Cada parte del año académico trae su conjunto particular de afanes e inquietudes. En este caso, el momento actual de finalización de actividades académicas trae a colación términos como ‘Recuperación de logros’, ‘Comisiones de promoción’ y el que trae más implicaciones, ‘Pérdida de año’; este último escenario, el cual, infortunadamente, mas de un estudiante ha de estar enfrentando en este momento, plantea una serie de preguntas sobre la naturaleza del mismo y como es manejado por todas las partes involucradas para que resulte lo menos perjudicial posible.
En el contexto colombiano, el decreto 230 de 2002, ha sido un factor altamente influyente en las actitudes frente a la repitencia del año escolar. Si bien no era una de sus intenciones, el hecho que estableciera el 5% de estudiantes como el máximo a poder ser reprobado dio pie a la figura de la promoción automática, en la que los estudiantes sabían que aun si su desempeño académico no fuera el mejor, las posibilidades que pasaran al siguiente grado eran bastante altas por lo que no tenían que hacer un esfuerzo particularmente grande en sus estudios, mientras que por parte de los docentes, se empezó a afirmar la creencia que a la hora de evaluar a los estudiantes (parte inevitable del proceso educativo así haya quienes no lo acepten), lo importante es no pasarse del 5%. Lejos de favorecer la excelencia académica, lo que logró este decreto fue la institucionalización de la cultura del menor esfuerzo, condenando a varias promociones de estudiantes a un entorno en el que las mismas instituciones no se molestaban en lograr exigencia académica.
A nivel institucional, esta aceptación del menor esfuerzo se trasladó a los sistemas institucionales de evaluación. Tomando en cuenta que el principal criterio que se tiene en cuenta a la hora de definir si un estudiante es promovido o no al siguiente grado son sus calificaciones, las instituciones terminaron por modificar sus criterios y procedimientos de evaluación de tal manera que dicho 5% fuera evitado a toda costa, independientemente de si el estudiante está o no preparado para asumir los retos del siguiente grado escolar, dando pie a segundas, terceras y cuartas oportunidades para recuperar logros y asignaturas, en las que si los estudiantes fracasan, entonces la responsabilidad recae exclusivamente en los docentes, cuando cabe preguntarse que pasa por el entorno de un estudiante cuando ocurre algo así.
Así mismo, conllevó a que estos sistemas de evaluación se hicieran cada vez mas y mas complejos y difíciles de entender para estudiantes, padres de familia, e incluso, para los mismos docentes; se llegó a un escenario en el que estudiantes y padres de familia no tienen mucha claridad alrededor de lo que conllevó a la reprobación y solo saben que la nota ‘fue muy bajita’, sin recibir mayor explicación al respecto y redujo el desempeño académico a una dualidad entre ‘pasar o no pasar’. Para terminar de componer el panorama, las instancias de control interno a las que pueden acudir los padres (Direcciones Locales de Educación y demás) para hacer las reclamaciones a las que pudiera haber lugar, ha hecho que los docentes, antes de evaluar a los estudiantes de una forma apropiada, terminen por ‘curarse en salud’ y le den la aprobación institucional a estudiantes que realmente no tienen por qué recibirla, en otro ejemplo más de como, a pesar del discurso que sugiere lo contrario, el andamiaje institucional de la educación pública en Colombia no le presta un verdadero apoyo a sus docentes y cree que su labor se reduce a cifras de estudiantes matriculados.
La reprobación del año escolar siempre debe ser el último escenario al que se ve abocada una institución a la hora de manejar a un estudiante cuyo desempeño académico no está de acuerdo a unos niveles apropiados, pero eso no significa que su implementación deba demorarse por métodos artificiales, determinados por las cifras de cobertura y leyes desconectadas de las realidades institucionales, al mismo tiempo que debe haber una explicación clara de sus causas, para que lejos de convertirse en un castigo o una letra escarlata que el estudiante cargue por su vida escolar, se convierta en una oportunidad de reflexión y mejora.