, y los pobres estudian con los pobres. Una educación segregada por clases sociales, como la nuestra, no sirve para disminuir la desigualdad social y puede, incluso, reforzarla y legitimarla (transformando un privilegio heredado en uno que parece producto del mérito). Esto no se debe solamente a una desigual distribución de dinero y recursos materiales, sino también a una distribución desigual de lo que llamamos en el libro los activos sociales inmateriales (esto es, los contactos, los sueños ambiciosos y el conocimiento sobre cómo vestirse para una entrevista, entre muchos otros ejemplos): todos aquellos intangibles, heredados y producto de la condición social que ayudan a acumular capital a lo largo de la vida. Una educación y una sociedad con más encuentro entre clases hace que estos activos, primero, estén mejor distribuidos y, segundo, tengan algo menos de importancia a la hora de determinar el acceso a oportunidades. 

Para que el encuentro ocurra no es preciso esperar a que la sociedad deje de ser desigual. Es al diseñar y producir dicho encuentro que se ayuda a que la desigualdad disminuya. Como se mencionó, puede darse en las calles y plazas, en los bares, los conciertos y las bibliotecas, en las canchas de fútbol, en la salida del trabajo y en los pasillos y salones de colegios y universidades públicas y privadas. Estos últimos son especialmente propicios por la cantidad de tiempo que se pasa en ellos, porque están al comienzo de la vida y por la importancia de las amistades que allí se forman. 

En el caso de la educación privada, un experimento de pluriclasismo fue el programa Ser Pilo Paga. María José Álvarez Rivadulla muestra en un estudio, sin embargo, que sus efectos benéficos en la redistribución de activos sociales inmateriales tuvieron algunas limitaciones. Muchos otros han criticado, además, su eficacia y el vuelco hacia la privatización de la educación que el programa propone. Hay otras opciones privadas: programas de becas  y subsidios diseñados para fomentar la amistad entre clases sociales, intercambios entre colegios, actividades extracurriculares pluriclasistas, por ejemplo. 

Otra alternativa es que el encuentro entre clases ocurra en los colegios y universidades públicas, como ha ocurrido en países con sistemas de educación pública ambiciosos y de calidad. Para ello se puede desincentivar el que las personas de altos ingresos opten por la educación privada (por medio de impuestos o de escuelas de barrio obligatorias, por ejemplo), o crear las condiciones para que la educación pública sea una opción deseable para todos, sin importar la clase social de la que se provenga (ampliando sus cupos, desestigmatizándola, mejorando su calidad, ayudando a que sus egresados entren al mercado laboral y, especialmente, al servicio público, entre otras estrategias). 

Para reducir la desigualdad y aumentar la movilidad social de manera efectiva es preciso inventar una educación y una sociedad donde las clases sociales se encuentren. Esto no es sino decir, de otra manera, que necesitamos imaginar más lugares comunes donde hacer amigos distintos a nosotros mismos.