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José Jaima UscáteguiPor: José Jaime Uscátegui 

Se completan varias semanas de marchas por parte de estudiantes que reclaman mayores recursos económicos para la educación superior y vuelve a ponerse sobre la mesa la discusión sobre los límites que la protesta social tiene, como mecanismo, para exigir el cumplimiento de compromisos estatales.

Lo que nació como un ejercicio legítimo de abogar por mayor presupuesto para el mejor funcionamiento y la ampliación de un servicio social básico y estratégico como la educación superior, poco a poco se ha ido deformando en una batalla campal que ha puesto en riesgo la vida y la tranquilidad de los ciudadanos en diferentes zonas del país. No esperemos a que haya un muerto de por medio, bien sea de las fuerzas de seguridad o de los manifestantes, para percatarnos de la necesidad de poner reglas y canalizar adecuadamente el descontento social y la acción institucional.   

Las imágenes de los últimos días con estaciones de Transmilenio destrozadas, ataques a un reconocido medio de comunicación, integrantes de la Fuerza Pública atacados con fuego y gasolina, entre otras, son situaciones inaceptables que, lamentablemente, oscurecen la jornada de los estudiantes que, en su gran mayoría, han protestado pacíficamente y tienen la convicción de defender una causa justa.

¿Quiénes están detrás de las manifestaciones de violencia? ¿Por qué muchos de los manifestantes optan por encapucharse o cubrirse el rostro como si tuvieran algo que esconder? ¿Por qué no se valoran gestos del actual Gobierno como la suscripción de un acuerdo con los rectores de las universidades públicas, que ya estableció una adición presupuestal para los próximos cuatro años? ¿Por qué varios movimientos sociales con agendas paralelas se suman a la protesta si es evidente que los recursos no alcanzan para todos los sectores? Es evidente que hay muchas personas que están pescando en río revuelto.

Nuestra sociedad se debe sincerar y, si bien es cierto que la inversión social es insuficiente en un país con tantas carencias e inequidades, éstas no se resuelven con agendas soterradas y violentas. El primer paso es quitarnos las máscaras y, en el caso de los estudiantes, las capuchas. Ese anonimato es el que hace de las redes sociales un escenario incendiario, hostil y destructivo, no hagamos lo mismo trasladando los odios a las calles y plazas públicas donde el daño y la destrucción es aún mayor. 

Muchos se escandalizaron cuando el hoy Ministro de Defensa, Guillermo Botero, incluso antes de su posesión, habló de la necesidad de reglamentar la protesta social. Parece que el tiempo le ha dado la razón, aún no hemos sido capaces de trazar la línea entre la protesta pacífica que consagra el artículo 37 de la Constitución Nacional y la estrategia desestabilizadores y disociadora de algunos pocos, dentro y fuera del establecimiento, que se benefician con el caos social e institucional.

En lo personal, soy defensor y promotor de la protesta social con fines de justicia. En mi vida me he visto obligado a recurrir muchas veces a ella para hacerme escuchar. He estado encadenado, marchando, en plantones y manifestaciones, ¡hasta huelgas de hambre! pero jamás lo he hecho encapuchado ni poniendo en riesgo la seguridad de terceros. Demos entonces el primer paso, quitémonos todos las máscaras y las capuchas.

@jjUscategui

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Son un grupo de jóvenes que dan su visión particular sobre el acontecer político, cultural y social ante todo tratando de generar una reflexión critica.

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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