A lo largo de los años, las aplicaciones tecnológicas en el salón de clases han ido tomando más y más formas y fuerza. Es una idea que no requiere una mirada muy esforzada para entender por qué tiene sentido. Las formas que ofrece la tecnología para que los estudiantes puedan relacionarse con los contenidos que se presentan en el salón de clases se convierten en un nicho para el desarrollo de formas en las que se puede dar esta aplicación, ayudadas, en parte, por la Ley de Moore, la observación realizada por Gordon Moore (Cofundador de Intel) sobre el aumento periódico de la capacidad de los procesadores, con consecuencias sobre su precio al consumidor.
Probablemente una de las iniciativas mas notorias para llevar la tecnología al salón de clases fue la ideada por Nicholas Negroponte, One Laptop Per Child, y que buscaba poner un portátil especialmente diseñado para fines educativos en las manos de estudiantes de todo el mundo. Después de distribuir mas de 2 millones de portátiles y tabletas en países como Estados Unidos, Italia, Uruguay, Uganda e incluso Colombia, la organización anunció recientemente la subcontratación de su desarrollo de software, anunciando un ‘enfoque en su valor central: la educación’.
Un anuncio como este representa entender la idea que la tecnología por si misma no implica una revolución en el salón de clases. Sin embargo, esta idea encuentra enemigos en ciertos contextos que igualan cifras de ejecución con resultados en calidad educativa. Un caso claro es el discurso que ha permeado la política educativa de Bogotá de los últimos años a través de cuantiosas adquisiciones de equipos sin que se presenten mejoras notables en el desempeño de los estudiantes, mientras que los colegios de llenan de computadores portátiles, proyectores de video y cualquier otra clase de dispositivos que se ven subutilizados bien sea porque los grupos tienen mas estudiantes que equipos, o porque los docentes eligen no utilizarlos por miedo a un deterioro o pérdida de los mismos y exponerse a consecuencias fiscales y disciplinarias; se forma entonces un extraño escenario de ‘Mirar y no tocar’ en el que están los recursos tecnológicos pero no se usan para evitar complicaciones, y que es sostenido en la medida que el control interno que se hace no apunta a buscar resultados del trabajo con esos recursos sino a su permanencia y capacidad de uso.
El cambio de rumbo anunciado por OLPC debe ser un llamado de atención a entidades como la Secretaría de Educación Distrital y el Ministerio de Educación Nacional a que replanteen su relación con la tecnología en el salón de clases, entendiendo su papel como facilitadores de la adquisición al mismo tiempo que desarrollan formas en las que esta tecnología es utilizada dentro del salón. A fin de cuentas, el trackpad del portátil y el video beam no son los profesores.
A todas estas, ¿Dónde está el acompañamiento a la adquisición de portátiles que ha hecho el Ministerio con One Laptop Per Child?