A menudo me preguntó qué significa ser papá o mamá. Y encontrar una respuesta no es nada fácil. A veces imagino que es llevar (cargar dicen algunos) la responsabilidad de «sacar adelante» a una (s) personita (s); otras veces, me digo que es parte de la vida; en otras ocasiones pienso que es una de las responsabilidades del matrimonio, especialmente en estas épocas en las cuales prima el desarrollo profesional y material de las personas quienes antes de tener un bebé que «trunque sus sueños y aspiraciones» prefieren tener una mascota, especialmente un perro de raza labrador, quien se convierte en el «bebé» de la casa: buena comida especialmente hecha para él, un jardín canino mejor que cualquier jardín infantil humano y el cariño y consentimiento de sus amos.

Al mirar a los ojos a mis hijas encuentro la respuesta: mi realización como persona. A la fecha he sido testigo de su vida: desde la primera ecografía al mes de gestación, como su nacimiento, primeros pasos, cumpleaños, entrada al jardín, primer día de colegio, en fin. Ellas, y el futuro niño que viene en camino, solamente me han dado alegrías, sonrisas y muchas lágrimas de emoción como cuando recibí en la sala de partos a una de ellas o como fui testigo del amor por la vida de mi segunda hija en la incubadora de una sala de cuidados intensivos de una clínica al norte de Bogotá. O del nuevo bebé, quien desde la barriga de su mamá nos demuestra una vez más que la vida es un regalo, un don que lastimosamente muchos no quieren reconocer como tal.
Sin embargo, tengo momentos de preocupación que se reflejan en dos preguntas: ¿estoy educando bien a mis hijos? ¿Como papá estoy a la altura y preparado para educar a mis hijos en el mundo actual?
En una reciente columna publicada en El Tiempo titulada «¿Quiénes son los culpables?», Andrés Hurtado García afirma que los padres de familia nos estamos equivocando en la manera como educamos a nuestros hijos. Afirma Hurtado que los padres creemos «equivocada y en ocasiones irremediablemente, que amar es dar gusto, dar cosas, dar todo, satisfacer caprichos, evitar sufrimientos y todo lo que incomode al hijo; creen que educar es dejar al hijo a su aire, sin normas, ni reglas, ni deberes que cumplir; y como vivimos en una sociedad que predica día y noche los «derechos de los niños» y olvida que también tienen deberes«. Hurtado postula un posible culpable: «una sociedad violenta, una sociedad consumista, alejada de valores humanos y espirituales, entonces la labor del hogar se torna todavía más difícil.«
Para ayudar a solucionar esa situación, el columnista indica que «amar a los hijos es sobre todo darles tiempo, «gastar» tiempo con ellos, acompañarlos, educarlos en las normas de convivencia, no ahorrarles pequeños y normales sufrimientos que los preparen para los problemas que la vida les presentará».
Y tiene razón. Muchos padres creemos que la mejor educación es aquella en la que evitamos cualquier tipo de sufrimiento a los hijos, cualquier necesidad; una educación en la cual olvidamos que debemos prepararlos para los momentos dulces pero también para los momentos amargos que les permita disfrutar de la vida, amarla, respetarla y valorarla pero también enfrentar problemas como una mala nota en el colegio, un amor frustrado o no tener todo lo que se quisiera.
Muchos dirán que la sociedad, el entorno actual en el cual nos desempeñamos, no ayuda. Es verdad. Vivimos en una sociedad consumista, mediática, de pocos valores y muchos antivalores, en donde la vida vale lo que vale un celular. Sin embargo, ese hace más interesante el reto de ser papá o mamá.
Pero para estar a la altura del desafío debemos formarnos y aprovechar los espacios de interacción con otros padres; conocer y confiar en nuestros hijos; generar redes de padres que sirvan de apoyo y guía; invitar a la empresa privada y a las organizaciones públicas a que piensen que un trabajador feliz en su casa es feliz en su empresa, más productivo y con alto sentido de pertenencia institucional; a que la sociedad comprenda en su totalidad que entre más fuertes las familias más fuertes los individuos y en general el colectivo de personas.
Creo que voy bien aunque me falta un camino largo para hacerlo mejor. Pero lo sé. Para educar debo educarme y lograr mantener la cabeza a flote en medio de una sociedad en decadencia, violenta, enferma, desquiciada, que pide a gritos familias unidas y niños bien educados en respeto, amor, colaboración, solidaridad; niños capaces de enfrentar al mundo haciendo las cosas con honestidad y lealtad. Y para eso debo prepararme a diario.
En estos tiempos de cólera es necesario prepararnos para ser padres de familia. Esa es la mejor vacuna.