Esta tradición anglosajona llega cada año con más fuerza a empresas y moteles colombianos. Por eso es un buen momento para presentar tres razones por las que odio semejante apología al amor y al consumismo.
1. Celebrar San Valentín es incentivar el imperialismo gringo
He aquí el primer argumento de compatriotas comprometidos con lo autóctono. No debemos celebrar San Valentín porque nuestra identidad, tan pura y definida, se difumina en esta tradición ajena que no se compadece con nuestro contexto.
Nosotros los colombianos no conocemos de globalización y dichosos, cuidamos la burbuja del país más feliz del mundo: Aquí no apoyamos la minería extranjera ni compramos marcas internacionales que estrujan a empleados tercermundistas. Aquí tampoco ha penetrado el neoliberalismo ni la apertura de mercados, porque sabemos que es una nueva manera de colonialismo que jamás apoyaríamos.
Recuerdo las protestas de miles de personas indignadas cuando años atrás llegó McDonald’s a Colombia. Ese malestar generalizado ha hecho que sus locales permanezcan tan vacíos como la mentalidad gringa, cuyo pragmatismo no da lugar a circunloquios locales. Aquí odiamos sus hamburguesas imperialistas; cuando el hambre nos hace entrar a uno de estos epicentros del consumismo, compramos una Mac-arepa con jugo de lulo. ¿Coca-cola? Jamás.
Nuestros jóvenes de espíritu nativo se emborrachan con chicha y bailan carranga con cada celebración local, como la Navidad, que surgió de un rito amazónico, o el Halloween, producto de la tradición tayrona. Así que los que intentan imponer sus costumbres foráneas pueden devolverse por donde vinieron.
2. El amor es un sentimiento cuya manifestación debería limitarse a la intimidad
Qué feo que nos resulta a los amargados ver a una pareja demostrando su amor en público. Y si esa pareja es del mismo sexo, que se cuiden porque hasta los podemos agredir. Fechas como estas, estimulan las manifestaciones amorosas en cualquier parque y es un atentado contra las buenas costumbres ver a la gente feliz, con una sonrisa entre los labios y un globo de corazón; incluso es un mal ejemplo para las nuevas generaciones que odian el contacto físico.
Además, los colombianos somos tan querendones que no necesitamos de una fecha especial para que nos recuerden lo valioso del amor. Aquí el amor se siente en el aire, en cada trancón y en cada partido de fútbol. No tenemos Ministerio del Amor, como en Venezuela, ni lo necesitamos, porque todos sabemos que este sentimiento se demuestra en cada detalle de la cotidianidad y no sólo cuando la relación agoniza, como suele pasar en latitudes no tan felices como la nuestra.
3. Celebrar San Valentín es alentar el consumismo
Con la excusa del amor, los medios de comunicación y los grandes grupos económicos nos llevan a un desenfreno por las compras y las invitaciones románticas. Un ama de casa no merece que su esposo llegue con una rosa y la invite a un restaurante una vez al año, porque ese tipo de actitudes sólo sirven para acentuar las diferencias de clases.
Que no nos intimide el gremio de los floricultores, uno de los más poderosos del país. Aunque las flores colombianas sean apreciadas en el mundo y seamos el segundo país que más exporta este producto, no hay que darnos la licencia de entrar en dinámicas mercantilistas que limitan al amor a un objeto. Si dejo de comprar un ramo de flores estaré poniendo mi grano de arena para enfrentarme al llamado Sistema que nos subyuga, y de paso a las miles de familias que viven de la floricultura.
En complemento, también hay que decir que da una pereza infinita ver a tanta gente vendiendo esquelas y rosas por la calle. Su comercio informal afecta la armonía visual de una urbe en progreso que garantiza a todos sus ciudadanos la oportunidad de un empleo digno.
Así que si usted es de los que hoy está celebrando el día de San Valentín, debería sentir un poquito de vergüenza. Ojalá este texto le ayude a reflexionar al respecto y en un año se sume a los amargados, que cada día somos más.