La reelección de Juan Manuel Santos para el periodo 2014 – 2018 representa, en teoría, la continuidad de una serie de políticas públicas en todos los niveles, incluyendo lo relacionado con la educación. Sin embargo, las realidades políticas producidas por las alianzas interpartidistas inevitablemente hacen que los nombres de quienes las ejecuten cambien, es decir, que vengan cambios en el gabinete ministerial, lo que en la actual coyuntura y para el tema que ocupa este blog, la pregunta es ¿Que necesita el nuevo ministro de educación?
En los últimos días, han cruzado versiones y peticiones buscando que Antanas Mockus, candidato presidencial para las elecciones de 2010 sea el ministro de educación en el segundo periodo de Juan Manuel Santos, aunque la verdad es que el escenario de Mockus ocupando dicho cargo es poco probable; en primer lugar, el mismo Mockus ha manifestado su interés en colaborar con el desarrollo del proceso de paz; al mismo tiempo, las últimas apariciones públicas de Mockus sugieren que su estado de salud quizá no lo deje en las mejores condiciones para asumir el trajín de un cargo así. Mas allá de estas objeciones, lo que deja entrever una petición como esta es que no se tiene un conocimiento adecuado sobre el perfil requerido por el jefe de una cartera como la educativa
La petición de Mockus como ministro de educación puede verse justificada por el papel que el exrector de la Universidad Nacional le dio a la educación en su campaña presidencial, y la percepción que existe en la opinión pública de el como alguien comprometido con el tema. Sin embargo, esta petición se sustenta en la percepción errónea que un cargo como el ministerio de educación debe ser ocupado por un educador, cuando en realidad debe ser ocupado por un gerente que tenga sensibilidad hacia los temas educativos, una sensibilidad la cual, en el contexto colombiano, se relaciona con la atención a tres frentes de acción principalmente.
El primero tiene que ver con la mejora a la calidad educativa, un proceso que ha avanzado en buena parte gracias a iniciativas como el programa Todos A Aprender, y que debe ser sostenido a lo largo del tiempo por cuanto los resultados de este proyecto y su efectividad solo podrán ser confirmados en una ventana de tiempo larga mediada por el avance escolar de las poblaciones que son su objetivo, siendo esto dependiente de un empalme efectivo entre ministros salientes y entrantes para que no haya ninguna clase de traumatismo en dicha transición.
El segundo frente de acción, tiene que ver con el manejo que se da a las reclamaciones hechas por los docentes a nivel salarial. El paro realizado por los docentes en el mes de mayo, mediado exclusivamente por intereses políticos, alejados de un interés genuino por las condiciones de los maestros, le pinta una imagen clara al próximo titular del ministerio de educación: Es necesaria una actitud firme que, si bien reconozca las necesidades de los docentes y realice esfuerzos para mejorarlas, no tenga ningún temor en reclamar de forma enérgica el papel que estos deben llevar a cabo en la mejora de la calidad educativa, y que no tiene sentido pensar en prebendas inmerecidas cuando hay sectores en el gremio docente que buscan torrentes de beneficios sin hacer su trabajo.
Finalmente, la labor del nuevo ministro de educación debe conectarse con el esfuerzo relacionado con el proceso de paz. Mas allá del discurso de campaña, es claro que todos los sectores del gobierno nacional deben articularse con los esfuerzos tendientes a la constitución y desarrollo del proceso de paz, lo que necesariamente le asigna algún nivel de responsabilidad a nivel de políticas públicas.
Estos son los retos que afronta un eventual ministro (O ministra) de educación en el segundo periodo de Juan Manuel Santos, que a su vez se convierten en los principales criterios a tener en cuenta para su selección, con lo que se podrá transmitir el mensaje de la separación entre políticas de educación y educación politizada de una forma efectiva y clara.