La evaluación es una parte fundamental de los procesos académicos a cualquier nivel; a través de esta, podemos conocer el nivel de progreso de nuestros estudiantes, tanto dentro de su proceso particular, como con respecto a sus pares. Al mismo tiempo, la evaluación docente es un proceso absolutamente necesario si se busca lograr un mejoramiento de la calidad educativa, a fin de cuentas, no se puede tener una educación de calidad si los docentes que están a cargo de la misma no están a la altura de los estándares que se buscan. En ese orden de ideas, por qué la evaluación docente es un proceso tan controvertido?
A la hora de responder, o de darle una exploración a la respuesta a esa pregunta, es importante darle una mirada al contexto dentro del cual se ha discutido la evaluación docente en Colombia; en este sentido, vemos como este proceso ha estado en el núcleo de las discusiones sindicales por parte del magisterio en los últimos años; los sindicatos docentes del país, como FECODE a nivel nacional y la ADE a nivel local en Bogotá, han convertido la derogatoria de los procesos de evaluación, tanto de desempeño como de competencias, en banderas de combate de las marchas y paros que llevaron a cabo durante el pasado año (2014), un movimiento claramente demagógico, que está claramente dirigido a satisfacer al denominador común mas bajo de aquellos que ven a la docencia como una suerte de escampadero, siendo esta una iniciativa que de llegar a materializarse (Algo altamente improbable), sería altamente perjudicial y contradictorio a la meta de una mejora a la calidad en la educación básica del país.
Por otro lado, y en aras de ver la ecuación completa, es necesario tener en cuenta que la manera en la que se realizan los procesos de evaluación docente en Colombia tienen una serie de observaciones que deben ser revisadas, observaciones que se fundamentan en la manera en la que se lleva a cabo la evaluación y los criterios que son tenidos en cuenta. Si bien existe un protocolo y un procedimiento para realizar dicha evaluación, la verdad es que por su misma naturaleza no es seguido al pie de la letra por parte de los directivos docentes, y, en muchos casos, los procesos de evaluación son utilizados como mecanismos de control político, en los que los rectores aprovechan para deshacerse de docentes con los que no congenien, una práctica que ha sido fomentada por la misma naturaleza del proceso evaluativo, que se enfoca en componentes de una naturaleza casi que administrativa, en la que la valoración de las prácticas académicas es cubierta a través de herramientas como la archifamosa ‘Carpeta de evidencias’ que lejos de ser un portafolio que muestra el rango de las prácticas de un docente en su aula, se convierte en un cartapacio que está pensado en términos de cantidad antes que de calidad, bajo la lógica de ‘Entre mas gordo, mejor’; así mismo, la observación de prácticas en el aula, un componente indispensable a la hora de valorar el desempeño de un docente, ha sido satanizada desde los escenarios sindicales, bajo el argumento que atenta contra la libertad de cátedra, una afirmación carente de sentido.
Las anteriores consideraciones dejan en claro la necesidad de la evaluación docente como mecanismo de mejoramiento de la calidad educativa en Colombia. Sin embargo, es necesario una reforma a estos mecanismos, de tal manera que sirva de la mejor forma posible al propósito de mejoramiento de la calidad educativa.