Seguro no sabe lo que es vivir con miedo, agarrar transporte publico o caminar por la calle con el corazón agitado sin saber que le va a pasar hoy. Seguro no le han quitado todo lo que fuertemente ha trabajado. Seguro no sabe lo que es sentir que su vida está entre un cuchillo y un celular porque lleva una vida cómoda que no se expone a estos riesgos o simplemente cuenta con muy buena suerte.
Seguramente a su novia no le han robado el carro amenazando por horas su integridad física. A su mamá no le han roto los vidrios para quitarle la cartera o a su papá no lo han agarrado a golpes con una pistola en la cabeza mientras lo tratan de secuestrar en el norte de la ciudad. Seguro a usted no lo han amarrado con corbatas amedrentando con violar a la mamá y a la hermana de su amigo que también está amarrado al lado suyo mientras le echan alcohol para prenderle fuego si se llega a mover.
Seguro al no vivir algo de esto o todo junto como lo he vivido yo, jamás entenderá el odio que se va creando en contra de una ciudad y de la escoria que vive y se multiplica en ella. Esos que tienen en sus manos la decisión de darle un segundo más de vida o simplemente de quitársela por obligación a su profesión de criminal. Prefiero que me tilden de animal o antisocial por expresar mi odio hacia esos infelices que hacerme el humanista que profesa una utopía sobre la felicidad en una ciudad que está muerta y en la que pronto vamos a tener que matar para que no nos maten.
En menos de un año a mis amigos, mi familia y a mí nos han robado de todas las maneras posibles en Bogotá. Exactamente el 10 de Septiembre de 2013 me atacaron dos hombres dentro de la estación de Transmilenio de la calle 85. Armados con cuchillos enfrente de más de 70 personas que miraban sin hacer nada como me despojaban de todas mis pertenencias y salían a correr. Entre esas personas había una funcionaria del mismo sistema de transporte que ni siquiera reportó lo sucedido.
Tres jóvenes que parecían indignados corrieron conmigo para agarrar a los ladrones y terminé en medio de una pelea entre bandas que se estaban disputando un mismo territorio. A cuchillo se enfrentaron en plena autopista mientras yo intentaba salir con vida de ese lugar. Luego de buscar ayuda por varios minutos encontré dos policías que con displicencia atendieron mi denuncia y al localizar el celular con la aplicación de rastreo me dijeron que estaba fuera de su cuadrante y que si ya sabía donde estaba por qué no iba por él.
Hoy, un año después volví a ser víctima de robo, pero esta vez fue lo que llaman “cosquilleo”. Me sacaron del bolsillo el teléfono entre una estación y otra sin darme cuenta. Siento una impotencia que me llena de ira. Me cansé de vivir asustado y ser uno más de los que sale de su casa rezando por volver con mínimo lo mismo con lo que salió y de no ser así, por lo menos volver con vida.
Me cansé de tener que agachar la cabeza y aceptar que vivimos en un basurero social que multiplica sus ratas día a día y se rige bajo el mandamiento de no dar papaya. Nos acostumbramos a callar y aceptar con derrota las injusticas a las que estamos sometidos por una serie de alcaldes incompetentes que dejaron caer la ciudad en la miseria hasta el punto donde la profesión más lucrativa es la de ser delincuente.
En el último año nos desocuparon la cuenta de ahorros clonado la tarjeta a mi hermana, mi papá y a mí. Le rompieron el vidrio del carro a un amigo llevándose el computador con el material de un trabajo que estábamos realizando y le hicieron paseo millonario a una amiga robándole el carro mientras la amenazaban con atentar en contra de su integridad y la de la amiga que la acompañaba.
Todos los días oigo dos o tres testimonios insólitos de apuñaladas por bicicletas, robos en centros comerciales, amenazas con jeringas, escopolamina en los buses, policías de tránsito que sobornan y auxiliares bachilleres que le marcan las víctimas a las bandas en Transmilenio. Violaciones de menores, ataques con ácido, apartamentos desocupados, gente enterrada en jardines de casas, fleteos y hasta atracos en los mismos bancos.
Esta ciudad se murió y yo estoy de luto porque con ella se está muriendo la conciencia de las personas que la habitan. Es más común que la gente pelee por los derechos de los animales que por sus propios derechos. Es más importante agitar las redes sociales con la indignación que produce un trancón interminable o el regreso de las corridas de toros a que alguien se pronuncie al ver la noticia en donde apuñalan a una mujer embarazada por quitarle su celular.
Pero que podemos esperar de la gente si la misma ley cobija a los criminales al considerar estos como delitos menores y los delitos menores son excarcelables. Por más que uno agarre del pelo al que lo está robando y lo lleve a un CAI, este saldrá a los cinco minutos a cobrarle con la vida el haberlo denunciado mientras sus amigos, conocidos o seguidores de redes le van a decir lo mismo que le dice la policía: “¡Para qué se puso!”. Y es que la conciencia social late en una frecuencia tan baja que es un gran escándalo nacional el que la gente haga fila para comprar un café pero cuando hay que pararse a defender la libertad, la dignidad y la seguridad, pareciera que nadie tuviera internet o que viviéramos en un pueblo fantasma.
Un delito no es menor cuando la decisión de continuar con nosotros en este «Reality» llamado vida está a cargo de la punta temblorosa del cuchillo de un criminal que posiblemente está drogado, nervioso o bajo prueba. El hecho no es el celular, el hecho es la perdida de libertad al vivir con miedo constante de morir por cincuenta mil pesos que se puede ganar el hampón y recibir la espalda de las personas que han decidido callar y morir en silencio.
No me importa que la gente critique mis arremetidas contra estas ratas cuando propongo que los marquen en la frente, les corten una mano o los tiren en la plaza de toros para darle gusto a los que respaldan el espectáculo. No me importa que esto le llegue a uno o a miles y que no pase nada al respecto. Por lo menos quedo con un pedazo de mi conciencia tranquila al saber que no me quede callado atragantándome con este tema e hice algo al respecto.
Hoy cambio mi imagen en las redes sociales por una franja negra que demuestra el dolor que siento al ver que Bogotá esta muerta. Su gente, sus calles, su tráfico, su paz y su libertad se pudrieron al quedarnos en silencio y no marchar o protestar por un lugar digno para vivir. Si usted quiere, copie la imagen y súbase al bus de los que por lo menos en redes protesta, porque hay muchos como yo que hoy están diciendo: “Me mamé de Bogotá” pero no hacen nada al respecto.
#MeMaméDeBogotá
@ElPrinciperro
Andrés Rodríguez E.
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Esta entrada tiene una segunda parte llamada «Bogotá Está Muerta».
Nota de la redacción: Como respuesta a esta entrada el bloguero Jaime Luis Posada escribió el post ‘Yo no me mamé de Bogotá’.