“La mejor arma contra un enemigo, es otro enemigo”.
– Friedrich Nietzsche –
Bogotá está muerta, me mantengo en lo que he dicho y cada día que pasa lo confirmo más. ¿Cómo puede uno explicar lo que le pasó a Joan Steven Pinto León de 19 años a quien le robaron el celular amenazándolo con cuchillos en la 146? Pero esto no es lo peor. Cuando decidió perseguir a los ladrones fue atropellado por un carro que le quitó la vida. Lo increíble es que el conductor ni siquiera paró a auxiliarlo, se voló dejándolo morir.
No solo nos hemos vuelto indiferentes con la desgracia ajena, sino que ahora también hemos llegado a tal punto de insensibilidad que podemos asesinar y vivir con la conciencia tranquila al creer que la policía es tan incompetente que jamás resolverá el caso. Estamos resignados a permitir la impunidad y pasar la página rápidamente creyendo que con el olvido vamos a resolver los problemas que como gusanos se reproducen en el cadáver de Bogotá.
Ya veo cientos de mentes brillantes comentando cosas profundas tales como: “¡Si no le gusta bien pueda váyase!” , “¡Eso le pasó por ser un gomelo que vive en el norte!” o “¡Seguro el que lo mató fue un provinciano que vino a quitarnos el trabajo!”. Otros un poco más espirituales dirán: “¡Cuándo a uno le toca, le toca!”. Y no falta el que le echa la culpa diciendo: “¡Eso le pasa por bruto!”. Lo triste es que no son frases que me haya inventado, son el tipo de pensamientos y comentarios de algunos inconscientes que pretenden tapar el sol con un dedo tratando de defender lo que se ha convertido en una tierra de nadie.
Es más fácil saltar a atacar al que critica públicamente con argumentos que abrir los ojos y ver la triste realidad a su alrededor. Para que sepan vivimos entre criminales. Los que apuñalan por celulares, los que atropellan y huyen, los que roban bancos, los que asesinan por celos, los que le hacen matoneo a un joven brillante que es feliz con su novio empujándolo al suicidio, los que desaparecen la plata de los impuestos, los que se reparten la plata de las calles, los que entierran arquitectos en el jardín, etc. La lista sigue y sigue con cosas que ni Edgar Allan Poe pondría en sus libros mientras que nuestros policías dejan caer un arma sin seguro en plena estación de Transmilenio cual escena de caricatura.
Ahora, muchos dirán que me sigo quejando y no hago nada al respecto. Pues nuevamente se equivocan. #MeMameDeBogota no solo sirvió para canalizar la rabia e impotencia que sentí luego de ser nuevamente robado, también le quitó el nudo de la garganta a miles de personas que no soportan más caminar en una ciudad que les arrebata la paz y la tranquilidad. Algunos se solidarizaron conmigo por el tema de los robos, otros expresaron su dolor por vivir experiencias trágicas con seres queridos, unos cuantos mostraron su molestia por los trancones y las calles, hasta inspiró a blogueros para que escribieran cosas bonitas de Bogotá, en fin.
Desperté la crítica sobre una problemática que abraza de manera oscura a miles de personas que viven en esta ciudad y a otros cientos que viven en otras ciudades, los cuales ya están comenzando a reclamar por su tranquilidad, por su seguridad y por la vida. La gente ha comenzado a apropiarse de la campaña cambiando su foto de perfil por la del luto que representa la indignación que por dentro llevamos. Han comenzado a denunciar en redes y proponer soluciones que buscan transformar el estado actual de la sociedad intimidada y sometida en la que vivimos. Para mí eso es actuar dentro del alcance de las posibilidades que tenemos.
Está comprobado que cuando un pueblo se une, hace que la justicia trabaje. Para la muestra está el caso de Natalia Ponce de León. La solidaridad logró imponer presión en las autoridades para conseguir resultados rápidos y no dejar impune un acto de tal atrocidad. Pero lastimosamente la indignación de los colombianos en general, dura tan solo un par de días. Yo me pregunto, ¿Será que somos capaces de unirnos para no dejar impune el caso de Joan Steven?
Probablemente lograríamos que en menos de una semana agarren al asesino o por lo menos que aumenten la seguridad dentro y fuera de las estaciones de Transmilenio para que no sigan atracando y matando a las personas que honradamente salen a trabajar o a estudiar para tratar de aportarle a esta ciudad algo con dignidad. Pero insisto en que nada va a cambiar si seguimos siendo indiferentes y cada mula hala para el lado que más le conviene.
Si no quieren que esa sea la razón específica, ¿Será que podemos unirnos para pedir una ciudad que nos garantice una vida digna y segura? Porque la inseguridad es una problemática que se esparce como un cáncer y va generando que otros órganos se vayan afectando. Por ejemplo, los trancones y la polución podrían disminuirse al ofrecer garantías de seguridad y eficiencia a los medios de transporte alternativos. La gente dejaría el carro para salir en bicicleta sin miedo a que se las roben, se subirían a los buses del SITP sin sufrir por terminar incrustados en el vestíbulo de un hotel o tomarían un taxi sin tener que rezar para que no les hagan paseo millonario.
Finalmente, me gustaría hacer énfasis en las penas ejemplares para los delincuentes que cometen delitos menores y son puestos en libertad a la media hora debido al hacinamiento en las URI o simplemente por las razones que nos quiera dar la débil justicia que tenemos. Acá va mi gran propuesta para todos aquellos que la pedían con palabras soeces.
Que tal si estos criminales son obligados a cumplir horas de trabajo forzoso. Se les pone un overol naranja y se les obliga a echarle una mano a esta ciudad que tanto lo necesita. Sabemos que muchos de estos hombres y mujeres no quieren estudiar y no se les puede obligar a estudiar pero si se les puede enseñar a hacer un oficio que los vuelva útiles para la sociedad. Tapar huecos, construir calles, limpiar las paredes empapeladas con capas gruesas de publicidad.
Se puede obligar a que por medio de fundaciones construyan casas para los más necesitados, barran las calles, los estadios y las plazas después de los eventos o recuperen los bosques y humedales llenos de basura. Que le den una manito a los contratistas que no han podido terminar los puentes por ejemplo.
Son miles de oficios que pueden realizar bajo la supervisión de la policía o los auxiliares que se la pasan jugando con el celular en los puentes peatonales. Dormirían en sus casas y se presentarían obligatoriamente a cumplir las horas de trabajo. En caso de evadir el castigo o ser reincidente, se les podría aplicar una pena mayor y a lo mejor él ofició que aprenden a realizar les puede servir más adelante como una alternativa de vida para no tener que volver a delinquir.
Si alguien quiere apropiarse de esta idea o sabe de alguien que tenga la facultad para proponerla ante organismos del estado, bien pueda. Si tiene alguna propuesta que considere que puede funcionar déjela en los comentarios que probablemente alguien pueda ejecutarla. Lo mismo con el llamado a la unión. Si alguien quiere organizar una marcha o concentración de indignación o que rechace la impunidad, hágale, no tenga miedo en convertirse en el enemigo de unos pocos. Recuerde las palabras de Nietzsche, “La mejor arma contra un enemigo, es otro enemigo” y cuenta conmigo y con miles de personas que están cansadas de vivir en una ciudad muerta que constantemente los lleva a decir #MeMameDeBogota.
@ElPrinciperro
Andrés Rodríguez E.
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Esta entrada tiene una primera parte llamada «Me Mamé De Bogotá».