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Josué Martínez F

Por: Josué Martínez 

Diego Alejandro Quiroga Ospina

Parte IV (Final)

Aún en la situación que se hallaba, él tenía presente a Dios en cada cosa que ocurría. Después de este episodio, Diego se fue caminando, recuperándose de las heridas y pensando que, sin lugar a dudas, el hecho de que estuviera vivo, era solo obra de Dios. Llegó el momento en que, pasados cuatro años de vivir en las calles del centro de Bogotá, Diego llega a un estado de aburrimiento profundo, de dolor constante, de cansancio al extremo por la situación en la que vivía. Aunque seguía fumando bazuco, ya no había nada nuevo en ello, al contrario era rutinario y desagradable, y el dolor, era superior a los efectos de la droga. La rutina ya era insoportable. Ir al Oasis, de vez en cuando. El Oasis era un patio provisto por el estado, para personas hasta los 28 años. En ese lugar, los habitantes de calle se bañan, comen, les lavan la ropa y al otro día pueden salir de nuevo. Diego trabajaba en el madrugón los martes y miércoles, el jueves se iba para el patio, comía, se bañaba y dormía y salía el viernes e iba de nuevo a trabajar en el madrugón. También reciclaba, había aprendido por dónde debía meterse para reciclar más rápido, buscaba en las bolsas de basura, las rompía, miraba por dentro, si había comida, se la comía. Al principio, el asco no lo dejaba comer de la basura, pero fue cuestión de tiempo. El hambre en la calle, es infinitamente superior al asco y a la pena. Dormir en la calle traía consecuencias, al despertar, sentía como si le estuvieran apretando el pecho con una prensa muy fuerte, tanto que se le hacía difícil respirar. El frío inclemente lo hacía estar totalmente tieso al despertar, no podía casi moverse. Empezaba a caminar lo más rápido que podía para entrar en calor lo más rápido posible.

Contra todo pronóstico, en esas circunstancias, Diego tenía presente a Dios, no lo olvidaba nunca, sabía que Él estaba cerca. Al iniciar la mañana, rezaba el padre nuestro y hacía una pequeña plegaria que le había enseñado su madre desde que era niño: “Me cubro con la sangre de Cristo Jesús, desde la planta de mis pies, hasta la corona de mi cabeza, Amén” Siempre que tenía a la muerte encima, repetía, una y otra vez esa misma plegaria.

Una noche, en la que Diego no quería continuar, en la que el dolor, la desesperación por la situación y el aburrimiento lo llevaron al extremo, comenzó a orar y le dijo a Dios que no quería continuar. Le pidió que en su vida pasara algo, lo que fuera, incluso llegó a pedirle que se lo llevara, ya no daba más.

Todos los sábados en la noche, más o menos en la trece con octava, regalan agua de panela con pan y caldo de menudencias a los habitantes de calle. Es un trabajo que hacen las fundaciones Resplandecer y Clínica del hogar.

Una cuadra antes de llegar al sitio en donde reparten comida, Diego, con lágrimas en los ojos, sin ganas de seguir, sin ganas de nada, le pide a Dios que haga algo con su vida, que aparezca de alguna manera. Como si fuera respuesta del cielo, un joven se le acercó y le comenzó a hablar de Dios. Diego lo escuchó, apenas con interés, pero decidido a que esa noche, tenía que pasar algo distinto. El director de la fundación Clínica para el hogar le preguntó primero: ¿Quiere cambiar? A lo que Diego respondió que sí. En seguida le presentaron a quien después conocería como el director de la fundación Resplandecer, Wilson Pérez. Él le dijo, si usted quiere cambiar, hay que irnos hoy para la fundación, de una vez. En ese mismo momento y como ayuda divina para terminar de darle el impulso que necesitaba, en el centro comienza a caer un aguacero terrible.

–Bote todo el vicio que tiene – le dijo el Pastor Wilson. –Total, en la fundación lo requisarán, y se lo harán botar todo. Diego, con muchas ganas de cambiar, pero con algunas dudas, le preguntó al pastor si era posible ir a la fundación más bien el próximo sábado. – No, nos vamos es ya –Responde el Pastor.

En ese momento comienzan a orar por él. Una muchacha apareció, no supo de donde, puso su mano en el pecho de Diego y empezó a orar muy fuerte, casi que lo estrujaba. Los pastores, la muchacha, los coordinadores de la fundación, todos se reunieron a orar por él, y a Diego no le quedó otra opción, también se puso a orar.

