¿No han sufrido cuando una amiga presume que su hijo ya se sienta mientras que el suyo todavía no es capaz de mantener la cabeza quieta? O cuando ya camina y el suyo a duras penas se arrastra…
Pero las cosas no cambian cuando ellos crecen. Pasamos de lo tierno y adorable a buscarle a la fuerza toda una serie de atributos, valores y destrezas con tal de mantener en nuestra imaginación que ellos, nuestros hijos, son los mejores y le llevan años luz al resto de hijos del universo. Es el problema de los padres de familia que no ven las reales cualidades de sus hijos sino que se las inventan.
«Es que mi hijo es el mejor del equipo…el técnico dice que nunca había visto alguien como él»; «la tengo en ballet todos los sábados 6 horas porque a mi hija le encanta y si vieran como lo hace de bien»; «mi hijo es el más feliz en el colegio»; «no se preocupen que mi hijo, a pesar de tener 4 años, es capaz de cortar el pan con ese cuchillo. El pediatra me dice que le sorprende la psicomotricidad que tiene»; «tranquila que no es necesario colocarle babero, mi hijo no riega una gota»; «si vieran, es que se la pasa estudiando, por eso no vino al almuerzo de la abuela, por estudiar», y así, frases y frases de «súperhijos» que seguramente hemos dicho o escuchado en cualquier reunión.
Lo lamentable es que los hijos escuchan todo eso y saben que no es verdad, que ellos no son así porque son suplentes en el equipo, detestan el ballet, no se sienten a gusto en ese colegio, se han cortado con el bendito cuchillo, se echan la comida y el jugo encima y realmente no fueron al almuerzo de la abuela por jugar Xbox y no por estudiar.
Como los hijos saben que no es verdad todo lo que sus padres alardean, pues notan que sus padres desean y esperan unos hijos que a todas luces no son ellos. Sus padres hablan de unos hijos soñados, para quedar bien con la familia y con los amigos, pero no hablan de los que tienen y eso trae consecuencias.
Es lógico que un padre de familia se sienta orgulloso de sus hijos, pero elogiarlos demasiado no es bueno. Un estudio realizado en las Universidades de Chicago y Stanford encontró que cuando los papás les dicen repetidamente que son muy inteligentes, superiores a los demás o crean historias en donde sobresalen, los hijos presentan problemas al enfrentar los desafíos de la vida adulta y a resolver problemas.
Esa comparación continua, ese deseo de mostrar que sus hijos son los mejores, tiene sus riesgos. Los padres debemos sentirnos felices con los hijos que la vida nos regaló. Son un regalo único.
La Asociación Pediátrica de Estados Unidos recomienda que los niños
desarrollen el sentido de autoestima a edad muy temprana y gran parte de
esa autoestima se alimenta de los mensajes positivos que reciben de sus
padres, de eso no hay duda. Palabras como «te amo», «tú puedes», «eres
capaz», «no digas que no puedes», además de reconocerle sus
capacidades y hacerles caer en cuenta de sus debilidades les permite
conocerse a sí mismos, valorarse y saber hasta dónde pueden llegar. Pero irse al extremo de pintarlos como dioses ya raya en problemas.
Finalmente, es importante amar a los hijos porque son los mejores para nosotros, no porque sean mejores que otros.
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