Vivimos en un país que está convencido que todo se soluciona a punta de leyes. Nuestra constitución tiene más de 380 artículos y a la fecha, desde 1991 cuando se promulgó, se le han realizado más de 26 reformas, bajo el supuesto que es necesario ir ajustándola de acuerdo a las cambiantes condiciones de la sociedad.

Y pensamos que para todo se necesitan leyes porque  a diario nos quejamos de muchas cosas que suceden. La violencia en campos y ciudades, la corrupción, la violencia contra mujeres y niños, el tráfico en las urbes, la ausencia de cultura ciudadana y muchas otras cosas más.

Y así como surgen leyes y leyes también han surgido iniciativas públicas y privadas que buscan promover la compleja tarea de conformar familia, de educar y proteger a sus hijos, a los niños, al futuro de una sociedad, de la nación.

Así, el Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, la Alianza por la niñez, Red Papaz, Lafamilia.info, el ICBF, el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Mintic) y muchos más, han dedicado años y años de trabajo, recursos humanos y financieros además de una notable e inagotable voluntad, esfuerzo y amor por la familia, para promover su desarrollo y sustentabilidad por el bien de hombres y mujeres, de los niños, de la sociedad en general. Lo que para muchos es una tarea «cavernícola» y «retrograda», para muchos de nosotros es amor puro.

Buena parte de los frentes de trabajo se centran en el  impacto que los medios de comunicación y sus contenidos tienen en los niños. Para nadie es un secreto que la televisión, la radio, internet y los videojuegos representan un desafío para los padres de familia que observan como sus hijos dominan las tecnologías, viven inmersos en las redes sociales y su vida permanece conectada alimentando una vida online que en muchos casos difiere de la vida offline.

Los padres de familia somos producto de una generación audiovisual caracterizada por unos medios de comunicación análogos, masivos, divergentes, lineales y  monomediales en donde la relación que teníamos con ellos era la de un espectador totalmente pasivo; nuestros hijos están creciendo con unos medios de comunicación digitales, personalizados, convergentes, no lineales y multimediales lo que ha llevado a que tengan un papel mucho más activo y participativo por lo que hoy esa generación audiovisual es denominada «prosumidora», es decir productora y consumidora de contenidos audiovisuales.

Esa nueva caracterización tiene sus ventajas y amenazas. Así como buscan y comparten información y son capaces de realizar varias tareas al mismo tiempo (multitasking), viven permanentemente en peligro por la excesiva violencia y sexo en la televisión, abuso por parte de las emisoras juveniles, sangre y muerte en los videojuegos, redes de pornografía, trata de niños, ciberbullying y otros riesgos propios de la internet.

Las instituciones arriba mencionadas han asesorado y emprendido campañas para evitar que más niños sean víctimas del impacto de los medios, las plataformas y los contenidos, aprovechados de mal manera por muchos hambrientos de rating, dinero y poder sin el menor asomo de respeto y compasión, aprovechándose de la ingenuidad y excesiva confianza de los menores de edad y de sus padres.

Talleres, charlas, congresos, foros, diplomados, capacitaciones, campañas de prevención, en fin, todas las herramientas han sido utilizadas para sensibilizar a padres de familia y maestros sobre estos temas. Pero si no hay conciencia, si no se quiere recibir el mensaje, todo el esfuerzo se pierde.

Personalmente he gastado horas de trabajo estudiando, preparando y dictando diferentes modalidades de capacitación sobre la importancia del rol de los padres de familia frente al consumo de contenidos audiovisuales y en la red por parte de sus hijos. Y la conclusión, producto además de investigaciones que se han realizado sobre el tema, es que es muy importante que los padres de familia sean guías y orientadores de ese uso y consumo.

De esa manera se reducen riesgos, se sensibiliza, se aprende a escoger plataformas y contenidos adecuados y de paso de fortalece el trabajo de papá y mamá y se consolida la estructura familiar. Pero así como hay familias atentas al mensaje, para otras pareciera que el asunto no es con ellos y no logran entender la dimensión de este tema. Para la muestra un botón…

¿Sabrá el adulto el daño que está produciendo en ese niño un videojuego en donde el protagonista es la muerte? ¿Serán conscientes los padres de familia del riesgo que ponen en manos de sus hijos cuando les regalan una tableta o celular con acceso ilimitado a internet? ¿Por qué algunos padres de familia creen que hacen bien cuando dejan a su hijo navegar en la web por horas sin control, sin acompañamiento?

Leyes existen para controlar los contenidos, evitar abusos y demás, pero no es suficiente. Es urgente que las familias, acompañadas de otras instituciones como el Estado, la escuela, la Iglesia y muchos más, entiendan que existe una corresponsabilidad en la protección de la familia y educación de los niños.

Se hace necesario que existan más hogares reflexivos frente a este y muchos otros temas de vital importancia para garantizar la supervivencia y desarrollo de la familia. Mientras siga la indiferencia, mientras algunos piensen que no es con ellos, la loable labor de muchos quedará en nada. Pero las consecuencias de no entender la dimensión educativa de la familia las sufriremos todos y buscaremos la manera de inventarnos leyes que nos ayuden a «solucionar» los problemas que nuestra indiferencia ha generado.

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