Del comienzo, como en muchos aspectos de la vida, sabemos poco, aún no comprendemos la teoría de la creación, de dónde y cómo proviene el universo, no recordamos nuestros primeros pasos, ni palabras, de hecho cuando cerramos ciclos sentimentales, nos preguntamos, en qué momento esa emoción llegó ahí, tenemos una idea muy vaga del origen de la guerra en el país, por lo general tenemos deudas con los prólogos de nuestras historias, sin embargo al finalizar cualquier ciclo es necesario indagar a fondo, cuestionar, cavilar, comprender, y en el proceso de inquirir en la evolución de cada uno de los fenómenos, es necesario entender el desenlace. Pues: ¡Damas y caballeros, usted y yo, somos un resultado directo o indirecto de las tramas de estos interrogantes anómalos!
Alguna vez, me dijo un amigo, se encontró ad portas de lo que él creía una buena persona, de lo que parecía una gran historia de amor, para ellos, y como era de esperar sucumbió en las redes de una pasión, (entiéndase pasión como acción de padecer, lo que originalmente significa la palabra), es ahí donde comenzó su batalla, fue herido y en consecuencia, aunque había situaciones que resultaron difíciles de entender, para lograr liberar ese rencor fue forzoso evaluar sus propios errores.
Colombia, amor de nuestras vidas. “Colombia, es pasión”. Hay que entender el contexto de la historia nacional cuando hablamos de guerra; cuando tocamos el concepto postconflicto por obligación necesitamos indagar el “preconflicto”. ¿Y es que alguien me puede aclarar cuánto tiempo los colombianos han vivido en conflagración? ¿Alguien tiene por lo menos un dato admisible de la última vez que esta tierra fue un recinto de armonía? ¿Por qué este país es la cuna de una alta tasa de criminalidad? (sin generalizar) ¿Tiene esto alguna explicación?
No podríamos asegurar qué habría ocurrido si nuestra ascendencia indígena hubiera descubierto Europa, y sí en un mundo paralelo las consecuencias transcurrirían hacia un curso diferente. Somos herederos de una colonización Española e inevitablemente provenimos de una integración de culturas que se remontan al siglo XV y el cimiento del “mundo nuevo”. Tal vez después de ese evento, en estos territorios adoptamos del latín: ¡Bellum internecinum! (Guerra hasta la exterminación).
Es la violencia una consecuencia de la corrupción, la segregación y, en general, a la falta de oportunidades que desafían a diario nuestros compatriotas. Es innegable el incansable accionar de Simón Bolívar, por desterrar a los señores feudos de la época, sin embargo, privilegió principalmente a la población blanca e ilustrada del país, desprotegiendo otros sectores sociales. A través de la historia, los gobernantes del país han provenido de clases con abolengo, y no han contemplado la posibilidad de un país equitativo, ni de fortalecer las aptitudes innatas de nuestras gentes, por el contrario se han dedicado a reproducir los comportamientos sociales y económicos extranjeros, lo que ha derivado en hechos crueles y repudiables en la historia colombiana como la masacre de las bananeras, la guerra de los mil días, el asesinato de Gaitán, el Frente Nacional, los carteles del narcotráfico de los años 80, las guerrillas, el paramilitarismo. Estás violencias cíclicas nos dicen que hay un anquilosamiento del país hacia un proceso de modernización y que aún seguimos a la espera de esa gran reforma liberal. Ese discurso liberal ilustrado en la época de la independencia para forjar la república y que muchos fueron capaces de construir, al reconocer su particularidad y de inyectar al mundo su originalidad.
Aún no comprendo los debates populares sobre todo viniendo de la clase medianamente educada, donde hay individuos que prefieren continuar en una guerra absurda, y lo argumentan con las debilidades del postconflicto. Compatriotas, quieren que se les escriba de aquello que sienten cuando se les despoja de sus bienes, de su salud, de su empleo, de su educación, pero no de las cosas que matan, pareciese que ignoraran que también ellos son humanos, hablo de los “rebeldes y no advertidos”, haciendo lo que en sus hogares han aprendido. ¡No los entiendo a ustedes! Los valientes que defienden la política de la mano fuerte, los que desean ver mucha sangre derramar; pero que también sufren si se derriba alguien que usted ama. Quítese el enojo. Inquiete su conciencia. Es necesario que entienda señor lector todo lo que influye usted.
Al igual que el amigo en mención, el fin del conflicto depende de Usted, pues esa guerra interna no terminó hasta que mi amigo logró perdonar para luego olvidar a esa persona. Ese amigo es usted o yo, y aunque todos hemos pasado por diferentes procesos de reconciliación con la vida, con pérdidas de diferente magnitud, de errores y pecados particulares, este lapso de la historia, solicita de nuestra condición de seres humanos, para que ya no seamos actores de la guerra, y que ahora nuestro nuevo libreto se debe orientar, para interpretar lo mejor posible los diálogos de paz, para que en un futuro, al igual que en el desamor, podamos ver a esas personas por lo menos con tranquilidad. Aunque inevitablemente todo cambio sea desquiciante y genere trauma.
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