El inicio del año lectivo también marca el inicio de actividades de Paedagogica, esta vez con una reflexión alrededor de un tema que ha sido cubierto en otras ocasiones en este espacio, como Ser Pilo Paga. El programa de créditos condonables lanzado en 2014 por el Gobierno Nacional cada vez más se asienta dentro de las políticas públicas en educación de Colombia y, si bien está claro que es un programa que realmente le paga a algunos, cabe preguntarse también por otros réditos del programa los cuales no han sido lo suficientemente cubiertos.

A comienzo del presente año, tuve la oportunidad de realizar un taller de comprensión de lectura con los estudiantes que entraron a la carrera de derecho en la Universidad Externado. Además de lo interesante que fue volver a dar clase después de casi tres años y del reto que presentaba trabajar con jóvenes universitarios y no niños de básica primaria, también me llevó a ver el funcionamiento de Ser Pilo Paga más de cerca. Como resulta necesario en este tipo de espacios, hubo un momento inicial de presentación en el cual tanto los estudiantes del grupo como yo nos presentamos y nos dimos a conocer. Lo que yo intuía que iba a ser una presentación escueta resultó en varios de estos muchachos presentándose no sin una cierta medida de orgullo como beneficiarios del programa. Si bien pensé en que la posibilidad de tener beneficiarios del programa en el grupo era bastante alta, realmente no pensé mucho en ella hasta que pasó, dejándome con varias conclusiones.

La más notoria tiene que ver con el hecho de que el discurso oficial del programa (por darle un término) relacionado con la oportunidad de movilidad social y el prestigio asociado a ser beneficiario del programa ha calado de manera bastante profunda en la población objetivo del mismo. Los jóvenes que hacen parte de Ser Pilo Paga (la palabra ‘Pilo’ me irrita por alguna razón y trato de evitar usarla lo más posible) se entienden como parte de una especie de élite académica (incluso social) al mismo tiempo que entienden los compromisos y responsabilidades asociados con la entrada al programa, y eso se nota en la disposición que tienen frente al trabajo académico de la universidad. También me llama la atención la manera en la que se han configurado dinámicas de visibilización por parte de los grupos de estudiantes. Si bien las universidades han establecido una serie de políticas que buscan la mayor integración posible de los estudiantes dentro de la población a través de un esfuerzo de anonimato, también es cierto que las dinámicas entre los mismos estudiantes hace que esos esfuerzos solo tengan un efecto desde lo oficial (y aun así creo que este efecto eventualmente desaparece). Estas iniciativas de las universidades, lejos de ser perjudiciales, operan desde la lógica de garantizar la igualdad de oportunidades para todos, sin embargo son rápidamente subvertidas por precisamente el mismo intento del discurso del programa de visibilizar a sus participantes para recibir el reconocimiento social que, se supone, es uno de los valores agregados del programa. Este proceso, de alguna manera también termina reportándole beneficios a los estudiantes que llegan a través de canales tradicionales a las universidades participantes (especialmente universidades como Los Andes o el Externado) pues aumenta la diversidad del contexto universitario en el que pasarán los siguientes años de su formación académica y los pone en contacto con otras realidades del país.

Si bien Ser Pilo Paga es un programa que, personalmente encuentro problemático en términos de las implicaciones para la financiación de las universidades públicas y el hecho que dineros públicos llegan a organizaciones religiosas como el Opus Dei, también es cierto que presenta beneficios que no necesariamente se pueden cuantificar desde lo económico y que tienen un efecto positivo sobre la diversidad de los espacios universitarios en el país y las representaciones sociales alrededor del valor agregado de la educación.