Los últimos años han visto el crecimiento y expansión de Open English, la plataforma en línea para el aprendizaje de la lengua inglesa que (De acuerdo a sus cifras) ha crecido casi que exponencialmente en su número de estudiantes matriculados, pasando de 5000 en 2010 a casi 70000 en la actualidad. Fundada por los venezolanos Andrés Moreno y Wilmer Sarmiento, la plataforma capitalizó en la necesidad a nivel empresarial de la adquisición de competencia en la lengua inglesa para ejecutivos, yendo mas allá del ámbito empresarial, y presentándose como una alternativa para que cualquiera pueda aprender lengua inglesa de forma rápida y efectiva.

A la hora de promocionarse fuera del mercado de ‘Inglés para ejecutivos’, Open English se ha apoyado en dos puntos para atraer estudiantes: El primero, la conveniencia asociada a aprender en el momento que uno pueda y quiera debido a su componente en línea, y el segundo, el plus que, según Open English, representa tener instructores angloparlantes como garantía de calidad y efectividad en el proceso de adquisición de la lengua (Para propósitos de discusión, en esta entrada uso el término ‘Angloparlante’ como sinónimo de ‘Hablador nativo’).

Este segundo punto es el que lleva a la discusión. Si bien la idea que un angloparlante está mejor calificado para enseñar la lengua inglesa por virtud sola de su nacionalidad no es nueva, las implicaciones de esta idea siempre resultan en un sentido, problemáticas, por otras dos razones. En un primer lugar, refuerza la idea, expuesta por autores como Bonny Norton sobre las relaciones de poder asociadas con la enseñanza de lenguas extranjeras, y como el que las enseña tiene un grado de poder sobre aquel que las está aprendiendo, una idea explorada con mas profundidad por la autora en su trabajo con mujeres inmigrantes en Canadá. Cuando Open English promociona como una de sus grandes ventajas el contar con instructores angloparlantes, refuerza esa relación de poder y todo lo asociado a ella, como la percepción de prestigio asociada con tener instructores angloparlantes y el desconocimiento de la capacidad de los instructores que no lo son, y de paso, invisibilizándolos dentro de la comunidad de enseñanza de lengua inglesa.

La segunda implicación tiene que ver con la contradicción que la postura de Open English representa dentro del actual paradigma. De la misma manera que el latín en el apogeo del imperio Romano, las dinámicas de globalización económica y política han convertido al inglés en una lingua franca, categoría de análisis que ya ha recibido atención por autores como Suresh Canagarajah y Julianne House, y en tanto lengua franca, utilizada en cada vez mayor proporción por hablantes que no tienen el inglés como primera lengua, la idea de un ‘Acento correcto’ o mejor que los otros pierde relevancia por cuanto la lengua deja de ser el patrimonio exclusivo de un grupo cultural.

Frente a esta coyuntura, es satisfactorio ver como desde los estamentos creadores de políticas se está empezando a abandonar la ‘Escuela Open English’ (Por llamarla de alguna manera, a través de políticas como las aulas de inmersión de la Secretaría de Educación Distrital, que están empezando a ser implementadas en algunas instituciones. Al vincular cooperantes extranjeros que no necesariamente son habladores nativos, se asume al inglés en su dimensión de lengua franca como vehículo de transmisión e intercambio cultural. El desarrollo de la política nos permitirá ver que tan apropiado ha sido el enfoque.