A mediados de la pasada semana, se dio a cabo un intercambio de trinos entre la ministra de educación, Gina Parody y el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, alrededor de la clasificación publicada por el ministerio de educación de los departamentos del país, tomando en cuenta su desempeño en las pruebas saber; una polémica que deja varios puntos para la discusión, tanto por los datos que presenta como por la polémica en si misma.

Arrancando por lo último, llaman la atención las afirmaciones del alcalde en el sentido que la omisión de Bogotá en una clasificación de departamentos represente un ‘sesgo ideológico’, dando a entender que la clasificación publicada tiene una agenda mas allá de lo descriptivo, una afirmación respondida por la ministra con la afirmación que la inclusión de Bogotá en dicha clasificación sería una forma de hacer trampa. En este caso, la polémica deja ver, en primer lugar, las singulares teorías de Petro sobre la organización territorial en la educación y que suceden a su peculiar teoría sobre el carácter público del Liceo Francés, pero cuando vamos mas allá del intercambio de acusaciones sobre teorías para destrozar a la Bogotá Humana, nos damos cuenta que ambos funcionarios, pero en especial Petro se han adherido a la escuela que iguala números con resultados en educación, una línea de pensamiento peligrosa y perjudicial al largo plazo. 

Si bien dar cifras sobre el numero de colegios y estudiantes que llegaron a determinado puntaje dentro de unas pruebas estandarizadas se traduce en una percepción de efectividad por parte de las políticas públicas, puede llegar a ser, a fin de cuentas, un ejercicio engañoso, el cual, la verdad sea dicha, ha sido llevado a cabo con significativa frecuencia por parte de la administración distrital en los últimos dos años; un ejercicio cuya naturaleza engañosa viene de ignorar las peculiaridades estadísticas que puedan aparecer, y que hace que, desde la opinión pública, se asuma que se está haciendo un buen trabajo. Resulta mas conveniente en este caso darle una mirada a la clasificación de estudiantes en los puestos 1-400 para ciudades capitales, en la cual, Bogotá se encuentra en tercer lugar después de Tunja y Bucaramanga, con una diferencia considerable entre Bogotá y la capital de Boyacá, planteando la pregunta sobre la efectividad de la inversión realizada por la ciudad en el área educativa (Otra linea discursiva explotada hasta el hartazgo por la administración Petro).

Cuando se deja de lado la discusión y se miran los datos arrojados por la clasificación, aparecen resultados que sorprenden y otros que se están convirtiendo en una dolorosa y vergonzosa normalidad. La mejora de Cundinamarca entre los años 2010 y 2014 plantea preguntas importantes con respecto a las políticas que ha implementado el departamento, una situación que también presentan departamentos como Boyacá y los Santanderes. Por otro lado, los resultados de Amazonas, Vaupés, Chocó, Bolivar y Magdalena plantean dos realidades que si bien son de largo cuño, es imperativo resolver de una vez por todas. En el caso de los dos primeros, su situación de periferia puede tener algo que ver en el origen de los resultados presentados, lo que plantea preguntas sobre la presencia estatal en el tema; en el caso de los tres últimos, especialmente Bolívar y Magdalena, nos encontramos ante el efecto del patronaje y los manejos politiqueros en la educación, una problemática que estos departamentos han experimentado por años y que requiere una intervención seria por parte del ministerio de educación.

A fin de cuentas, lo que nos deja este episodio es la grave desconexión e incluso competencia que se presenta entre el Ministerio de Educación Nacional y la Secretaría de Educación del Distrito, una confrontación la cual plantea una serie de consecuencias e implicaciones para la implementación de políticas públicas que debe ser mirada con mas detalle.