Diego recordó en ese instante la oración que le había hecho a Dios un rato antes. Le había pedido a Dios ayuda, y al parecer, toda esa gente que estaba ahora casi que encima suyo, orando, estaban ayudándole. Diego lo tomó como una respuesta divina, de esas que ya había presenciado antes. Aunque había alguna duda en él, comprendió que nada de eso que le estaba pasando podía ser casualidad, había solicitado ayuda del cielo, y, como por arte de magia, habían aparecido esas personas que oraban por él con mucha insistencia.

Inmediatamente finalizada la oración, Diego sitió en todo su ser, libertad. Como nunca antes, como si fuera nuevo, como si un peso de encima le hubiera sido quitado. Sin entender muy bien esa sensación, botó todo el vicio que llevaba consigo. No le dolió hacerlo, no lo pensó, no sentía necesidad de guardarlo, agarró toda la droga, y la desechó. Aunque se sentía muy bien y ahora sí quería irse de ese lugar, le dijo al pastor que no tenía plata, que no tenía contacto con su familia, que no podría pagar una mensualidad. El Pastor le dijo – ¿Acaso yo le estoy pidiendo plata? Diego se dirigió a los que acababan de orar por él –Listo, vamos.

Al llegar a la fundación, les hicieron quitar toda la ropa sucia que tenían para botarla, les dieron nueva ropa, útiles de aseo, los hicieron bañar, les dieron comida. Estas cosas llenaron de alegría a Diego y su corazón de agradecimiento.

Aunque el proceso de restauración y desintoxicación en la Fundación Resplandecer dura nueve meses, Diego asegura que desde esa oración que hizo con ese grupo de desconocidos aquella noche lluviosa en las calles del centro de Bogotá, es un hombre totalmente libre de las drogas. Y aunque todo lo que ha vivido en el proceso le ha servido, está convencido de que el problema de las drogas es un tema netamente espiritual, y que una vez esa parte está bien, dejar las drogas es posible. –Lo dice la biblia, en las fuerzas de uno, es totalmente imposible dejar las drogas, pero en las de Dios, todo es posible – dice Diego muy convencido.

Diego dice también que hay muchas fundaciones que hoy en día adelantan procesos  de restauración de personas con drogadicción, pero lo basan en la abstención y en emplear tiempo en actividades diferentes. Pero que tarde o temprano esa abstención se acaba y en la mayoría de los casos el drogadicto vuelve a consumir. (Esto es cierto y según estadísticas, el porcentaje de personas que dejan la droga en estos centros es de menos del uno por ciento).

– Yo fui libre desde esa noche y es algo espiritual, porque dice la biblia que las personas deben orar unas por otras cuando están en dificultad, y fue lo que ellos hicieron esa noche. Muchas veces lo intenté por mis medios, absteniéndome. Estaba juicioso dos o tres días, pero al final no aguantaba y me iba a la calle a drogarme. Lloraba, me sentía mal, muy mal, me quería hasta quitar la vida, pero no podía dejarlo. Mi adicción era mucha. ¿Entonces cómo se explica lo que pasó? Esa noche oraron por mí, y fui libre. – Afirma.

Diego acabó su proceso con éxito el pasado mes de febrero en la fundación. En una ceremonia a la que asistieron sus familiares y la que presenció toda la fundación en su Sede A, agradeció a todos, comenzando por Dios, continuando por su madre y familiares cercanos, siguiendo por el Pastor de la fundación, y terminando por todos sus compañeros y personas que ayudaron en su proceso. Aunque tiene la posibilidad, decidió no irse de la fundación, sino continuar apoyando el proceso de otros muchachos de la fundación. Él es ahora el coordinador de la Sede B de la fundación. Es el que tiene las llaves y la dirección de lo que sucede adentro de esa casa. Tiene salidas los fines de semana y libertad de entrar y salir cuando desea y le dan un aporte económico mensual por su labor. Dice que no se va porque está acompañando a muchos muchachos como él que han decidido rehacer su vida, dejar las drogas y reintegrarse a la sociedad con nuevas expectativas, con sueños y anhelos, dispuestos a hacerle frente a las decisiones que hayan tomado mal y corregir el rumbo.

A eso se dedica ahora, esa es su pasión y espera a futuro hacer muchas más cosas más por la gente que ha tomado este tortuoso camino, ahora, que ya encontró la salida, su misión es guiar a otros por ese mismo camino.

Fin

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